martes, septiembre 26

La poesía se dice pero ¿qué es decir?

Decir: hacer.

I

Entre lo que veo y digo,
entre lo que digo y callo,
entre lo que callo y sueño,
entre lo que sueño y olvido,
la poesía.
Se desliza
entre el sí y el no:
dice
lo que callo,
calla
lo que digo,
sueña
lo que olvido.
No es un decir:
es un hacer.
Es un hacer
que es un decir.
La poesía
se dice y se oye:
es real.
Y apenas digo
es real,
se disipa.
¿Así es más real?
II
Idea palpable,
palabra
impalpable:
la poesía
va y viene
entre lo que es
y lo que no es.
Teje reflejos
y los desteje.
La poesía
siembra ojos en la página,
siembra palabras en los ojos.
Los ojos hablan,
las palabras miran,
las miradas piensan.
Oir
los pensamientos,
ver
lo que decimos,
tocar
el cuerpo de la idea.
Los ojos
se cierran,
las palabras se abren.


Octavio Paz

martes, septiembre 19

Busqueda y espera

El denodado, el sempiterno ingenuo
encuentra intolerables nuestras dudas.
Declara llanamente que nuestro mundo es llano
y que sus hondas simas son fábulas de niños:

"Si de verdad hubiera dimensiones
otras que las dos buenas de antiguo conocidas,
¿cómo podría el hombre vivir desprevenido?
¿Dónde podría un hombre estar seguro?"

Para alcanzar la paz tan deseada,
¡dejádnos que borremos la dimensión sobrante!

Que si lo denodados son sinceros de veras
y mirar al abismo es peligroso,
entonces la tercera dimensión es inútil.


Joseph Knecht, Magister Ludi de Castalia

viernes, septiembre 15

Paradoja

Colegas:

Ante todo quiero pedir una disculpa por el desliz de haber publicado en tan honrroso sitio un retazo de versos tan malparidos. Reconozco que me dejé llevar. Fui un loco.

Me hago cargo de que pedir disculpas no basta: hace falta reparar. Por tanto he decidido publicar otro texto que, si es de su placer, podríamos comentar junto con los demás en la próxima reunión de nuestro "Affaire".



Paradoja

Érase este el hombre sabio. Todo lo había vivido y no existía sendero que recorrido sus plantas no hubieran. Un día se dijo a sí mismo, como quien hace autobiografía y testamento en cada verso, a sabiendas de que cualquier palabra puede ser la última pronunciada (entonces se dicen las cosas a conciencia y en cada frase se deja una rebanada de corazón):

Tan lejos fui
en la senda
de mi blasfemar
que con Dios mismo
llegue a conversar.

Fue tal mi osadía
al pronunciar
la herejía
que alcancé
la vía de la
ortodoxia.

Eso se dijo, y se dijo bien. Pues tan todo había probado que sabía ya, como sabe por viejo el diablo, que en tanto desatinar tendría que terminar por acertar. Fue el más audaz de todos los hombres: anduvo tan errado que terminó por reconocer que nada había más errado que seguir suspirando con todos, como lo hacen todos, porque lo hacen todos: fue así que suspiró. Y estuvo en lo correcto.

jueves, septiembre 14

Goethe: la opinión madura de un sabio esteta.


3 frases celebres del gran poeta de Frankfurt; la tercera le encantará a Juan Manuel: define su vida.

1) "Estamos aquí para tornar imperecedero lo perecedero; y esto puede suceder sólo si se saben valorar ambas cosas."

2) "Obrar es fácil, pensar es difícil; pero obrar según se piensa, es aún más difícil."

3) "Todos los días debiéramos preocuparnos por escuchar buena música, leer hermosos poemas, extasiarnos en lindas pinturas y hablar palabras razonables."

Johann Wolfgang Goethe.

