martes, octubre 2

La siesta

Con el bochorno de la siesta, la vida de la ciudad se suspende. El sol reina en el aire y se enseñorea de las calles. Los hombres desaparecen por una hora, y hasta el Cerro empieza a esconderse en brumas de sudor. Sólo las urracas siguen, desde los árboles de la Plaza, desenredando el hilo del tiempo, entre chirridos metálicos de esa ruequecilla de canciones que llevan en el “buche”.

Por primera vez me quedo solo, y dispongo mi ánimo – no sé si como el que se amuralla o como quien de antemano se rinde –, para recibir el amago de las emociones, de los recuerdos, que suelen atacarnos siempre entre saetazos de lágrimas.

He aquí que los efluvios profundos de mi influencia van a subir hasta la superficie de mi conciencia – hasta la superficie, como diría Dante, del “lago del corazón”. Las memorias, al sabernos solos, van a cerrar sobre mí en ejército compacto. Pronto sentiré, sobre las puertas de pecho, los puños de los asaltantes. Pronto – en esta lucha sentimental – seré vencido…

Pero ¿qué nueva paz, qué embriaguez radiosa va entrando en mí, sin que sepa yo de dónde viene? ¿Cómo es que la alegría estaba en mí, y los sentidos no lo sabían? ¿Por qué en vez de soportar el temido ataque de los recuerdos, resbalo lentamente hacia una zona de regocijo casi infantil? ¿Qué hados, qué ángeles guardianes –olvidados entre los árboles del jardín paterno – me estaban esperando aquí, desde hace años para suscitar, al toque de sus alas, cuanto hay en mí todavía de niño?

¡Oh, placida siesta! ¡Oh, soledad poblada de contentamientos inexplicables! ¿Qué pudo adormecerme así, alucinarme así con la sensación de una plenitud, de una reintegración en la atmósfera nativa, de una continuidad biológica superior a las vicisitudes de la conducta y los sobresaltos del recuerdo? Acaso la Sombra del que apenas debo nombrar gusta todavía de vagar por la tierra a la que dio su aliento. Acaso su compañía más que humana se insinúa en mí y me conforma, a manera de inefable vino.

Y gozo – sin entenderlo yo mismo, y más allá de los permisos de la razón – de aquél sentimiento de los primitivos que se imaginan asimilar poco a poco, al paso de los años, las virtudes y la electricidad vital de sus antecesores muertos. Honda comunión del alma en el alma, un amor más alto que la vida, más alto que la muerte, ha tocado, por un instante, mis sienes fatigadas.


Alfonso Reyes, 1927.

Texto proporcionado por Lord Ch.

5 comentarios:

Juan Manuel Escamilla dijo...

Quién fuera aristócrata, para poder dormir la siesta. Quién fuera la mitad de Don Alfonso para tener esa pluma alamantina. Hermosa pieza. Gracias, Lord Ch., líder.

Darío Zetune dijo...

No se necesita ser aristócrata mi niño. Basta trabajar en CU, comer, y luego, irse a tirar en algún bosquecito de los que ofrece CU, cerrar los ojos y perderte en el sueño mientras una mancha verde, sí, las de las hojas de los árboles, te arrullan.

joseph dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
joseph dijo...

Quién fuera Karl Ranher para llegar al final de su historia presagiando su siesta celeste meses antes de morir:

"La auténtica cima de mi vida está aún por llegar. Es el abismo del misterio de Dios, en que se precipita con la esperanza de ser acogido eternamente por su amor y misericordia"

Darío Zetune dijo...

Que ondas Lord Chd. ¿Tons cuándo era la cena?

Por ahí me dijeron que Somellier es buena, bonita y barata opción.

Buen fin de semana.