La fe verdadera
-Vamos… sal para que pueda verte…, ya sé que estás ahí mi mamá me lo ha dicho. ¿Por qué no quieres que te vea? Bueno… de todos modos te pediré algunas cosas, que desde algún tiempo deseo: Primero, quiero cures a Fify de su pierna, porque desde su lesión ya no juega conmigo; también quiero un muñeco Brad Smith junto con su moto Thunder; también te pido que Alvaro ya no me moleste ni me quite el lunch; y por último, te pido paz en el mundo…
Rosario, su madre, había escuchado cada una de las plegarias del pequeño Guillermín. Orgullosa de la fe de su hijo a tan corta edad, abrió la puerta del cuarto para encontrarlo apoyado sobre sus rodillas, tirado hacia el frente, el peso de su cuerpecillo lo soportaba con sus manos en el suelo. En el rostro de la madre se esbozo una sonrisa. Se acercó a él, tomándolo por las costillas para ponerlo de pie. Lo miró con la asfixiante ternura de una madre, sin control sobre ese sentimiento de alegría desatado por la inocente devoción de su hijo, arrojó la más suave de sus caricias sobre aquellas grandes y rubicundas mejillas, y dijo:
-Es hora de dormir Guillermín.
Prosiguió a arroparlo; arrastrando las sábanas hasta el nivel del cuello de su pequeño angelito. Acto seguido, acercó sus labios a la frente del desconcertado infante para, entonces, plasmar el más amoroso de sus besos. Cerró los ojos, y, confesó:
-De chica, también rezaba todas las noches justo antes de ir a la cama y desde entonces nunca volví a tener un mal sueño. Empecé a hacerlo cuando tenía un par de años más de los que tú tienes ahora. Eso no importa, tú eres especial. Pero… Memito, escuché todo lo que pedías, y no estoy segura si “Diosito” pueda cumplirte cada una de las cosas. Pero si algo he aprendido, es que tarde o temprano Dios nos cumple todo lo que queramos, si tenemos fe en Él. ¿De acuerdo hijo?
Memito, sin pronunciar palabra alguna, asintió. Chayo, como le decían sus hermanas, insatisfecha con la respuesta por el temor de que su hijo pudiese abandonar tan prometedora fe, insistió:
-Si Diosito no te manda tus juguetes, y no cura a Fify, y no hay paz…; no significa que no exista, sino que debes pedirle más y seguir creyendo en Él. Porque Dios tiene muchas cosas que hacer, y entonces no puede…
-Sí, sí, sí ma’... ya lo sé. Por ello no se lo pedí a Dios, sino al Ratón de los Dientes…
Y enseñóle el premolar con sus regordetes deditos.
Rosario, su madre, había escuchado cada una de las plegarias del pequeño Guillermín. Orgullosa de la fe de su hijo a tan corta edad, abrió la puerta del cuarto para encontrarlo apoyado sobre sus rodillas, tirado hacia el frente, el peso de su cuerpecillo lo soportaba con sus manos en el suelo. En el rostro de la madre se esbozo una sonrisa. Se acercó a él, tomándolo por las costillas para ponerlo de pie. Lo miró con la asfixiante ternura de una madre, sin control sobre ese sentimiento de alegría desatado por la inocente devoción de su hijo, arrojó la más suave de sus caricias sobre aquellas grandes y rubicundas mejillas, y dijo:
-Es hora de dormir Guillermín.
Prosiguió a arroparlo; arrastrando las sábanas hasta el nivel del cuello de su pequeño angelito. Acto seguido, acercó sus labios a la frente del desconcertado infante para, entonces, plasmar el más amoroso de sus besos. Cerró los ojos, y, confesó:
-De chica, también rezaba todas las noches justo antes de ir a la cama y desde entonces nunca volví a tener un mal sueño. Empecé a hacerlo cuando tenía un par de años más de los que tú tienes ahora. Eso no importa, tú eres especial. Pero… Memito, escuché todo lo que pedías, y no estoy segura si “Diosito” pueda cumplirte cada una de las cosas. Pero si algo he aprendido, es que tarde o temprano Dios nos cumple todo lo que queramos, si tenemos fe en Él. ¿De acuerdo hijo?
Memito, sin pronunciar palabra alguna, asintió. Chayo, como le decían sus hermanas, insatisfecha con la respuesta por el temor de que su hijo pudiese abandonar tan prometedora fe, insistió:
-Si Diosito no te manda tus juguetes, y no cura a Fify, y no hay paz…; no significa que no exista, sino que debes pedirle más y seguir creyendo en Él. Porque Dios tiene muchas cosas que hacer, y entonces no puede…
-Sí, sí, sí ma’... ya lo sé. Por ello no se lo pedí a Dios, sino al Ratón de los Dientes…
Y enseñóle el premolar con sus regordetes deditos.
7 comentarios:
Güéééh!
Me gustó. La temática es buena y el título, agudo.El final,por lo demás, excelente. Ya te comentaré más a fondo mi opinión sobre el fondo del texto cuando nos veamos.
Algunos detalles. Me parece que en la segunda línea tendría que ir una coma: "ya se que estás ahí, (esta es la coma que faltaría) mi mamá me lo dijo". En la quinta línea, después del doble punto, la palabra "Primero" aparece con mayúscula, mas tendría que ir con minúscula. Falta, en la octava linea, un acento en el nombre personal "Álvaro".
También creo que, en el segundo parrafo, después del último punto y seguido, falta la conjunción "y", o bien después de la primera coma, o bien después de
la segunda. Por último,y esto ya es sugerencia personal, en vez de la expresión ", y dijo:", que se encuentra hacia el final del segundo párrafo, quedaría bien el gerundio ", diciendo:"
Hasta ahí con las observaciones.
Te mando un saludo y te agradezco el texto.
Lord Chandos.
P.S. El primer comentario de esta entrada no es mío, es de Ginocchio. Luego pídele que te lo explique.
Soy incapaz de hacerlo, dado que la sugerencia fue del Chandos. Luego pondré una opinión más adecuada.
Jack no te hagas el interesante y despilfarra contra Guillermín. De todos modos, ya revelaste pistas de tu desagrado...
Agradezco, el minucioso escrutinio formal de Chandos, asi se hace en las de' Mixcoac.
Siempre que una madre presupone las causas o las consecuencias de algún acto de su hijo ocurre una desgracia.
Y casi siempre el que las paga es el infante.
Pobre Guillermín, pobres de los hombres.
enseñole va sin acento
¡Qué pieza conmevedora de infancia! Una pompa de jabón frágil jugueteando con el viento. La cápsula breve de aire respirable más naîf que he leído en estos tiempos. Enhoarabuena por esa infancia agradable.
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