lunes, julio 2

Respuesta a un amigo sobre mi texto "Por qué no voy a votar".


Estimado R:  creo que mi texto es algo más que un panfletillo bien escrito. Si bien tiene giros retóricos –como en tu texto es un giro retórico la repetición del estribillo “triste”–, también tiene ideas que se pueden (y deben) discutir. Es de lamentar que sólo te quedaste con las frases efectistas y no atendiste las demás.

Cada quien habla del poder dependiendo de la posición en la que se encuentra respecto de él. Yo hablo desde la lugar de los no poderosos. Sufro la impotencia. No puedo hacer que el perezoso Leviatán se mueva, no tengo impronta real en los políticos, no puedo cambiar prácticamente nada. Quizás éste sea el punto crucial que distancia tu postura de la mía. Quien tiene poder –aunque sea un poco-habla bien del poder; quien no lo tiene, habla mal de él.

Quiero aclararte dos cosas. Primero: la democracia –en la que sí creo– es distinta del voto y del sistema de partidos. Recuerda que ya desde Aristóteles se distinguen dos tipos de democracia: la república equilibrada o polis, en la que el poder se encuentra compartido por todos los grupos y categorías en las que se dividen los ciudadanos, y esto permite que el poder no sea ejercido en beneficio de un grupo limitado o una colación, y su exceso: la democracia del mito igualitario y numérico. De hecho, ningún pensador político anterior a la Revolución Francesa pensó la democracia de esta última forma.

Segundo. No soy un anarquista: creo en el bien común y en su realización a través del vivere civile. La vida política de un ser humano es mucho más rica que los derechos políticos reconocidos e interpretados por el Estado.

Dices que tú y otras personas han luchado para que hoy día existan en México libertades que antaño era impensables. No lo dudo. El problema es precisamente que la efectividad de tal lucha es mínima, pues se ha hecho desde los propios mecanismos del Estado. Por eso el voto nunca ha cambiado nada de raíz. Y en el caso particular de México, su inefectividad ha perpetuado la terrible injusticia social que ha existido desde la época colonial.

Me sorprende que conociendo la tesis desarrollada por pensadores como Henri de Lubac, Eric Voegelin, Hans Jonas, Hans Urs von Balthasar y, más recientemente, Massimo Borghesi (todos ellos católicos), sobre la trasmutación contemporánea del gnosticismo en una teología civil —la cual ha acarreado terribles implicaciones políticas—, no puedas concebir una crítica al “status quo” del voto y del partido. Me sorprende que conociendo la crítica de Schmitt a la antropología individualista que subyace en el parlamentarismo contemporáneo, te sientas “triste” porque no creo (creemos) en las instituciones democráticas liberales. Me sorprende que sabiendo que la Iglesia ha prescindido por completo de la noción de Estado-nación para hablar de la realización del bien común, no seas capaz de admitir que no votar puede ser también una opción política legítima para un creyente, ya que puede representar –como en mi caso– resistencia ante un sistema que se considera falso.

Quisiera detenerme en este último punto. La Iglesia ha prescindido de la estructura estatal y soberana para hablar de poder público. En su doctrina social ha mantenido la distinción entre poder civil y sociedad. A ésta última le corresponde, según sus particularidades, elegir la forma de gobierno que considere más justa y los límites del poder. Además, la Gadium et Spes, al fundar toda su doctrina en la eminencia de un derecho natural determinante a su vez del bien común a que todos deben aspirar y de la acción del gobierno en concreto, repudia el arbitrio plebiscitario. Y en su parágrafo 74 indica que es legítima la diversidad de opiniones políticas.

Por otra parte, tanto León XIII (Annum Sacrum) como Pío XI (Quas primas) sostienen que sólo es legítimo el poder que no se opone a la voluntad divina de Cristo. La principal consecuencia política del Reinado de Cristo es precisamente la de excluir todo poder político absoluto, sea autocrático sea democrático, pues la forma de concretarse la voluntad no interesa a este respecto. De ahí que, en opinión de un jurista de la talla de Álvaro d´Ors, la negación de la estructura estatal, tal como se entiende desde Bodino, debe considerarse como exigencia de una recta teología política cristiana. La primera teología política medieval así lo había reconocido, pero la secularización jurídica, al despersonalizar el poder soberano de Cristo, erigió la soberanía estatal. Esto no se nos puede olvidar.

Desde este punto de vista, un cristiano puede estar en contra de un sistema democrático insustancial donde se toman decisiones de profundo calado por simples mayorías relativas. Un sistema que se erige como soberano absoluto, ya que prescinde de cualquier criterio sustancial (como el derecho natural) y hace uso exclusivo del plebiscito para legitimar al gobierno y a la ley positiva. Es más: quizás sea su responsabilidad más urgente denunciarlo.

En otra parte de tu respuesta, dices que has intentado construir una antropología en donde la fragilidad y la imperfección sí cuenten. Eso es loable. Ahora bien, creo que aquí valdría la pena traer a colación una aguda distinción política que hace Judith Butler entre “precariedad” y “precaridad”. La primera es la común debilidad y dependencia que todo ser humano experimenta a lo largo de su vida. Esta experiencia ha de ser la base de la convivencia pacífica y del Estado de Derecho. “Precaridad”, en cambio, es la miseria inducida por el poder estatal y sus mecanismos biopolíticos, en los que subyace una antropología perversa. La “precaridad” tiene que ser denunciada y conjurada.

Tanto Hobbes como Hegel pensaron la unidad social a partir de la vulnerabilidad de la vida humana. Una comunidad se hace posible y, aún más, necesaria porque los seres humanos se necesitan mutuamente para subsistir. Esta interdependencia, que se opone a la visión individualista del liberalismo clásico, crea, sí, la máxima convivencia y sociabilidad, pero también posibilita la máxima violencia y la discriminación. Una antropología de la fragilidad ha de reconocer y ponderar como motivación primaria de comunión entre los seres humanos su precariedad compartida. Pero también tiene el deber de denunciar las fuerzas políticas que pretenden generalizar y radicalizar tal precariedad (imponiendo pues una “precaridad”) para sus “enemigos”, a través de la privación de las prestaciones básicas para una vida digna,  y erradicar, por el contrario, toda muestra de precariedad para los suyos.

