El matemático pésimo
Me encontré con un poemilla. Lo dejo a su consideración. Largo, pero valioso. Según entendí, lo escribió el p. José Miguel cuando atravesaba por un momento de oscuridad especialmente difícil en su vida.
Dios
(gracias a Dios)
es un matemático pésimo.
¡Qué fortuna!
Es creador del orden
en el universo
(Gran Albañil,
El Arquitecto),
paradoja,
no sabe hacer cuentas.
Da más por menos
(gato por liebre)
¡se nos da entero!
Y a cambio pide
-¡tamaña friolera!-
nuestro corazón pobre
que tanto es miseria.
Singular trueque.
Raro negocio este
en que pierde,
por ganarnos,
Dios.
Y nosotros,
¡qué pillaje!,
qué necios somos.
Nos preferimos,
aunque mezquinos
nos sabemos.
Su medida es
la sobreabundancia.
Como ninguno, ama,
como cualquiera se hace,
se sujeta a la carne,
al hambre,
la tentación,
el miedo,
la corrupción
(¡Él, que es eterno!)
a lo finito
(¡a quien nadie abarca,
al que nada agota!)
al sueño y al cansancio,
¡a las lágrimas!,
al humano dolor
(del que no quiso ser ajeno)
que asume, amoroso,
sin precisarlo.
Para buscarnos, se abaja.
Sufre con nosotros para ganarnos.
Hace de sus alahajas
ojos de penetrante mirada,
de lágrimas aperladas.
De su Amor,
es decir,
de sí mismo,
goterones gruesos hace
de sangre,
que ruedan por el madero
y besan la tierra
furiosamente seca
y estéril,
fecundándola
y bendiciendo.
Rocía agua y sangre
que curen corazones
desde su costado roto,
herido de una lanza.
Nuestro pecado lo agota,
y lo asume.
Rómpase, contemplándolo,
el alma.
Humíllese el corazón.
Renazca luego,
desde el fondo ardiente
y secreto de la brasa,
el fuego de Esperanza.
Que Dios,
maravilla alta,
es pésimo pagador.
Es casi injusto.
Tiene, seguramente,
en bancarrota al cielo.
No paga como merece
nuestro trabajo.
No es, afortunadamente,
un judío cicatero,
un usurero de cuarta.
Qué bueno que no es banquero,
porque quebraba.
Su Amor no conoce límites.
Se vuelca siempre
sin tacañerías:
de flores
nuestras flaquezas llena,
como de riquezas
estas nuestras averías.
De abrazos abrasa
las bellaquerías.
De gracias
las desgracias del mundo.
Da panes donde
había de dar palos.
Es, en fin, un mal negociante:
un Padre amante.
(P. José Miguel Dominicana, Esperanzas)