martes, agosto 21

Figuras de la Pasión del Señor (Gabriel Mirò)

Leer a Gabriel Miró es un placer estético. Como el ojo se refocila en un calidoscopio, de modo semejante la inteligencia queda enbebida de las excelsas estampas del literato de Alicante. Poco leído en México, poco estudiado en el mundo, víctima de un curioso ostracismo por su concepción religiosa de la vida, Gabriel Miró me ha prendido el corazón. Su pluma es lírica, fragmentaria, llena de imágenes sensibles, de sinestesias donde el ojo huele, el oído ve, el tacto comprende, el gusto oye… En este sentido, se encuentra muy cerca de otro gigante de su época: Don Juan Ramón Jiménez, quien, dicho sea de paso, aplaudió el manifiesto estético que Miró plasmó en sus novelas.

Miró utiliza un lenguaje florido y preciso; bello y profundo. Continuamente lleva su prosa a un lirismo poético insuperable. Las palabras se convierten en conceptos, los conceptos en imágenes coloridas, y las imágenes en sentimientos. Las descripciones de paisajes, de pasiones íntimas y de intenciones toman vida frente a nosotros con un realismo poco común. Prosa acendrada por la poesía; poesía utilizada magistralmente para dar belleza inusitada al relato.

A mi modo de ver, una de las creaciones literarias más sintomáticas de lo dicho hasta aquí es su libro Figuras de la Pasión del Señor. En él, Miró despliega toda su finura descriptiva:

“Jerusalem está enramada en palmera y sauce, que fueron los árboles que ampararon al pueblo escogido en los cuarenta años de peregrinación (…) Es el tiempo maduro de la plenitud y reposo de la tierra parida. Ya están colmados los lagares que hierven de abejas, gordas y mojadas de tanto azúcar de racimos; y los trojes y almijares sudan las mieles de los cofines de frutas y la crasitud de toda la cosecha.

Dulces y olorosas, como la piel de los higos y de las ciruelas, y rubias como la parva son las mañanas y las tardes del mes de Tischri, el sábado de los meses.

Y, por las noches, el cielo es una espada inmensa, desnuda, corva, limpia, llena de joyas. Jerusalem relumbra gozosamente, como almenara del Señor…”


Así como su agudeza para desvelar, a través de la descripción circunstancial y física, el carácter de sus personajes:

“El pontífice fue llevado al abrigo del Templo, lejos de todo contacto y palabra de impureza. Le rodeaban los ancianos, leyéndole el Libro de los Santos; y habían de fortalecerles con aroma, y hacer recia la voz, y tirarle de la túnica de lino para abrir sus ojos, porque el gran sacerdote no se alimenta ni duerme en la vigilia de la propiciación, purificándose para penetrar en el Sanctasanctórum. Pero Kaifás era de rebultada cerviz y le pesaba muellemente la sangre. Brillábale la grosura del rostro, y sus pies mollares y desnudos dejaban humedad en las losas como si se le derritiese la corpulencia.”

No sólo impresiona el modo en como Miró construye literariamente sus estampas, sino también su explosiva imaginación, que le permite recrear deliciosamente los paisajes del medio Oriente, con todos sus colores, olores y sabores, sirviéndose de su pericial conocimiento de la cultura judía en época de Jesús:

“Bajo el pórtico del Patio de los Gentiles, de columnas de jaspes de vigas de cedro y piso de mosaico rojo y azul, se amontonan los mercaderes, todos con la insignia de su oficio y lonja; los cambistas, que truecan la moneda pagana por el medio siclo judío del tributo santo, traen un denario colgado de la oreja; los tintoreros, un copo de lana de vivos colores; los orífices y percoceros, un sartalejo de abraxas, un zarcillo de relumbres; los alfayates, una aguja enhebrada; los perfumistas y drogueros llevan atado al capuz, como borla de su ropón, un potecico de ungüento, un pomo de hierbas de olores. Pasan los hortelanos con sus cuévanos de cidras, de naranjas, dátiles, de granadas, de cermeños. Gritan lo recoveros entre sus jaulones de tórtolas y palomas, traídas de los árboles del Kanujoth para las ofrendas de la mujer parida, y las mallas trémulas de gorriones para los leprosos purificados; y junto a las aves están los canastos de huevos de garzas, de gallinas , de ocas, pintados de añil, de púrpura, oro…”

