Bóreas (cuarta entrega)
Las relaciones humanas semejan un péndulo que va del amor al odio, de la paz a la reyerta, con una precisión inexorable, geométrica; la única variación es la velocidad del movimiento y el largo de la cuerda. Y al final, el punto de quietud es la indiferencia…
“¡Qué débiles resultan ser los supuestos lazos “infrangibles” de la amistad!–pensé en aquella ocasión–. La persona más fiel, embriagada por el licor de las bajas pasiones, puede prenderle fuego al mundo entero, sin pensar ni un instante en las consecuencias… Parece ser la sempiterna condena del ser humano: pese a tener un razonamiento finito, fragmentario, y vivir sumergido en el azar, la contingencia y la inestabilidad de los sentimientos, juzga al mundo y a sí mismo con la soberbia pretensión de fijar su hado. Intenta anticipar todas las objeciones que el tiempo le puede presentar, mas el tiempo se rige por la fortuna…
Razón llevaba el Apóstol: Por lo que a mí toca, muy poco se me da el ser juzgado por vosotros, o por tribunal humano; pues ni aún yo me atrevo a juzgar de mí mismo…
Imagino el esfuerzo renovado de Evagrio por recrudecer su odio hacia mí, siendo que los motivos de nuestra enemistad se desdibujan y pierden fuerza día a día, hasta parecer algo baladí… Seguramente el orgullo lo lleva a representarse una y otra vez nuestro altercado para darle nuevos giros, pintarlo con todos los colores de la imaginación… en fin, idealizar con toda crudeza mis errores… La única forma de seguir sosteniendo su postura es convencerse todos los días de mi maldad. ¡El orgullo de mantener las decisiones!... Se olvida todo, naufraga las historia, y sólo queda el hecho atómico de un decisión “seria”… ¡Vaya estupidez! Lo único serio es el tiempo… y la muerte…”
La noche se cernía sobre la ciudad. Las últimas nubes de lluvia se desvanecían y las estrellas se presentaban con su luz titilante. Logré burlar el tráfico tomando un atajo de callejuelas. Un fuerte viento agitaba a los cipreses –los cuales flanqueaban por ambos lados la estrecha avenida–, haciendo que sus puntas se rozaran nerviosamente unas con otras. Parecían estar en pleno chismorreo. Continué cavilando: “Aceptar que la vida está compuesta en su totalidad por relaciones efímeras, coyunturas temporales y eventos; que presente y futuro están férreamente determinados por el pasado; y en definitiva: que la libertad es un espejismo metafísico, ¿es el único subterfugio para vivir como hombre?... El amor, el odio, la esperanza, la fe… la salvación, ¿resultan ser las distintas máscaras para dulcificar el rostro de un destino ciego?...
Las decisiones son tan fortuitas como el caer de estas últimas gotas de lluvia en el parabrisas, y tienen su misma duración: nada… A penas tomo conciencia de la gravedad de los consejos, de las opiniones. Tantas veces he dicho liviandades. A penas ahora sopeso lo azaroso de mis decisiones más ponderadas, de mis deseos profundos, de mis peores errores y culpabilidades… Bagatelas, sin duda… ¿Cómo se podría condenar un ser tan débil? ¿Cómo hacer depender la eficacia de la Redención y de la Misericordia divina de una libertad tan corrompida? Me pregunto, salva reverentia timoreque blasphemiae – como diría D... –: ¿Qué acción del hombre merece la condena eterna? Es una desproporción… Una locura…”
Terminó el disco de Bruckner. Aproveché el semáforo en rojo para cambiarlo por uno distinto. Elegí uno que acaba de comprar unos días antes: “Mélodies” de Oliver Messiaen. Siempre me ha parecido muy complicada su música, aunque algunas de sus composiciones las he disfrutado sobremanera, como su ópera – o poema sinfónico– San Francisco de Asís. Otras me parecen simplemente inentendibles para mi sensibilidad, basta pensar en su “Cuarteto para el final de los tiempos”... Comencé a escuchar el mentado disco. Una soprano dramática y un piano. Pensé: “Esta música invita a locura… No correría el riesgo de verme por mucho tiempo en un espejo mientras escucho este disco… Parece ser un símbolo de la locura que posesionó a su esposa… ¿Estas melodías habrán sido compuestas antes o después de este dramático suceso? No lo sé… En realidad no me gustan demasiado; supongo que llevará su tiempo el descifrarlas, el aguzar la sensibilidad para enamorarse de sus enigmas… No conozco obra de arte contemporánea que no exija un detenido estudio para su comprensión… A veces se nos olvida el profundo hito estético que supuso la primera y la segunda guerra mundial en todos los grandes artistas del XX… La sensibilidad artística se vio conmovida en sus fundamentos. ¿Será imposible volver a la belleza limpia, juguetona e inocua de las composiciones de Mozart? ¿Sería una traición a la Memoria histórica?... Por cierto: ¡qué bella noche! El frescor, el cielo desnudo, las estrellas rutilantes…
Con qué facilidad se pierde el hilo de las ideas. Y la pereza de devanarlo para sacar algo en claro es insuperable. Todos los razonamientos tienen una conclusión lógica, la cual casi nunca conquistamos…”