Una antropología que parta del status quo político o de una positividad mal entendida (en la cual  se da un salto lógico injustificado entre lo ontológico, lo moral y lo político) corre el riesgo de legitimar mecanismos y saberes que generan “precaridad”.

Todos conceptos políticos actuales suponen una visión particular de la persona.  Nociones tales como contrato social, derecho subjetivo, igualdad, voto universal directo, representación, Estado y un largo etcétera, están construidos sobre una noción de libertad muy particular que tiene por pilares fundamentales a la autonomía y el individualismo. Se puede o no estar de acuerdo con esta antropología. Yo no lo estoy.

Por último, quisiera decir que el voto no dota de dignidad a quien lo realiza sino al revés. El voto no tiene un valor por sí mismo; lo obtiene de la libertad humana. Porque la dignidad de la persona sí es un valor positivo absoluto. También un trabajador del campo que es explotado y mal pagado se dignifica trabajando y dignifica al mundo entero haciéndolo. Sin embargo, no deja de ser un escándalo que su esfuerzo se vea recompensado por un salario irrisorio que no le permite vivir bien. O si queremos radicalizarlo, podríamos poner el ejemplo de un prisionero en un campo de concentración: pese a todo, su trabajo lo dignifica.

Quien vota, en efecto, se dignifica, pero su participación democrática se ve recompensada irrisoriamente por el voto, que tampoco le permite vivir bien. Tanto el trabajo como el voto son realidades éticas que pueden ser buenas o malas dependiendo del objeto, el fin y las circunstancias; no son únicamente realidades ontológicas. Sí, concedo, por tener un acto de ser, tienen los atributos del Ser. Pero Satanás, que también tiene los atributos del Ser, es sin embargo, el Padre del Mentira.

jueves, junio 28

Por qué no voy a votar.

Dicen los "sabedores" que el fraude electoral es imposible. Concedo. Pero el tema no es ése. El auténtico fraude, mucho más refinado, es hacernos creer que nuestra participación democrática consiste en elegir a un charlatán, que se promociona durante tres meses con un discurso vacío, para dirigir una nación que se desangra. Al igual que en el mercado no hay auténtica libertad, pues se elija esto o aquello, por lo único que se opta es —al final— por el consumo, en el sistema de partidos la “elección” sólo sirve para legitimar una realidad que nos viene impuesta (si bien “diversificada”): el partido.


Los partidos se han alejado de su base social y ya sólo se representan a sí mismos: a su voluntad de poder. El candidato es amasado, peinado, afectado como un producto de consumo más, y ya en la cima del poder, no responde sino a la voluntad de quienes lo construyeron. Otro tanto ocurre con el elector. ¿Por qué no caemos en la cuenta de lo obsceno que es el proselitismo político: la exhibición desvergonzada y frívola del deseo de poder? La política de partidos está muerta desde hace tiempo, y ya hiede. Nadie es capaz de resucitarla.

El fraude es hacernos creer que el voto, un acto individual, efímero, secreto, que sólo tiene un valor privado y cuantitativo, es capaz de conceder, como por arte de magia, poderes públicos, permanentes y de máxima trascendencia social a un grupo de politicastros. El voto escinde el desarrollo de la individualidad del auténtico ejercicio del poder y hace desaparecer la relación entre lo que un ser humano es y lo que puede hacer en política. Supuestamente, pondera al individuo, pero lo que hace en realidad es desactivarlo: quien vota lo hace desde la impotencia de ser poco más que nada; vota desde la incertidumbre y la esperanza (muchas veces traicionada) de que los números favorezcan su elección, pues de lo contrario, ésta jamás existió. Es la tiranía del número: la democracia geométrica que no tiene sustancia, que es mero proceso formal. De ahí que el voto jamás haya cambiado esencialmente nada.

El voto es, entonces, una institución decorativa: mucho ruido durante unos meses, enfrentamiento, distracción, desinformación, sensación de soberanía durante escasos treinta segundos (el tiempo que se tarda en tachar un partido y llevar la boleta a la urna); pero una vez realizado, el poder prescinde de sus electores; habla en nombre de ellos, sí, pero no los deja actuar: no quiere vernos actuar. Se consuma la identidad entre representantes y representados: éstos quedan subsumidos en aquéllos: quedan anulados.

Fraudulento es el mito de la igualdad política, que intenta esconder bajo su grueso velo demagógico la desigualdad en terrenos muchos más trágicos, como el económico y el cultural. Igualar políticamente a los ciudadanos es un acto de prestidigitación jurídica. La Palabra constitucional invoca solemnemente desde sus amarillentas hojas de 1917 la igualdad política y eso basta para que ésta comience, ex nihilo, a existir. ¿Pero en qué consiste esta igualdad? En el voto universal y directo. ¿Eso es todo? Sí. ¿Y sus demás implicaciones, es decir, la impronta del ciudadano real en la palestra pública? ¿Y el derecho a que mis opiniones tengan alguna acogida, algún sentido más allá del sinsentido del voto?

Vulgar fraude es, finalmente, la ficción política de la voluntad general: votan pocos (los pobres, que son muchos, nada saben de “votar”, ni siquiera son ciudadanos), divididos, y sin embargo, eso basta para “legitimar” un poder casi absoluto al “ganador”, quien envuelto en el mistérico hálito de la mayoría popular (que no lo es, en realidad), hace —por decir lo menos— de su capa un sayo. En esto, por cierto, no hay nada de Rousseau.

La democracia, el bien común y la verdadera política (la del movimiento social, el consuelo, la solidaridad) están en otro lado. El voto no es una realidad incuestionable (no es el ser); es una toma de postura que puede y debe ser denunciada, horadada. Sólo así seremos capaces de ver la riquísima realidad que hay más allá de él.

Yo no voy a votar: no quiero perpetuar ni dar el espaldarazo a un sistema ideológico y falso. Yo no voy a votar: no quiero asistir “al funeral silente, el funeral que no es de nadie, porque no hay nadie para ser enterrado”. O quizás, en este caso, sí lo haya… el cuerpo doliente de México.

jueves, abril 7

Mx 06/04/11

Ayer fue la marcha en contra de la violencia en México. No sé en cuántas ciudades se marchó, ni cuántos fueron los marchantes en cada lugar. Espero que un chingo. Los números no importan. Un día después, los opinólogos descalifican el gesto civil. Se leen twitazos del tipo: "menos marchas y más compromiso". O pendejadas como: "¿En verdad crees que así se acaba la violencia? En verdad crees que este gobierno escucha a su sociedad. En verdad crees que los "malosos" (Zedillo dixit) cederán ante tus demandas. [La primera es pregunta, las demás no]". U otras peores con pretensiones chistosonas:""ni uno más"... ¿y si lo piden "por favorcito" funciona?""