Estrellas calientes

Son calientes las estrellas que se cargan en el pecho.
Es preciso hacer acopio de estrellas
para cuando,
sobre el lecho,
no haya noche sino techo.

Vale la pena estrecharlas
como quien lo hace
con su hermano.
Son recuerdos,
ráfagas de nube,
países flotando silentes
e islas,
grajeas de luna sangrienta.

Usos, mil tienen.
Desde el calor interno cuando es preciso
hasta la íntima luz del silencio.

Si bien
estrellas, estrellas dictadoras nos gobiernan
qué mejor que sean estas,
las que son tan nuestras,
a aquellas frías constelaciones de polvo gravitante.

Que la claridad se haga,
íntima morada cuando no queda sino nada.
Que la noche no brame siempre.

miércoles, septiembre 6

Descripción folklórica de la ruta a casa de mi madre.

Extiendo mi brazo hacia el frente con la mano en una posición cualquiera para, imitando el saludo que de lejos se hace a un conocido no muy cercano, detener –“hacerle la parada”, en lenguaje coloquial – al microbús. Como por arte de magia el inmenso cacharro, mugiendo, rechinando, se detiene. El conductor me mira de soslayo; sus ojos denotan indiferencia. Experimento, desde mi arribo, un ambiente enrarecido. Un pequeñín –de no más de 10 años – recibe el dinero que cubre la tarifa con aire confiado, como un ser experimentado en estos avatares. Un primer ataque con la vista: vicio; en el suelo, la plasmación de la ignorancia colectiva: basura a mogollón.

Ya en el interior, observo un pequeño zapato... otro más... ambos colgados, con sus propias agujetas, del tubo trasversal metálico al que se aferran los pasajeros sin fortuna de asiento, y que se sostiene, por sus extremos, de otros dos; éstos, formando ángulos rectos respecto del primero, se prolongan hasta enterrarse en el piso, y se agitan ruidosamente con el traqueteo del camino.

Tristemente –también se podrían utilizar otros adverbios, como: sorprendentemente, trágicamente, lógicamente...–, el asiento donde reposo está remendado con unas placas de hule, mismo material que recubre el piso. Mi asiento es el último, el más lejano al conductor; esto me permite una perspectiva “privilegiada” del abigarrado “ecosistema”.

El camino es tortuoso; el día, agostador, y el olor tremendamente nauseabundo que exuda de todas partes, insoportable. Una combinación folklórica de extremos: yo leyendo a Proust; el conductor, una burda historieta semanal.

Sigamos con los contrastes: al frente, en la parte sobrante del tablero del microbús, a la derecha del “conductor-lector”, un altar digno de una parroquia pueblerina: al centro, un crucifijo de tamaño desproporcionado respecto del lugar donde se encuentra; a un lado y al otro del Cristo crucificado, unos pequeños floreros preñados de flores plásticas de colores inexistentes; colgada del espejo retrovisor, una imagen, adornada folklóricamente con luces y veladoras, de la Madre guadalupana; y toda esta “singular” visión, coronada por un rosario de cuentas baratas y una cantidad pagánica de imágenes pías, más bien feas. Inmediatamente abajo de este “monumento”, un mensaje legible desde todos los ángulos del camión: “Cuidado con el putisas”, sí, con “s”.

Los pasajeros son de variada condición. Lo que más destaca dentro de la concurrida cabina es un par de ancianas medio sordas intentando comunicarse. Lo curioso es que su edad inveterada les permite sustituir frases y enunciados por gestos y actitudes que, no es que sean percibidas por los ojos, ya que son disminuidas de la vista, sino que son intuidas por la razón; de lo contrario, se estarían engañando o estarían actuando. Con estas dos veteranas damas viene un joven -probablemente su nieto-, luciendo su extravagante pelo largo y su playera de un grupo de rock que ya no está de moda.

