miércoles, septiembre 19

Cronos, Kairos y Ephapax.

Poca sustancia ha tenido el tiempo en estos días. Por lo menos en mi vida.

Sé que la sucesión de instantes cronológicos ha sido la misma - y será la misma siempre. La geometría no engaña. Pero el peso de cada instante ha variado; cada uno de ellos ha tendido, sostenidamente, a hacerse más liviano.

Los griegos distinguían entre un tiempo matemático, contable – la medida del movimiento –, llamado cronos, y un tiempo existencial, subjetivo, llamado kairos. Éste es el tiempo ético, tiempo accidentado por el espacio, las conveniencias y los fines; por las pasiones y las acciones; tiempo arcano, de oportunidades y adivinaciones: el tiempo de la fortuna y la navegación. Por el hombre existe el kairos; él mismo es kairos. Aquél, por el contrario, es metálico, inquebrantable, irremisible, irredimible, anónimo; tiempo geométrico: causal. El primero es creado (¿descubierto?) por la inteligencia del hombre como medida del movimiento, y el ya no puede controlarlo; lo trasciende. El segundo es su peculiar modo de existir.

El tiempo cronológico es objetivo. En él las cosas son buenas o malas, eficientes o ineficientes. El kairos, en cambio, es prudencial: se habla de conveniencia, de rectitud, de utilidad, de la mejor o peor elección; jamás de bondad o maldad absoluta.

Cronos corre libre por los objetos afectándolos externamente, acariciándolos con insistencia eterna. Kairos es la existencia de lo consciente, la presencia expresa del transcurrir, que se puede decantar por la esperanza o la desolación.

El hombre es un kairos capaz de volverse esperanza o melancolía; él puede vivir como un proyecto con destino o como una realidad trágica sumergida en la memoria. Pero la posibilidad de lo primero no está en sus manos, no pertenece a las posibilidades de su ser. Cronos, antes o después, devora a Kairos: el hombre es un ser para la muerte. Lo geométrico alcanza a lo fino, y en su coincidencia plena – la muerte –, lo destruye; a menos que lo fino fuera inmortal; a menos que lo fino tuviera una escapatoria vertical: un ephapax.

Ephapax es un acontecimiento que ocurre de una vez y para siempre. Acontecimiento que da peso al instante: un peso de eternidad. Verticalidad, desde la eternidad, que se inmiscuye en el tiempo humano para dotarlo de sentido, para redimirlo. Irrupción perpendicular al tiempo ético que dona seriedad –densidad – y contenido al obrar humano.

No hace mucho un Ephapax aconteció. Pero algunos no quisieron reconocerlo. Prefirieron la oscuridad del tiempo humano, y despreciaron su plenitud. En estos días yo he corrido la suerte de tales “algunos”. Tendré que convertirme.

El nómada.



Don Diego había envejecido. Su barba estaba abundosa, crespa y candida como una ola rompiendo en un peñascal, y su cabellera larga, hirsuta y blanca como una encina nevada.

A poco de expatriado, rodaba el Caballero de consulado en consulado español. Y así arrastro su hambre por las tierras americanas, y arribó a la vieja Europa. Vio artistas y hombre s de sabiduría; de ellos calvos, de ellos con barbas y cabelleras proféticas como las suyas. Y las quiso tiernamente, porque al volver a su patria vencido y miserable, ellas guardarían la evocación de su vida peregrina, horra de miradas tenaces de paisanos.


Gabriel Miró.


Me imagino que una cabellara profética es algo así: