Busco mi estro
Lord Ch. es negligente para la tecnología. Mucho. Más que yo. Así que me ha pedido que les comparta esto, porque él no puede subirlo. Mal hado... Los dejo con Lord Ch.
Se me ha escapado el estro. No sé si salió por la ventana en un momento de distracción o si lo olvidé en el baño la última vez que fui. También es probable que se haya quedado atrapado entre las hojas de uno de los tantos libros que tengo en mi mesa de trabajo. No dudaría tampoco que se haya cansado de estar esperando a que yo me decantara por un forma gramatical precisa para el ensayo que estaba escribiendo y se haya ido a correr el tacón.
La cuestión es que no sé cómo recuperarlo. Por eso escribo estas líneas. Espero que el estro se vea atraído por el olor de estos párrafos, y cuando se acerque, pueda atraparlo. No se me tache de inocente. Conozco la cualidad delicuescente del susodicho. Cogerlo entre las manos es como intentar asir el aire. Mi táctica consistirá, entonces, en absorberlo con la boca cuando lo vea pasar. Dicen que tiene un regustillo dulzón, como el veneno. Éste será pues el indicador de que lo he conseguido domeñar.
Hasta ahora, nada. Parece que se ha perdido y no sabe por dónde volver. No lo culpo. El edificio en el que laboro tiene infinidad de oficinas e infinidad de gentes que también están escribiendo igual que yo. Es fácil que mi estro se pueda confundir e inspire a un desconocido.
Otra cosa que complica el asunto es su identificación: uno nunca sabe si el estro que lo vivifica es el de un burócrata, un pintor, un poeta o un frío pornógrafo. En el mejor de los casos, sólo barrunta el tipo de estro por sus reacciones secundarias: el del burócrata genera un espíritu tardo, pesado; el del pintor, un espíritu soñador, romántico; el del poeta, imaginación y elocuencia; a menos de que sea el de un lírico posmoderno, en ese caso genera un espíritu de depresión y desaliento, con tendencias suicidas. El último, como es lógico, genera inspiración lasciva, que incluye una detonación de la imaginación y memoria.
Pues nada, sigue sin venir… Hablábamos de la identificación. Difícil cuestión. Yo he optado por perfumarlo, atribuirle un nombre, tropos tês hyparxeos, como al ángel de la guarda – son muy parecidos; tanto, que algunos han llegado a identificarlos –, colorearlo, dedicarle un chiflido específico (fui fuíííí) y un sin fin de triquiñuelas por el estilo. Aún así, es empresa heroica encontrarlo, pues todos tenemos gustos muy semejantes, lo que hace que los estros sean parecidos.
¡Creo que ya lo reconocí! Tengo que dejar de escribir porque de lo contrario puede sospechar. Sí es él…. auuuum. Sabe salado… a lo mejor no es el mío, sino el de un marinero.
La cuestión es que no sé cómo recuperarlo. Por eso escribo estas líneas. Espero que el estro se vea atraído por el olor de estos párrafos, y cuando se acerque, pueda atraparlo. No se me tache de inocente. Conozco la cualidad delicuescente del susodicho. Cogerlo entre las manos es como intentar asir el aire. Mi táctica consistirá, entonces, en absorberlo con la boca cuando lo vea pasar. Dicen que tiene un regustillo dulzón, como el veneno. Éste será pues el indicador de que lo he conseguido domeñar.
Hasta ahora, nada. Parece que se ha perdido y no sabe por dónde volver. No lo culpo. El edificio en el que laboro tiene infinidad de oficinas e infinidad de gentes que también están escribiendo igual que yo. Es fácil que mi estro se pueda confundir e inspire a un desconocido.
Otra cosa que complica el asunto es su identificación: uno nunca sabe si el estro que lo vivifica es el de un burócrata, un pintor, un poeta o un frío pornógrafo. En el mejor de los casos, sólo barrunta el tipo de estro por sus reacciones secundarias: el del burócrata genera un espíritu tardo, pesado; el del pintor, un espíritu soñador, romántico; el del poeta, imaginación y elocuencia; a menos de que sea el de un lírico posmoderno, en ese caso genera un espíritu de depresión y desaliento, con tendencias suicidas. El último, como es lógico, genera inspiración lasciva, que incluye una detonación de la imaginación y memoria.
Pues nada, sigue sin venir… Hablábamos de la identificación. Difícil cuestión. Yo he optado por perfumarlo, atribuirle un nombre, tropos tês hyparxeos, como al ángel de la guarda – son muy parecidos; tanto, que algunos han llegado a identificarlos –, colorearlo, dedicarle un chiflido específico (fui fuíííí) y un sin fin de triquiñuelas por el estilo. Aún así, es empresa heroica encontrarlo, pues todos tenemos gustos muy semejantes, lo que hace que los estros sean parecidos.
¡Creo que ya lo reconocí! Tengo que dejar de escribir porque de lo contrario puede sospechar. Sí es él…. auuuum. Sabe salado… a lo mejor no es el mío, sino el de un marinero.