Sin aparente motivo, me acordé de Luisa: “¡Qué habrá sido de su vida! Ha de estar con el imbécil de Roberto. Jamás pensé que podría superar su ausencia –ni ella la mía–. Sin embargo, la niebla que envuelve, sin apenas notarse, el grueso de la vida, anestesia con eficacia hasta las memorias insoportables. ¡Lástima que también obnubile los afectos y las promesas más sublimes! ¿Con quién estará?... Siempre pensé cómo sería mi vida después de ella, aún cuando estaba felizmente con ella. Creo que ese fue el problema: el futurismo. Toda previsión es insana para el amor… Lo más doloroso, sin duda, fue haberle compartido mis gustos: aquellos libros, discos, óperas… hoy conversos en demonios de la memoria… No puedo escuchar Debussy sin sentir cómo se me encoge el corazón; no puedo leer ni un solo poema de Gabriela Mistral sin sentir ese fuego de la melancolía en la boca del estómago, esas punzadas de la autocompasión. Para acabar pronto: apenas me encuentro inactivo en un lugar, las memorias se alistan en compacto ejército para asaltarme entre saetazos de lágrimas, como diría Alfonso Reyes. (Y suspirando con el alma): Luisa fue la mujer de mi vida… fue…”
Llegando al siguiente semáforo, quité “Las Melodías” de Messiaen; preferí –por capricho, supongo– escuchar su sinfonía “Turangalila”. Volteé distraídamente a la calle. Captó mi total atención una viejecita, la misma viejecita que veo todos los días en el mismo lugar vendiendo chicles. Mujeruca de breve altura. Los arcos de sus piernas anuncian vistosamente una enfermedad degenerativa en fase avanzada. Cabello corto, blanco e hirsuto. Ojos hundidos y pequeños, como de roedor. Septuagenaria. Cuerpo membrudo. La cara, abundante de carnes, tiene un aire de bondad senil. Sus hatos son los típicos de la mujer pobre y con familia de esta ciudad: vestido de un color gris disuelto por el viento, delantal con motivos florales, calzas largas azul marino y sandalias de cuero viejo. Su contemplación me generó un malestar profundo. Me sentí ridículo. Pensé un instante en los sufrimientos que habría padecido esa pobre vieja. Me sonrojé, si no del cuerpo, sí del alma. Toqué el claxon para pedirle que viniera, y la mujer, haciendo un esfuerzo titánico, se acercó al coche claudicando. Baje el vidrio y le compré un par de paquetes de chicles. Ella me vio con una mirada de ternura maternal y me agradeció la compra… El semáforo se puso en verde… Un bóreas recorrió mi rostro...
7 comentarios:
Un poco extrañamente, lo que más me ha gustado en esta primera lectura fue el modo de poner: "A penas".
contribuyendo a la economía informal.
malo comprar cosas en la calle.
buen post, pero me esperaba más de la cuarta entrega; de nueva cuenta, el futurismo.
me pasó lo mismo con sinatra, es inaudible después de compartido.
lo mismo con f. p., portugués él, además de poeta.
Dawid: Tu comentario parece una ironía. Sé que no lo es, pero, insisto, parece. Así que no dilates mucho la segunda lectura para que, por lo menos, te guste una idea y no sólo un par de palabras. juar, juar :)
De-scartes: Espero que te guste más la quinta y definitiva entrega. Gracias por tus comentarios. Ya me daré una vuelta por tu bló para jugar al crítico de letras. Salud!
Creo que cuando escribes: "me sonrojé, sino del cuerpo, sí del alma", 'sino' debe ir separado: 'si no...'.
En general bastante bien. Prosa en casi todo momento compleja. No tan bien. El retrato de la vieja mujer fue muy bello. Bastante bien otra vez.
Tienes toda la razón, Diego: "sino" tiene que ser "si no". Gracias por tus amables cometarios y tu crítica constructiva. Un abrazo.
El Lord.
Mi Lord,
Aquí noto que defines aún más la construcción de tu historia:
“Con qué facilidad se pierde el hilo de las ideas. Y la pereza de devanarlo para sacar algo en claro es insuperable. Todos los razonamientos tienen una conclusión lógica, la cual casi nunca conquistamos…”
Me gustó mucho el primer párrafo, donde hablas de las relaciones humanas y lo sigues, como hilo conductor, a todo lo largo de esta entrega de tu cuento.
Por otro lado, me conmovió la descripción de la viejecilla vendedora de chicles… además, me parece un pasaje importante del cuento, donde el personaje sale de si mismo para compadecerse (sonrojándose el alma) de otro ser humano.
En donde escribes:
“¿Cómo se podría condenar un ser tan débil? ¿Cómo hacer depender la eficacia de la Redención y de la Misericordia divina de una libertad tan corrompida? Me pregunto, salva reverentia timoreque blasphemiae – como diría D... –: ¿Qué acción del hombre merece la condena eterna? Es una desproporción… Una locura…”
La primera vez que hablamos sobre ello, recuerdo que me impactó mucho verlo desde aquella perspectiva… creo que si la Misericordia es eterna, infinita, no hay lugar para la condenación eterna, a menos a que el condenado no quiera recibir ese regalo misericordioso. En la libertad del condenado tampoco intervendría Dios…
Pero en fin, no sé mucho de teología y tampoco éste es el lugar adecuado para discutirlo, sin embargo, he ahí mi opinión.
Saludos cariñosos.
Tu Artemisia.
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