Ahora, mi vista se ve arrebatada por el pequeñín recaudador que, bajo el monumento clerical descrito con anterioridad, y al lado del “simpático” letrero mal escrito, en un hueco que hace las veces de un asientillo, juega de una manera infantil con sus manos, que tuerce y retuerce lo que le permite su pueril flexibilidad. Su padre, el conductor, le pide de una manera inentendible para el oído, pero clara para la vista por los ademanes y la situación, que organice el dinero que recibe de los pasajeros, lo cuente y lo acomode en conjuntos de monedas homogéneas. Probablemente sepa contar por la exigencia de la vida, pero seguro que no sabe leer. En esos ojitos de mirar café se percibe una madurez impropia de su edad; una “madurez”-retorcida, perversa- que se aparta de la infancia evangélica. Pero la edad, a Dios gracias, le sigue determinando en la mayor parte de las fuerzas de su espíritu, haciendo que, entre pose y pose de “adulto”, se asome la realidad de su fisonomía: la ternura de su niñez.

Sin duda, el pequeño rapaz sabe mas groserías que verbos; la ruda vida que ha experimentado ha sido una mala maestra de lingüística, pero, lo oigo, una gran maestra en el arte de vituperar.

Ahora, mis ojos divagantes se posan en una pareja de enamorados. Ella, de condición humilde - su suéter, pantalones y zapatos me lo dicen-, con los ojos perdidos en los de él. Él, mirando distraídamente sus zapatos, con una facha que pretende estar a la moda, pero que no oculta la mala calidad de su ropa. (La moda, recordémoslo, no sólo implica un sacrificio pecuniario para sus “esclavos” burgueses, sino que también implica un sacrificio de calidad y durabilidad para sus esclavos paúperos, ya que ellos, con tal de tenerla contenta, compran ropa a la usanza que ella exige, sólo que de imitación. El precio que se paga por esta imitación bastarda, no se preocupa por la calidad de hechura y, por tanto, es ropa fashion, pero de una bondad que brilla por su ausencia).

El peinado de él tiene pretensiones de excentricidad y rebeldía, mas, en el fondo, solamente confiesa complejos sociales de pertenencia. Su mirada, más perdida que la de ella, parece no detenerse a contemplar y responder la interpelación que de continuo hacen los ojos de su amada. De pronto se besan de una manera desfachatada, más por sensibilidad y alienación de su casta social que por amor. Los ojos de él, en aquel acto, que en el caso de los verdaderos amantes se desvela, en la intimidad, como donación y reciprocidad, miran, pasando por encima de los hombros de ella, y desembocando en mil futilidades callejeras, con cierta altivez e indeferencia. ¿La ama? ¿No? yo no lo sé.

Continúo con mi expedición ocular y descubro, para mi sorpresa, un personaje multicolor que trae consigo, desde la fantasía, unas misteriosas chucherías que aún no alcanzo a definir. Un momento después, en tono destemplado y trillado -de menos lo repite 100 veces al día- el hombre del arco iris promociona paletas heladas de yogurt a los acalorados pasajeros. Las ancianas, que con bocas resecas intentan comunicarse con aquel fantástico personaje, a través de ademanes y auxiliadas por el “probable nieto”, son las primeras en adquirir esas “delicias heladas”, como refiere el vendedor al promover su ya consabida promoción de helados. Mucha más suerte no tendrá, sólo un par de clientes interesados más y el heladero, al igual que apareció desde los ríos humanos, vuelve a ellos con singular maestría.


De pronto, recupero el control de mis ojos, los devuelvo al redil de la conciencia, y me doy cuenta que he llegado a mi destino, la calle llamada Siracusa. Apachurro apresuradamente un botón, que emite un curioso ruido nasal, para indicarle al chofér mi pretensión de abandonar su trasto; él, embebido determinantemente por el sonido del timbre, detiene, entre ruido de balatas, su gigante de chatarra. Abre la puerta trasera. Bajo, melancólicamente, y me dirigo caminando a Mauritania # 71, donde me espera, con probable impaciencia -eso espero-, mi madre.