Estas citas, tomadas casi al azar, muestran la calidad literaria que Miró logra, de modo sostenido, a lo largo de todo el libro. No hay distensiones en su narrativa, pues nos encontramos constantemente contrapuntos – dramáticos – que avivan nuestro interés en la lectura. El patetismo de los personajes principales, sus diálogos, sus monólogos interiores, hilvanados con singular maestría, nos invitan a la reflexión. Los momentos de angustia mortal del vía crucis del Cristo son presentados con una sordidez descarnada, como la que probablemente se vivió en aquel momento:

“El Rabí contempló desoladamente los montones de la humanidad seca, enemiga (…) ¡No tenía a nadie!

Una tristeza de hombre, de hombre desamparado, comenzó a reducirle y angustiarle; se le plegaba la piel a sus huesos agudos, de un temblor frío y trágico. Un extranjero le recordaba su soledad. Y sintióse extranjero en la tierra judía, agria, quebrada, oscura. ¡Oh Padre, si el hubiese vivido siempre entre estos hombres de Judea! Lejos, sobre un remolino de koufiehs y turbantes, oscilo la espalda sudada y hercúlea de Barrabas.

Poncio gritó:

El Daño que Rabí Jeschoua os hizo lo expiará con la flagelación. Y ordeno el suplicio que placase a Israel (…).

Los lictores bajaron a Jesús a la rinconada de los Pórticos, donde estaba la columna flagelatoria, un pedestal mutilado, cortezoso de sangres viejas, de sudores y mugres.

Rápidos, expertos, calzaron con cepos los pies del Señor; le descolgaron las ropas hasta los hinojos. Le enfundaron la cabeza con la máscara de paño rígido y amargo de pringue, de salivas, de espumas y lágrimas; el capuz que ciega a la víctima y ahoga un poco sus bramidos. La espalda del Señor crujió al doblarse; y quedó inmóvil y curvo, con las muñecas y la garganta atadas en manojo a una argolla (…). ¡Que lo flajele Melio! – dijo Pilato –: él desuella los cuerpos con más goce y sapiencia que los asirios a sus prisioneros; ¡los descorteza de modo que se les ve la vida desnuda, y no mata! (…)

Rechinaba la argolla de la columna, y bajo la tela retesada que cegaba el rostro de Jesús se producía siempre e mismo quejido, y siempre exacto con el mismo movimiento de la tralla: una queja íntima, aspirada y rota contra el paladar.”

Escribir una “vida de Cristo” no es empresa fácil para una persona dedicada a las letras. Miró recibió fuertes críticas por parte del clero conservador, ya que su narración no se apegaba con fidelidad al texto bíblico; mas tampoco se salvó de los acetosos comentarios de los liberales furibundos, quienes tildaron su texto de folletín pío, y lo encasillaron en el infructuoso esteriotipo de “escritor católico conservador”. Otras de sus noveleas, cuya temática también es religiosa (El Obispo Leproso, Nuestro padre san Daniel) corrieron la misma suerte.

Algo curioso es la tremenda difusión que se ha hecho de otras “vidas de Cristo”, verbigracia, la escrita por Jean Francois Muriac, y la poca publicidad que ha tenido la de Miró, que, pienso yo, no le pide nada a la del novel francés.

