miércoles, julio 7

Friedlos.

Lo ridículo y necesario que era conducir. Con las manos aferradas al volante. La distancia y la velocidad habían desaparecido. No podía pensar en nada; pensaba en todo. Sintió la desesperanza del suicida.

Lo estúpida que parecía la luz del semáforo. Tan lejana. Tan cruel por su indiferencia.

La tragedia en su garganta, saladas líneas por el rostro, el corazón ahogándolo con sus fuertes golpes de sangre: casi no podía respirar.

¿Por qué no se compadecían de él las cosas? ¿Por qué seguían igual que siempre? ¿Qué sentido tenía vivir en un mundo que no se desintegraba con su angustia? ¿Adónde iba a parar su dolor?

El imbécil hablando en la radio. ¿No se daba cuenta? Nadie debería hablar en ningún lado. Deberíamos guardar un silencio perpetuo. Solo así podríamos estar a la altura de Sufrimiento. Luto indefinido: la humanidad moría entera con cada hombre. La generación no da continuidad, es una pura nada ficcional. No había Humanidad: había humanidades muertas. Estaba a punto de morir una más.

Sin embargo, la compasión de todos los hombres no resolvía nada. Nada le devolvería la paz. Era ya una larva.

Miró un segundo su mano. La sintió infinitamente lejana. Le hubiese gustado ser ella. ¡Qué ajeno le era su cuerpo! Esa cosa extensa con sus propios instintos, sus propias fuerzas de regulación, su inveterada historia evolutiva que la hacía franca, eficiente y autónoma. Peso, forma, cantidad, materia, unidad.  Él no era eso; él no era él: era otro: el homúnculo dentro de su cabeza.

Seguramente la glándula pineal se le había descompuesto.

Volteó al asiento de atrás: ¿quién era el juez que lo había sentenciado, sin quererlo, al séptimo círculo del Infierno? Tan pequeño…

Cicuta en la boca. Aliento de muerte. Sudor angustiado. ¿Hasta dónde puede llegar a animalizarse un hombre antes de morir? Era ya un licántropo.

Habían pasado cinco minutos. Finalmente llegó al hospital. Se estacionó en Emergencias. Salió frenético del coche. Gritó. Aulló. El niño que había atropellado estaba muerto. Y él también, pero seguía vivo.  

5 comentarios:

E.P.S. dijo...

No sé qué decir... me entró la angustia al leerlo. ¿Cómo todo sigue moviéndose cuando tu corazón parece detenido, estrangulado?

Anónimo dijo...

Qué risa me dio la descomposición de la glándula pineal. Pero terrible todo él, el cuento, pues.

Juan Manuel Escamilla dijo...

Mira tú por dónde. Yo también acabo de escribir un cuento breve donde aparecen la muerte y un coche.

Juan Manuel Escamilla dijo...

Ah, todo bien pinche mal, el cuento, ami. También me hizo gracia que algo fuera mal con la glándula pineal.

E.P.S. dijo...

Ahora que todos resaltaron lo de la glándula pineal descompuesta, me fijé también y me dio gracia esa parte...
:-/
Aaaauuuuggghhh