La fe verdadera

-Vamos… sal para que pueda verte…, ya sé que estás ahí mi mamá me lo ha dicho. ¿Por qué no quieres que te vea? Bueno… de todos modos te pediré algunas cosas, que desde algún tiempo deseo: Primero, quiero cures a Fify de su pierna, porque desde su lesión ya no juega conmigo; también quiero un muñeco Brad Smith junto con su moto Thunder; también te pido que Alvaro ya no me moleste ni me quite el lunch; y por último, te pido paz en el mundo…

Rosario, su madre, había escuchado cada una de las plegarias del pequeño Guillermín. Orgullosa de la fe de su hijo a tan corta edad, abrió la puerta del cuarto para encontrarlo apoyado sobre sus rodillas, tirado hacia el frente, el peso de su cuerpecillo lo soportaba con sus manos en el suelo. En el rostro de la madre se esbozo una sonrisa. Se acercó a él, tomándolo por las costillas para ponerlo de pie. Lo miró con la asfixiante ternura de una madre, sin control sobre ese sentimiento de alegría desatado por la inocente devoción de su hijo, arrojó la más suave de sus caricias sobre aquellas grandes y rubicundas mejillas, y dijo:

-Es hora de dormir Guillermín.

Prosiguió a arroparlo; arrastrando las sábanas hasta el nivel del cuello de su pequeño angelito. Acto seguido, acercó sus labios a la frente del desconcertado infante para, entonces, plasmar el más amoroso de sus besos. Cerró los ojos, y, confesó:

-De chica, también rezaba todas las noches justo antes de ir a la cama y desde entonces nunca volví a tener un mal sueño. Empecé a hacerlo cuando tenía un par de años más de los que tú tienes ahora. Eso no importa, tú eres especial. Pero… Memito, escuché todo lo que pedías, y no estoy segura si “Diosito” pueda cumplirte cada una de las cosas. Pero si algo he aprendido, es que tarde o temprano Dios nos cumple todo lo que queramos, si tenemos fe en Él. ¿De acuerdo hijo?

Memito, sin pronunciar palabra alguna, asintió. Chayo, como le decían sus hermanas, insatisfecha con la respuesta por el temor de que su hijo pudiese abandonar tan prometedora fe, insistió:

-Si Diosito no te manda tus juguetes, y no cura a Fify, y no hay paz…; no significa que no exista, sino que debes pedirle más y seguir creyendo en Él. Porque Dios tiene muchas cosas que hacer, y entonces no puede…

-Sí, sí, sí ma’... ya lo sé. Por ello no se lo pedí a Dios, sino al Ratón de los Dientes…

Y enseñóle el premolar con sus regordetes deditos.

martes, septiembre 5

Novalis: la nostalgia del infinito.


Fredrich Von Handerberg es un poeta que le canta al infinito. Un poeta enamorado de la trascendencia. En este, su primer cántico espiritual, a través de una profunda descripción del estado anímico en el que se encontraría si Dios no existiera, Novalis explota en una acción de gracias apoteótica, que incluye un abandono confiado (necesario) en la persona de Cristo.

I
Was wär ich ohne dich gewesen?
Was würd ich ohne dich nicht sein?
Zu Furcht und Ängsten auserlesen,
Ständ ich in weiter Welt allein.
Nichts wüßt ich sicher, was ich liebte,
Die Zukunft wär ein dunkler Schlund;
Und wenn mein Herz sich tief betrübte,
Wem tät ich meine Sorge kund?

Einsam verzehrt von Lieb und Sehnen,
Erschien mir nächtlich jeder Tag;
Ich folgte nur mit heißen Tränen
Dem wilden Lauf des Lebens nach.
Ich fände Unruh im Getümmel,
Und hoffnungslosen Gram zu Haus.
Wer hielte ohne Freund im Himmel
Wer hielte da auf Erden aus?