Lo que repudio no es la inacción sino la arrogancia. Esa cómoda posición housiana de quien cree ver las cosas con mayor claridad que la perrada, de quien secretamente cree poseer la verdad y se regodea en los tumbos que dan los ignorantes. Reclamar compromiso, via twitter, no es menos ingenuo que salir a marchar una tarde con miles de pelados nada más para hacer montón. Hablar de compromiso no es menos escurridizo que pedir justicia. Sí: se necesita compromiso y justicia y un espacio público (de prefencia libre de creencias no-políticas) y prudencia, sobre todo, y euphya, por aquello del humor. Hasta para vomitar conceptos políticos es condición reafirmar la pertenencia a una comunidad política a la que dichos términos sean atingentes.

Pensar que marchar buscaba solucionar el problema, es una estupidez. ¿Qué creyó el tonto aquél? ¿Que los participantes de la procesión civil pensaroon: "cuando lleguemos al Zócalo la violencia habrá terminado"? ¿O que dijeron: "ahora sí, nos van a escuchar..."? Evidentemente, cualquier manifestación no busca solucionar algo. Se trata más de un ejercicio catártico, de un esfuerzo por reiterarse a uno mismo que disfruta de algún derecho presuntamente democrático. Manifestarse es la única prerrogativa democrática de la que actualmente goza un ciudadano en México.

Ahí viene el listillo que dirá: "para eso está el voto". A él, habrá que recordarle que: a) ante un sistema electoral como el nuestro el voto es una práctica política tan eficaz como tirarse un pedo: a.1) escasos 10 años de alternancia política, a.2) ni siquiera se tiene la certeza de que la úlitma elección presidencial haya sido transparente; a.3) la multiplicación de partidos políticos confunde mayoría con pluralidad; a.4) idearios políticos tristes, incongruentes y pantomímicos; a.5) flexibilidad electoral (alianzas, coaliciones) que ensartan combos políticos e impiden el "castigo" electoral; a.6) indiferencia político a la opinión ciudadana (v.gr. consulta PAN/PRD en Edo. Mex.), a.7) representatividad democrática inexistente en sendas Cámaras... plurinominales, sindicatos, financiamiento federal de partidos políticos, caudillos... Prefiero marchar cada tercer día soñando que el Presidente me recibirá en su despacho, con su gabinete reunido, para escuchar mi opinión, que esperar cada tres años para simular que delego mi presunta potestad política a un cuate que velará por mí.

En un sistema mierdero como el nuestro marchar "reclamando" justicia, seguridad, alto a la violencia, es la única oportunidad para sentirse parte de una democracia; para gritar la inconformidad. "¿Y después qué?" Nada. "Pero sigue habiendo violencia...". Sí. "¿Entonces para qué?" Por puro capricho y pudor político. La pregunta me recordó a Primo Levi: ¿por qué se empecinaba en bañarse con agua hedionda en pleno Auschwitz? No por higiene sino para reiterarle a aquellos que no era un animal: para confirmarse como ser humano mediante sus acciones. Más o menos, creo, esa marcha va así. ¿Para que chingados marchar si: no voy solucionar nada, si no me van a escuchar, si no voy a madrearme a ningún político o a ningún criminal? Para recordarnos que no obstante las circunstancias, formamos parte de una democracia. Para que a través del ejercicio de la última prerrogativa democrática real, caminar al lado de muchos cabrones más para reclamar, recordarnos que formarmos parte de una comunidad política en la que unos sirven, otros parasitan y otros sirven parasitando.

Y ya vi a otro listillo venir con la objeción: entonces nos la pasaríamos en la calle manifestándonos...; entonces cualquiera podría marchar para hacerse escuchar... Baste decir que no es lo mismo decir "la pelota rosa, que rósame las pelotas". El derecho a manifestarse nunca es el primer recurso.

(Confieso que el plural mayestático es hipócrita. No marché, no vivo en México, no envié un solo correo, no difundí ningún póster. De haber estado allá, no estoy seguro de haberlo hecho: quizá por huevón, negligente, cobarde u obediente a un patético deber laboral, me habría mantenido alejado ---ya no de la marcha, sino de la zona para evitar el tráfico---. Pero estoy seguro que no hubiera mamado con que "son pendejadas").

jueves, marzo 31

martes, marzo 29

Otro día de ira


El asesinato de JFSO provoca indignación y asco. El domingo apareció una entrevista del presidente de México, hablando de sus logros y retos, pidiendo comprensión y amor al país. Percibe que una de las grandes especialidades de los mexicanos es hablar mal de México.


Quizá dejaremos de hacerlo cuando los asesinos no cacen a quienes hacen denuncias anónimas, o cuando el sujeto que acumula una sexta parte del PIB del país deje de poner publicidad estúpida en los periódicos quejándose de otros monopolios, o cuando el 60% de los productos vendidos en la Ciudad de México dejen de ser ilegales, o cuando los políticos dejen de jugar a sus telenovelas de alianzas y sucesiones (¡discutir ideologías!) y se pongan realmente a trabajar en la realidad.

No se puede construir en México porque no hay espacio social. Y el "espacio social" no se gana con esas sospechosas "ampliaciones [sic] de derechos", sino con la posibilidad de ir por la maldita calle sin que alguien te dispare. O de decir tu opinión sin que los homnizabios te destrocen. O de discutir la cosa pública con prospectivas reales. Y en general, sin el odio devorador que nos tenemos los mexicanos.

Küng y Ratzinger

Una reseña comparativa de sus nuevos libros: Jesús de Nazaret II y ¿Puede la Iglesia aún ser salvada? El autor Samuel Gregg, es director del Acton Institute y se nota. La reseña dice exactamente lo que se esperaría que dijera.