Se cierne sobre Miró un pesado prejuicio: no haber destacado como otros autores de su generación. Prejuicio fundado endeblemente en la ausencia de una “gran novela” en su obra. El peculiar modo que tenía el genio de Alicante de concebir la labor literaria –el relato atómico, pero peculiarmente pulido; la estampa breve, plagada de elipsis, pero profunda y bella; y el negarse a separar tajantemente géneros literarios – serviría sobremanera para apreciar en su justa medida sus novelas y cuentos. Borges tenía una razón filosófica, por no decir metafísica, para no escribir novelas –desconfiaba de la sustancialidad de lo real –, así que optó únicamente por los cuentos breves, y nadie duda de su grandeza. Con Miró ocurre algo parecido, sólo que en sentido inverso. Él cree que la realidad es tan rica y complicada que simplemente es imposible agotar sus matices. Por lo que una narración exhaustiva sería una pretensión ridícula. Él opta más bien, por la captación de instantes, de fotografías de las cosas y de las relaciones (pienso ahora en El humo dormido y en Corpus y otros cuentos). Posiblemente haya un valor mayor en una descripción meticulosa de una realidad parcial que en una titánica e incompleta reflexión de muchos elementos del cosmos. Y si no, por lo menos hay mayor humildad y respeto por lo misterioso del mundo. Otra circunstancia negativa es la dificultad para clasificar a Miró en una generación y en un estilo literario; algunos dicen que perteneció a la del 98´, otros que a la del 14´. Sea como fuere, lo que es a todas luces injusto es el olvido de su indudable calidad artística.

Un estudioso de la obra de Miró afirmaba que éste no es un literato de masas. Desde mi punto de vista, ninguna literatura de calidad, por muy leída que sea, es de masas; siempre hay secretos exclusivos, no inteligibles para todos. Yo más bien diría que Miró es un literato de estetas, de auténticos poetas enamorados de la realidad circundante. Esto hace que nuestro autor, en efecto, no sea lectura común en las planicies de vulgaridad.


ARM.

6 comentarios:

david-. dijo...

¿No es muy duro que haya una separación irreductible entre las "masas" (o multitud de lectores) y la literatura de calidad? Debe haber algo: todo mundo lee algo de Shakespeare, aunque lo obliguen en la prepa...

Por de pronto ¡salud por este señor de Alicante!

Juan Manuel Escamilla dijo...

Gracias por regalarnos con estas bellísimas estampas. La del gordo levita es fascinante. Y conmovedora la del Señor atado a la columna flagelatoria, hecho jirones.
Afiladísima, la pluma de Gabriel. Y la tuya ha adquirido unos requiebres poéticos que me eran desconocidos hasta ahora. Enhorabuena.
Ah, las masas, esas ciegas e informes masas...

Homeronica dijo...

No es bueno exacerbar las élites; y menos en materia de cultura. No hay literatura de masas ni literatura de èlites. Solo literatura. Diferenciar es menester, el acceso a ella. Juega con oportunidades. Mi abuela era de poca instrucción académica, de origen pobre, casi "analfabeta", sin embargo, leyó mas libros de los que leen todos mis alumnos juntos. Su iniciativa es buena y la celebro. Es raro encontrar muchachos como ustedes pero no agarren vicios pequeñoburgueses. Un abrazo. H.

Phi.Lord Chandos dijo...

Aunque es cierto que no se debe exaltar exageradamente a las élites, sí es necesario reconocerles una agudeza comprensiva superior a la canalla.

Y la canalla nada tiene que ver con el dinero. De hecho, yo creo que cuando ésta tiene dinero, se llama burguesía o, como dice Garcín, "canalla bienoliente".

Concuerdo con usted, estimado Homero, en que aburguesarse es uno de los peligros más comunes para los "intelectuales" jóvenes. A decir verdad, todos los contribuyentes de este blog somos pelín burgueses. Que Bloy nos redima, pues.


Abur.

ARM.

Juan Manuel Escamilla dijo...

¡Suscribo! Que Bloy nos redima. Pero añado: que lo haga con tiento: no es preciso que nuestros hijos mueran de hambre en nuestros brazos, como sucedió a Bloy.

Alejandro dijo...

Hapaxes, pasen a recibir su "Thinking Blogger Award" a Tras el Muro de Planck