Sobre Juan, es decir, Francisco, desde Chest
Esta vez les pongo dos fragmentos geniales del genial Chest en San Francisco de Asís. Sabrán algunos que este santo fue bautizado con el nombre de Juan. Y apodado "el francés" (de ahí Francisco). Y esto no sé porqué me da un cierto orgullo, porque yo me llamo como él. Y como otros dos santos chingones: San Juan, el amado, y el bautista (por quien ayer festejé mi santo).
La cosa es que, después de leer Lolita, de Navokov, necesitaba desintoxicarme. Y brilló en mi librero este pequeño gran libro sobre el santo italiano. Lleno de las hermosas paradojas usuales en la obra del periodista inglés Gilbert Keith Chesterton. Dejo de hablar (de escribir) y los dejo con Chest:
"... algunos hombres no son lo bastante católicos (universales) para ser católicos."
"Los santos son ante todo hombres; la santidad, que es del orden sobrenatural, se apoya en el orden natural. El hombre es el único ser de la creación que puede ser santo, pero no hay dos santos iguales porque cada uno singulariza su santidad según los dones reci bidos. A pesar de estar tan cercanos entre sí en el tiempo, santos como Domingo de Guzmán, Tomás de Aquino, Luis rey de Francia y Francisco de Asis, son muy distintos en su santidad.
Los santos viven en la eternidad y en el tiempo, participan de Dios y de la historia, pero la intemporalidad de San Francisco es más evidente porque su lenguaje, que es del amor y del corazón, llega a lo más profundo del ser humano. La santidad es la plenitud en el amor, pero en la unión con el Amor hay moradas y creemos que el hombre Francisco llegó a la más cercana.
Su figura en el siglo XX adquiere contornos y dimensiones similares a las que tuvo hace 800 años porque el siglo que termina está sediento de amor. Ha bebido el agua en fuentes envenenadas y necesita fuentes puras. Se nos ocurre que el Amor lo ha elegido nuevamente para acercarnos el mensaje que su Hijo, el Verbo Encarnado, nos tregó hace 20 siglos. Las palabras del mensaje son sencillas: "Amaos los unos a los otros como yo os he amado", Si amáis sólo a los que os aman, ¿qué tiene de particular?, ¿no lo hacen también los gentiles? Amad a los que no os aman". Dad de beber al sediento", "lo que hiciéreis con el más pequeño de vosotros conmigo lo estáis haciendo" y "El que quiere ir en pos de mí que tome su cruz y me siga". Palabras extrañas al hombre moderno, pero palabrass de unión de gozo que debemos empezar a balbucear y practicar como si fuéramos niños recién nacidos."
La cosa es que, después de leer Lolita, de Navokov, necesitaba desintoxicarme. Y brilló en mi librero este pequeño gran libro sobre el santo italiano. Lleno de las hermosas paradojas usuales en la obra del periodista inglés Gilbert Keith Chesterton. Dejo de hablar (de escribir) y los dejo con Chest:
"... algunos hombres no son lo bastante católicos (universales) para ser católicos."
"Los santos son ante todo hombres; la santidad, que es del orden sobrenatural, se apoya en el orden natural. El hombre es el único ser de la creación que puede ser santo, pero no hay dos santos iguales porque cada uno singulariza su santidad según los dones reci bidos. A pesar de estar tan cercanos entre sí en el tiempo, santos como Domingo de Guzmán, Tomás de Aquino, Luis rey de Francia y Francisco de Asis, son muy distintos en su santidad.
Los santos viven en la eternidad y en el tiempo, participan de Dios y de la historia, pero la intemporalidad de San Francisco es más evidente porque su lenguaje, que es del amor y del corazón, llega a lo más profundo del ser humano. La santidad es la plenitud en el amor, pero en la unión con el Amor hay moradas y creemos que el hombre Francisco llegó a la más cercana.
Su figura en el siglo XX adquiere contornos y dimensiones similares a las que tuvo hace 800 años porque el siglo que termina está sediento de amor. Ha bebido el agua en fuentes envenenadas y necesita fuentes puras. Se nos ocurre que el Amor lo ha elegido nuevamente para acercarnos el mensaje que su Hijo, el Verbo Encarnado, nos tregó hace 20 siglos. Las palabras del mensaje son sencillas: "Amaos los unos a los otros como yo os he amado", Si amáis sólo a los que os aman, ¿qué tiene de particular?, ¿no lo hacen también los gentiles? Amad a los que no os aman". Dad de beber al sediento", "lo que hiciéreis con el más pequeño de vosotros conmigo lo estáis haciendo" y "El que quiere ir en pos de mí que tome su cruz y me siga". Palabras extrañas al hombre moderno, pero palabrass de unión de gozo que debemos empezar a balbucear y practicar como si fuéramos niños recién nacidos."
(Chesterton, Gilbert Keith; San Francisco de Asis. Traducción de Manuel Mercader. Única edición. Ed. Carlos Lohlé. 1988. Buenos Aires, Argentina.)