Otra nota análoga de Paul Knitter.


miércoles, marzo 9

Keith Jarrett

Hasta hace poco descreía poder escuchar música y, simultáneamente, leer o realizar otra actividad. Todo ese tiempo me sentí incapaz de hacer dos cosas a la vez o, al menos, de acompasar el trabajo intelectual. La música clásica, confieso, nunca ha sido una opción: padezco el prejuicio según el cual hay que entenderla para disfrutarla. Y como ni sé, ni la disfruto, estoy frito -al final, creo que el gusto por la música clásica es como dice el personaje de Al Pacino en Carlito's Way, acerca de ser un gángster: "no se aprende en la escuela, y no se puede empezar tarde”. Pasa algo distinto con el jazz. Ah, nada mejor que leer filosofía al son de Kind of Blue de Miles Davies o redactar papers a ritmo de A Love Supreme de John Coltrane o de Getz y Joao Gilberto o Herbie Hancock y su funk. Sin embargo, cuando se está ante un texto que exige mayor concentración, he descubierto, lo mejor es escuchar a Keith Jarrett. Cualquier concierto de piano sirve. Pero, si uno se pone quisquilloso, hay que elegir sin chistar The Köln Concert. Por mucho, es la mejor entrega del jazzista de Pennsylvania. Eso sí, la portada es engañosa. Gracias al efecto provocado por el blanco y negro de la imagen, Jarrett luce moreno y atabardillado sobre un piano. Pero quien lo busque a través de Google ahora, se topará con un hombre blanco, acicalado, de bigote níveo y sonriente. No intento pontificar sobre música: mi exquisitez, temo decir, pasa del jazz a Joan Sebastian, Juan Gabriel y Vicente Fernández, haciendo parada en Chico Che. Pero no hay que ser un experto para reconocer que Keith Jarrett es un genio.

No es casualidad que durante años tocara junto con Miles Davies, ni que grabara más de diez discos de música clásica (diferentes sonatas y suites de Bach, Mozart y Handel).

Pueden verlo aquí y acá y con Chick Corea tocando a dos pianos. Las falanges de Jarrett se dislocan tonalmente. Técnicamente es impecable aunque cuando toca clásica, he de admitir luce afectado. Uno de los comentarios al video en YouTube, socarranomente, dice algo así como: "el tipo le está haciendo el amor al piano". Y otro, con menos saña, añade que: "Jarrett desaparece para hacerse música". Una y otra metáfora son afortunadas. Sí: lo de Jarrett es casi orgásmico. A la música, le siguen pujidos y gemidillos que la hacen más sabrosa. Jarrett se convulsiona, gesticula, patalea y jadea con ritmo inmejorable. Sí, también: es difícil distinguir si el instrumento es el lánguido pianista de aires "birutescos" o el elegante armatoste negro que lleva y trae a Jarrett de un lado para otro del banquillo. Para no faltar al cliché del genio, a Jarrett le sobran extravagancias. Es un autoexiliado: pasó diez años sin dar un concierto en Norteamérica. Es obsesivo: cuando decidió dedicarse a la música contemporánea, abandonó por completo el jazz. Es arrogante: ante la pedantería del gremio, decidió componer su propia música de orquesta. Más o menos así nació Spirits. También es conservador: enemigo declarado de los instrumentos musicales electrónicos . Pero, cuando toca, Keith Jarrett es un histérico. Hasta el grado en que, según Wikipedia, ha detenido conciertos, ya por gente tosijuda, ya por sospechar que alguien en el público lo grababa. ¿Por qué la arrogancia de los genios? Y uno está ahí sentado, sin muchas habilidades, escuchando los acordes de la primera parte del famoso concierto de 1975, imaginando cómo habría silenciado un estornudo de haber estado ahí, e intentando traducir un texto tardoescolástico acerca de la libertad y la acción voluntaria, cuando mi vecino de mesa en la biblioteca toca mi hombro pidiéndome que le baje el volumen a mi iPod. "No friegues", pienso; "ni que fueras Jarret".

viernes, marzo 4

Primitivo: fuego, juventud, memoria


Según Nietzsche, hay tres formas de hacer historia: anticuaria, monumental y crítica. A diferencia de las otras dos, cultas cada una a su manera, la anticuaria fluye de manantial humilde; se origina en el corazón y en el instinto. Su motivo es piadoso: busca crear una memoria de acontecimientos que se han diluido o están por diluirse. Desenterrar las raíces, contar la vida cotidiana de un pueblo, del hombre común. Ponderar sus rituales y creencias. En suma, rememorar el terruño. No sirve para hacer, sino para restaurar el ser; no construye, instruye. Su manifestación más espontánea, al decir de Luis González y González, es la microhistoria.

No hay razones para hacer microhistoria: sólo sentimientos. Sentimientos que apuntan a la añoranza de volver al origen, a lo primitivo. Su objeto de estudio no es la esdrújula Patria, donadora de poder y honra, sino la Matria, regazo nutricio en el que se abreva identidad. La microhistoria es conservadora: salva del olvido las creencias y modos de vida de los antepasados; pero también, revolucionaria: hace consciente al lugareño de su propio pasado a fin de vigorizar su espíritu y hacerlo resistente a formas políticas alienantes.

A mi modo de ver, microhistoria es precisamente lo que hace el cineasta tailandés Apichatpong Weerasethakul en su proyecto audiovisual Primitive (integrado por siete video-instalaciones, un libro y dos fotografías), que se expone en el Museo de Arte Contemporáneo de la UNAM hasta finales junio.

Primitive es una reconstrucción metafórica de Nabua, una pequeña aldea al noreste de Tailandia que fue asolada por el ejercito durante la década de los sesentas y ochentas. Es, asimismo, una fina denuncia del olvido histórico impuesto y autoimpuesto. Nabua es un trasunto de la tormentosa situación política que se vive en todo Tailandia. Un botón de muestra: en el segundo video de la instalación se ve una impactante lluvia de rayos -símbolo de los espíritus de los antepasados- cayendo a unos cuantos metros de distancia de los aldeanos, quienes no se inmutan en lo más mínimo.

Sin embargo, Primitive también es una mirada a la juventud tailandesa, rebosante de vida: Apichatpong ve en ella la posibilidad de cumplimiento de los ideales de sus padres y abuelos, asesinados injustamente. En el primer video de la instalación (“I´m still Breathing”) se ve un grupo de jóvenes corriendo tras un esfera envuelta en fuego; la fuerza vital originaria: el impulso primitivo del instinto.