Hat Christus sich mir kund gegeben,
Und bin ich seiner erst gewiß,
Wie schnell verzehrt ein lichtes Leben
Die bodenlose Finsternis.
Mit ihm bin ich erst Mensch geworden;
Das Schicksal wird verklärt durch ihn,
Und Indien muß selbst im Norden
Um den Geliebten fröhlich blühn.

Das Leben wird zur Liebesstunde,
Die ganze Welt sprücht Lieb und Lust.
Ein heilend Kraut wächst jeder Wunde,
Und frei und voll klopft jede Brust.
Für alle seine tausend Gaben
Bleib ich sein demutvolles Kind,
Gewiß ihn unter uns zu haben,
Wenn zwei auch nur versammelt sind.



I
Sin ti qué hubiera sido mi vida,
Qué no me hubiera vuelto yo son ti.
Destinado al temor y a la congoja,
Solo en el vasto mundo no sabría
lo que pudiera amar con confianza,
Y el futuro sería oscuro abismo
Y no tendría a quién decir mi cuita
Cuando me enturbia el pecho la aflicción.

Devorado de amor y de deseos,
Solotario, mis días
Serían como noches,
Y derramando lágrimas ardientes
Iría tras la turbulenta vida,
Inquieto entre el gentío,
Triste y desesperado en el hogar.
¿Quién sin tener un amigo en el cielo
Esta tierra podría soportar?

Pero desde que Cristo
A mi se ha revelado,
Desde que cierto estoy de su presencia
Una vida de luz en un instante
Las tinieblas sin fondo ha devorado,
Con él por primera vez me he hecho hombre,
El ha transfigurado mi destino
Y hasta en el norte las lejanas Indias
Exultan y florecen
En torno del amado.

Sólo quehacer de amor es ya la vida,
Alegría y amor respira el mundo
Y hay una sola llerva milagrosa
Para sanar todas las heridas
Y en cada pecho humano
Palpita libre y pleno el corazón
En cambio de sus dádivas sin cuento
He de ser su hijo humilde,
Sabiendo con certeza
Que siempre que dos fieles se congregan
Él está entre los dos.

lunes, septiembre 4

No exageremos

La posición de Juan es un poco dramática. No hay que hacer tantos aspavientos. Este foro es un medio de expresión cultural y, por tanto, caben en él todo tipo de expresiones humanísticas, ya sean teológicas, literarias o artísticas; ya, filosóficas, económicas, jurídicas o históricas. Siempre y cuando se mantenga una calidad en lo publicado (contenido y forma), me parece que no hace falta acotar los temas que pueden formar parte de este Blog.

Sobre lo de la próxima reunión. Basta con que cada uno publique un texto breve (dos caurtilas a lo más) para que sea leido por todos, y ya.

Hablé con Mauricio y me dijo que en estos días, probablemente hoy, publicará un texto en el Blog. Yo, por mi parte, espero que entre hoy y mañana pueda subir también uno. Ojalá los demás ( Josemaría y nuestro melodramático Juan) puedan publicar sus textos lo antes posible. Y fin del "problemón".

Tuve el atrevimiento de borrar la entrada de Juan, pues no me parecía conveniente que aparecieran en un espacio público sus quejas personales hacia los miembros del equipo. Lo normal, me parece, habría sido que nos las enviara por correo o nos las comunicara por teléfono.Por otra parte, el contenido de la entrada tenía terminajos soeces y de mal gusto. Ginocchio y yo nos vimos sorprendidos al vernos, de repente, inmiscuidos en un texto, donde se nos tilda, diremos, de teólogos románticos. Josemaría aparece como un misantropo. A mí, esto, no me parece lo mejor. En fin, no te guardo rencor Juan (de hecho, sabes que te quiero), pero creo (creemos) que tienes que ser pelín más reflexivo y menos trágico.