El tema de la reencarnación juega, de igual forma, un papel preponderante en Primitive. La responsabilidad moral no solo es por la vida presente sino por las vidas que se han vivido y las que se vivirán: cada existencia está ligada a otros destinos. De ahí que el video principal de la instalación, que lleva por título precisamente Primitive, cuente la historia de una máquina del tiempo y de un hombre que asegura poder ver sus vidas futuras y pasadas.

Como en otras obras suyas, el sonido ambiental resulta protagónico. Esto se debe a que, para los animistas, los espíritus pueden transmigrar a insectos, plantas, animales.

La microhistoria nace normalmente del amor, decía don Luis. Eso es Primitive: el amor de un hombre por Nabua, símbolo de esa Tailandia profunda y originaria de su infancia; la Matria. La nostalgia por recordar las vidas pasadas.

martes, enero 18

Experimento literario sobre lo sombrío

Chungabwamba:

La estructura política y jurídica de la Iglesia que se prestó al abominable secreto sigue incólume (al menos en su esencia). Algunas de las autoridades que fueron cómplices de Marcelo y otros pederastas siguen en la Curia. Y aún no se ha hecho una purga a la altura de los gravísimos delitos que se han cometido (o al menos yo no la conozco). Por otro lado, pervive la gravísima división entre Reino (Papa) y Gobierno (cardenales corruptos, altos mandos eclesiales sobornables, grupos laicos y religiosos de poder, etc.) dentro de la Iglesia. El poder en una estructura monárquica (jerárquica) siempre -para bien y para mal- se encuentra dividido. ¿No habría que resolver primero esto para poder discernir responsabilidades y luego pensar en la canonización de Nicolás IX?

No dudo de la vida heroica y virtuosa de Nicolás IX. Pero sí creo, junto con D'Alembert, que se hizo demasiado pronto, sin haber resuelto otros gravísimos temas que sí le incumbieron, aunque sea indirectamente.

Además: ¿no representa al menos una grave imprudencia no haber atendido las denuncias, suplicas y cartas de los afectados que sí llegaron a sus manos? ¿no conocía Teódoulo la cantidad enorme de quejas en contra de Marcelo (y todas en el mismo sentido) y de otros?

Sobre la última pregunta, D'Alembert afirma sin rebozos que sí.

O dicho de manera radical: ¿qué relación hay entre la estructura jerárquica-moderna-híperburocrática-unilateral de la Iglesia (que se canonizaría junto con Nicolás IX) y la mentira? ¿Es esencial, es accidental?
Douglas-Spartacus:
Al final, todo acaba reduciéndose a un juego de papas calientes con tal de exonerar a los hombres de blanco. Sí, todos podemos estar de acuerdo en que los 'malos del cuento' son Mariano Tomalo, camarlengo; Sestiano, secretario de Estado y Lubliuwcz, secretario personal del Papa. Ellos son los principales intrigantes y conspiradores (mentirosos, encubridores, cómplices y, por tanto, criminales ellos mismos). Sestiano sigue allí, como Decano del colegio cardenalicio (de morir Alejandro VII, él gobernaría la Santa Sede en el interregnum), Tomalo en un tranquilo retiro y Lubliuwcz ¡apacentando a los millones de fieles de la arquidiócesis de Latveria (al tiempo que da entrevistas y vende libros sobre su cercanía con el anterior papa)!

Ésas son las personas que están detrás de la beatificación, ésa es la estructura de poder perversa que sigue allí y quiere autojustificarse. Allí está el problema, más allá de un gran hombre, gran pastor y gran místico que, sin embargo, en el mejor de los casos, fue un pontífice autoritario, ofuscado y ensoberbecido al punto de poner sus amistades y su vocación por encima del bienestar de su rebaño, la Iglesia universal.

lunes, enero 3

Experimento sobre la razón y la religión


El siguiente cuento presenta una posible conversación de Año Nuevo entre dos amigos que ha mucho no se han visto. Así que deciden felicitarse y hablar de tonterías. Aunque no sea de mucho interés, lo escribimos igualmente.

Cateto: ¡O Feliz Año, Mileto!

Mileto: ¡O, Cateto, hijo de hombre!

Cateto: ¡Hola, hola!

Mileto: Felices Navidades a ti, y un año muy feliz, feliz.

Cateto: ¡Muy igualmente!

Mileto: Y a tu esposa, también, que ya no eres solo, sino “una sola carne”.

Cateto: ¿Andas de vacaciones? ¿Anduviste?

Eso es. Ahora pienso en bivalente.

Mileto: Ya no. Ya no.

Cateto: Cosa rara.

Mileto: Anduve muy vagamente.

Cateto: ¡O!

Mileto: El 27 entré a Ejercicios Espirituales Ignasianos.

Con el Chumgabwamba.

Cateto: Yo he estado de flojo estos días; no sé mucho por contarte.

Lo más excitante que me ha pasado hoy es que compré café colombiano.

Está bien rico.

Mileto: Jajaja

¡Amigo, todo es gracia!

Cateto: Yea!

… ¿Y esto?

Mileto: ¿¡No es así!?

Estoy consolado, amigo.

Muy mucho.

Podría, querría salir a gritarle a los hombres el consuelo

La necedad del mundo.

Cateto: ¡Vaya! ¿A ver?: ¿cuéntame déso?

Mileto: La grandeza del amor.

El sufrimiento de los hombres, esa que es la gran maravilla del Universo.

Porque mereció que un Dios lo abrazara hasta facerlo suyo todo.

Y hacer nuevas todas las cosas

Que una luz ha aparecido en lo alto.

Cateto: ¡Tu-wow!

Mileto: Y se ha hecho niño de hombre.

Cateto: Te escuchas muy impresionado

¡Qué bien!

Has tenido una buena experiencia desde el 27, entonces…

¿Cómo salió eso?

Mileto: Sí, Kid.

Conocí a Jesús, a quien sólo sabía de oídas.

Confirmamos que es hora del Año de Gracia ahora.

Cateto: ¡Jópetas!

Mileto: Que el Reino verdaderamente está aquí, entre nosotros.

Cateto: ¡Pero vaya, Mileto!

Cuéntame con orden y así.

¿A dónde fuiste?

¿Y qué vas a hacer ahora?

Mileto: Jajaja

A ver.

Mileto: En El Sotanillo, la iglesia de los Misioneros del Augusto Corazón, nos reunimos Chumgabwamba y yo, y Alexander y otros dos.

Alexander preparó y presidió los EE EE.

Mileto: Siguiendo rigurosamente las indicaciones del propio Ignasio

Cateto: Oh, genial. ¿Y con todos los ejercicios de los sentidos y toda la cosa?

Mileto: De apoyo: Rahner, en sus meditacionnes sobre los EE EE.

Cateto: A priori, imaginaría que esas “metodologías” no te interesarían demasiado…

Pero suena muy bien

Mileto: Y luego una selección de textos para las meditaciones, rompemadres.

Agustín, Boff, el Proslogion

Cateto: ¿Había meditaciones? ¿Cómo son?

Mileto: Individuales, con un guión rígido a ese efecto redactado por Ignacio (increíblemente flexible, por otro lado).

Cateto: Oh.

Mileto: Hay meditaxiones y contemplaciones.

Cateto: O sea, ¿ascesis y mística?

Mileto: En unas: tocar, palpar, sentir la vida del Nazareno, el pecado y sus consecuencias, el significado de la Encarnación, etc.

En las meditaciones, atraerlo a la vida propia y según las circunstancias concretas.

Mileto: El proposito de los EEEE es, a través de una experiencia inmediata de Dios en la propia vida, discernir su voluntad para ella.

Cateto: Esta pregunta sonará un poco fragmentaria y altiva, lo siento.

Pero: ¿funciona?

Mileto: ¡Ya te digo yo!

Cateto: Buah.

Mileto: jajaja

Cateto: Es que eso de los Ereignis y la experiencia nunca he entendido cómo se come.

Mileto: jajaja

No se come.

Dejas que te coma.

Cateto: Por eso. Pero: ¿el qué? Bueno, al menos te tomo la palabra: funciona, pues. Hay una experiencia. ¿Y luego?

Mileto: El Viento.

Te toma.

Cateto: Olvídalo: no vamos a empezar aquí a jugar yo al descifrador de San Jaun de la Cruz; mejor dime qué sigue. O sea: adónde te lleva el viento…

Mileto: A Amor.

Cateto: Sí, pues, por eso… ¿Y luego?

Mileto: Te revela cosas. Cosas como que el Logos ha sido crucificado.

Y puesto en su sitio Ágape.

Y la forma esencial del mundo es Ágape.

Desde ese nunc-stans. Ese ahora trascendente.

Cateto: Bueno, ¿y ESO cómo se come, ahora?

Mileto: El tiro de dados ha jugado a nuestro favor en el último turno.

Cateto: jeje

Sigo de acuerdo, pues.

Mileto: No cambia nada.

Cateto: ¿Y ahora?

Ah: ¿es una revelación puramente interior?

Mileto: Pero todo significa algo nuevo.

Cateto: ¿Es cuestión de Weltanschauung?

Mileto: No. Comunitaria y sólo comunitaria. Experiencia eclesial.

El Reino entre nosotros no significa que dejemos de ser pecadores, infelices o de sufrir.

Cateto: Bueno, entonces seguimos en las mismas

Sin una “comunidad eclesial” no se puede ser cristiano.

Mileto: Sino que todo eso se inscribe en un sistema más grande, donde no estamos solos.

No. El cristiano NUNCA está solo.

Cateto: Genau.

Mileto: Porque, aun cuando lo estuviera, lo único propiamente cristiano es Cristo, una persona. Y el tal cristianismo es esa relación con esa persona. Y, en ella, con la creación entera.

Cateto: Bien, de acuerdo

Mileto: Y, bueno.

Cateto: Y, bueno: ¿qué?

Mileto: Hemos sido amados.

Cateto: Pues sí.

Mileto: Eso significa todo esto.

Y nada más significa nada.

Cateto: Pero eso es justo, Weltanschauung. ¿Y la vida fáctica?

Si el cristianismo empieza en acontecimiento, ¿no tiene que volver a acontecimientos?

Mileto: Es que no se qué sea esa palabrota.

Sí, claro: en la vida fáctica sucede el Reino, sí.

Y más bien en obras que en construcciones especulativas, claro.

Cateto: Eso.

Mileto: Y todo es gracia.

Cateto: Por eso: ¿y qué sigue en ese todo?

Mileto: Al final, todo esto o se traduce en praxis o muere.

Cateto: ¿Cuáles son los planes para el año?

Mileto: Así, el consuelo de Dios es que los hombres nos lo demos unos a otros.

Y la salvación de Dios es que nos rescatermos, desde aquí, construyendo aquí las avenidas y las catedrales de Jerusalén eterna.

Cateto: ¿Y cuáles son las avenidas que harás este año?

Mileto: Ah, eso. 1) Recuperar mi esquina de la Iglesia. Mis amigos.

Cateto: Je: “eso”.

Mileto: 2) En Iglesia, lo demás ya se verá.

Cateto: ¿?

¿Qué es “esquina”? ¿Y qué: “en Iglesia”?

Mileto: Este rinconcito de la Iglesia que somos nosotros, nuestra comunidad de fe, de la que hemos de ser protagonistas. Tú, y yo, y los nuestros amigos queridos.

Y los que vengan. Y lo que venga. Que no será gran cosa, claro.

Cateto: Bueno, pero eso es casi una tautología.

Mileto: Y que participará más de la inutilidad de la Cruz que de la gloria.

Y que será Biutiful.

Cateto: ¿Qué sentido tiene recuperar el rinconcito que ya somos?

Mileto: Reencontrarlo. Acuérdate de Chesterton.

A veces hay que darle la vuelta al mundo para descubrir que nuestra casa es nuestra casa.

Cateto: Eso sí: totalmente.

Mileto: Oye, te quiero.

Perdona la distancia.

Cateto: Pero quiero decir… Bueno, no sé qué quiero decir.

Supongo que mi pregunta es qué sentido fáctico dar a la vida, hoy.

Mileto: Encontrar la manera en que la propia vida, nada menos, ha de participar de la impotencia de la Cruz. Creativamente. Desde la libertad que Jesús inauguró para nosotros.

Cateto: Hmmm… No sé qué hacer con esas cosas. Creo que tocas la médula: “creativamente” no es algo por hacer.

Mileto: ¿?

Cateto: ¿Es lo de Schopenhauer, no? El talento es darle a un blanco al que nadie puede darle; el genio es darle a un blanco que nadie puede ver. Quizá la cosa es ahora pasar al estadio ético de Kierkegaard, el de “el marido” anónimo, etc, y empezar a vivir ahí. Yo qué sé.

Mileto: Es que esa es la libertad: teniendo el ejemplo de la vida de Jesús, decidir nosotros el bien y el mal, en cada caso, y elegir siempre el bien.

Ser hombres, pues, a cabalidad.

Cateto: Sí, bien, todo es siempre más fácil y difícil de lo que parece

Mileto: No. No el estadio ético.

Es una libertad encarcelada, esa. Sujeta a la ley.

Cateto: En eso no estoy de acuerdo.

Mileto: Con ella construyes sociedades, Estados, instituciones, órdenes sociales. No el Reino.

Cateto: Me parece una dialéctica profundamente inútil, ésa, entre “ley” y “persona”.

Mileto: Ese se construye en el estadio religioso.

Cateto: Al final nada sale de ahí, excepto estar acorde al discurso de moda progre de hoy.

Mileto: San Pablo. Dostoiewski. El Gran Inquisidor.

Cateto: Hace años en el kibbutz hubo un seminario de Kierkegaard; yo no podía tomarlo, lo tomó el Páramo.

Mileto: En eso estoy pensando.

Cateto: Decía que no hay que interpretar dialéctica-contradictoriamente esos tres estadios.

Más anti-ley es Tolstoy, por lo demás. ¿Lo has leído? Ese tío sí que era un cristiano-joaquinista-anárquico, al final…

Mileto: De acuerdo.

Cateto: Por lo demás, ¿conoces al estoico Hierocles?

Mileto: Sí. No estoy de acuerdo con él. [Mileto parece referirse aquí a Tolstoy, no a Hierocles.]

Cateto: Quizá te gustaría. [Cateto, en cambio, a Hierocles.]

Mileto: Creo que es hermoso, e inútil, su cristianismo. [Tolstoy.]

Cateto: Tiene una propuesta de la ética como una serie de círculos expansivos… no es cristiano, pero está lleno de ideas y cosas chidas… [Hierocles.]

Mileto: Que es, ademãs, un andar a tientas en la niebla. No tiene la irreductible claridad sencilla de Jesús y su doctrina.

Cateto: Yo creo que él diría justo que él sólo se dedica a señalar esa irreductible claridad.

Cada vez creo más que “la cosa” de hoy es una teoría de la argumentación.

Mileto: Es reduccionista.

¡Atxis!

Cateto: ¿?

Mileto: Ahora te perdí yo.

Cateto: O sea: ¿cómo se puede dialogar? ¿Entre cristianos? ¿Entre cristianos y no cirstianos?

Mileto: ¿Y qué tiene que ver la Lógica con el Reino?

Te leo.

Cateto: ¿Qué es la lógica del reino?

Mileto: ¿¿¿???

Ah, ya.

Cateto: O sea: cuando me dices todas estas cosas ¿qué tengo que entender yo?

¿Se las puedes decir a alguien más?

Mileto: No había leído una línea tuya.

Cateto: ¿Tu experiencia en el Sotanillo es un puro privilegio?, ¿lo puedes compartir?, ¿puedes twittear sobre nuevas ontologías a partir de eso, de Ereignis?, ¿te interesaría siquiera hablar de ontologías?, ¿tiene sentido un discurso de estructuras fundamentales?, ¿y cómo hay discurso, sin ellas?, ¿hay, pero no compartido?

Mileto: Como siempre, sí, y no. Es una experiencia comunicable. Pero individual.

Lo es en su universalidad. Porque lo más divino es a la vez lo más humano. Nadie se es, siempre, ajeno. Ya no.

Cateto: Bueno, quizá sería más fácil retrotraerlo a eso de Kung y Ricoeur. Podría leerse, acaso, como “putiza” de Ricoeur a Küng. Pero me parece una lectura muy triste; más bien: algo así como inane

Mileto: Creo que Boff da la clave de este problema hermenéutico. Una experiencia de Dios es, por fuerza, individual, y como tal íntima e inefable. Pero, a la vez, su poder transformador del hombre (divinizante), lo hace conmensurable. Porque se da en el marco de las experienciass humanas comunes, fundamentales.

Cateto: Pues eso es lo que a mí me interesa ahora: ese “marco” de las posibles experiencias comunes. Creo que lo importante es aclararlo, para reintegrar el discurso religioso en el mundo. “Cómo integrarlo” es otra cosa; lo que me pica es si se puede hacer ver que puede integrarse, que vale la pena, que tiene “sentido”.

Mileto: Y es, así, “contagiable”: como invitación a que el otro la haga, desde él mismo: “Haz la prueba y verás”. ¿Qué? Qué bueno es el Señor.

Cateto: No sé cómo casa eso con lo que decías de la “crucifixión del Lógos”…

Mileto: Todo.

Cateto: ¿Todo qué?

Mileto: Porque si es así, expresarlo en términos de Logos (discurso, aproximación epistémica), no basta: sirve, en tanto que conduzca a Ágape. Pero jamás se queda en la crítica, en las condiciones de posibilidad, en ese marco.

Cateto: Eso ya es vivirlo.

Mileto: Sino que irrumpe. Es práxis. Encarnación. Acción histórica (impotente, como el Nacimiento, como la Cruz).

Cateto: A mí me interesa el sentido de poder hablar como cristiano en público. O sea, me encanta lo que dices. La cosa es, me pregunto, si puede hablarse déso en el Agora.

Mileto: Pero que reordena místicamente, la Creación a su origen y fin.

Sí. Se puede.

Cateto: O si, como a San Pablo, y a Dostoevsky y al Pseudo-Dionisio y compañeros anselmianos, nos mandarán a freír espárragos.

Mileto: Corriendo la suerte de Pablo en el Aréopago.

Eso. Eso mismo.

Cateto: Sí, bueno, eso pasará hagamos lo que hagamos

Mileto: Porque el Ágora está montada en el Lógos.

Cateto: También la creación, pues.

Mileto: Y Dios mostró estulta la sabiduría de este mundo.

Por eso, en el Mundo, somos idiotas.

Cateto: Sí, bien, eso creo que hay muchas maneras de entenderlo.

Mileto: Y si no nos mandan a tomar por culo, entonces no estamos predicando al Cristo que los hombres, los poderes de este mundo, su Ley, su religión, crucificaron.

Cateto: Para decirlo rápido, tengo cierto recelo a la lectura de Milbank. También creo que hay maneras y maneras de mandar a tomar por culo.

Mileto: Si nuestro discurso no incendia, no merece llamarse cristiano porque le falta, precisamente, Jesús. No conozco a Milbank. ¿Quieres explicareme un poco?

Cateto: Mi temor es: leer tan literalmente eso de la estulticia del mundo que pretender que el cristianismo no sea un discurso “racional”, por decirlo de algún modo. O vivir como esos “locos” orientales, que manifiestan el mensaje cristiano en su locura. [Cateto se refiere aquí, probablemente, a yurodivy.] En resumen: cualquier versión de doble verdad, cualquier separación del cristianismo del mundo de la razón… O al revés: creo aún en eso del cristianismo como “vera philosophia”.

Mileto: Ya. Es que el Logos no basta para conocer al hombre mismo.

Cateto: ¿Cuál Logos, dices aquí?

Mileto: De ahí que rechace lo que le es más íntimo: serle ajena hasta su vida, estar pendiente de Dios.

El de los filósofos.

Cateto: Tampoco me divierte esa separación del “dios de los filósofos” y el “Dios cristiano”.

Mileto: Por eso, el Evangelio es, ante todo, una antropología: un tratado sobre el hombre; sólo luego lo es sobre Dios.

Cateto: Como si los filósofos vivieran en su teatrito de marionetas, adorando sus conceptos. Eso me suena también inane.

Mileto: Así es, though.

Cateto: Esa es una afirmación.

Mileto: Dime a qué han llegado los filósofos. Qué es su Dios.

Cateto: Pero bueno: ¿no piensa, por lo demás, lo contrario, Anselmo? ¿Y San Pablo, en los Romanos?

Es que, a la sazón, no hay “los filósofos”, como no hay “las frutas” Cada quién llega donde puede. Que algunos lleguen a alguna cosa, de acuerdo. Que algunos adoren conceptos, de acuerdo. Pero no es igual Anselmo que Spinoza ¿o sí?

Mileto: No es, ni en las elaboraciones cristianas del Dios de los filósofos, una persona, a la que amar u odiar, que interpela y exige tomar partido, encarnado y actuante en la Historia, preocupado por la suerte de los hombres.

Cateto: Buah, de acuerdo, si quieres aun en algunos filósofos cristianos. Pero no en todos.

Mileto: Anselmo es grande.

Cateto: ¿No verías algo distinto, por ejemplo, en los sermones de Eckhart, tal vez?

Mileto: En su Proslogion, en efecto, elabora un buen argumento. Pero no el ontológico, que es simpático e inútil. Sino en el antropológico, donde no argumenta nada, sino su propia experiencia. En su invocación inicial hay más verdad que en todo el argumento.

Cateto: Bueno, pero tampoco se trata de escoger el “argumento ontolígico” y de ahí derivar el “dios de los filósofos”.

Mileto: Desconozco a Eccart.

Cateto: Bueno, pues las mismas invocaciones aparecen en Escoto. O en el comentario de Tomás al Credo, donde dice lo mismo que tú, más crudo: hay más verdad en un insecto que en la mente de todos los filósofos. O sea: que los filósofos cristianos bien conocen su limitación. So?

Mileto: De acuerdo. Pero es la parte de la que el Logos más raciocinante pasa de largo.

Cateto: Eso no elimina el valor de los discursos

Mileto: Claro que no.

Cateto: Bueno, por eso digo: una teoría de la argumentación que entienda que hay un sentido de lo religioso, aun si no lo entiende; o mejor: una teoría de la argumentación que sea a la vez una crítica a la reducción a ese sentido “más raciocinante”. Como Taylor, etc. con lo que, creo, llegamos al punto en común, al fin ¿no?

Mileto: Lo que digo es que haríamos mejor en buscar los argumentos que subyacen a las invocaciones que en los argumentos propiamente dichos. Sí: punto común, al fin.

Cateto: Lo que yo querría añadir es que eso supone un marco común a ambos: precisamente el momento en que llamamos a ambos “argumentos”.

Mileto: Mi tentación: cierto irracionalismo impaciente, despreciando las posibilidades de la sola ratio.

Cateto: Es una cuestión relativamente sencilla, en el fondo: se puede hablar con sentido no sólo desde la razón de instrumentos.

Mileto: Tu tentación: el racionalismo sistematizante y reduccionista.

Cateto: Sí.

Mileto: Ambas, aquí bien libradas.

Cateto: Pero yo diría más bien el sistematismo: justo lo que quiero es evitar los reduccionismos; y tú justo lo que quieres es, bueno, una razón de la vida, lo que elimina el fondo de irracionalismo. Así que, eso: punto común.

Mileto: Bien.

Cateto: En cuanto acabe con las cosas actuales tengo un par de ideas para empezar a estudiar esas cosas.

Mileto: Deberíamos publicar esta conversación en Hapaxes, a modo de diálogo. Nos quedó fantástica. Platón nos abrazaría.

Cateto: Lo que entendí de Milbank, pero acaso esté yo mal, era como algo al revés: un intento de tomar la teología como primer saber, de modo que toda racionalidad discursiva debía cobrarse desde ella… Algo chistoso.

Mileto: ¡Edítala!

Cateto: jajajaja

Mileto: ¡Hazlo!

Cateto: Pero son sólo sugerencias, Mileto. ¿Qué hacemos con esto? Valdría más tener de verdad es blog privado de discusión del que hablábamos en Camboya. Aunque fuera como un “regulador metodológico” contra nuestros imprompta… ¿no?

Mileto: jaja

Sí. Pero me temo que nos falta la sistematicida requerida para armarlo. A mí, sobre todo.

Y a Chumgabwamba, también.

Cateto: ¿Por? Lo hacen bien en twitter y facebook, así que esto no debería ser tan difícil…

Mileto: jajaja

Porque en uno y otro alimentamos nuestro ego. Vanidad, motor poderoso. En privado, no hay tal motor. Verdad sea dicha.

Cateto: ¡En privado es como MÁS se alimenta el ego!