jueves, abril 26

El matemático pésimo

Me encontré con un poemilla. Lo dejo a su consideración. Largo, pero valioso. Según entendí, lo escribió el p. José Miguel cuando atravesaba por un momento de oscuridad especialmente difícil en su vida.

Dios
(gracias a Dios)
es un matemático pésimo.
¡Qué fortuna!
Es creador del orden
en el universo
(Gran Albañil,
El Arquitecto),
paradoja,
no sabe hacer cuentas.

Da más por menos
(gato por liebre)
¡se nos da entero!
Y a cambio pide
-¡tamaña friolera!-
nuestro corazón pobre
que tanto es miseria.

Singular trueque.
Raro negocio este
en que pierde,
por ganarnos,
Dios.

Y nosotros,
¡qué pillaje!,
qué necios somos.
Nos preferimos,
aunque mezquinos
nos sabemos.

Su medida es
la sobreabundancia.
Como ninguno, ama,
como cualquiera se hace,
se sujeta a la carne,
al hambre,
la tentación,
el miedo,
la corrupción
(¡Él, que es eterno!)
a lo finito
(¡a quien nadie abarca,
al que nada agota!)
al sueño y al cansancio,
¡a las lágrimas!,
al humano dolor
(del que no quiso ser ajeno)
que asume, amoroso,
sin precisarlo.

Para buscarnos, se abaja.
Sufre con nosotros para ganarnos.
Hace de sus alahajas
ojos de penetrante mirada,
de lágrimas aperladas.
De su Amor,
es decir,
de sí mismo,
goterones gruesos hace
de sangre,
que ruedan por el madero
y besan la tierra
furiosamente seca
y estéril,
fecundándola
y bendiciendo.

Rocía agua y sangre
que curen corazones
desde su costado roto,
herido de una lanza.
Nuestro pecado lo agota,
y lo asume.

Rómpase, contemplándolo,
el alma.
Humíllese el corazón.
Renazca luego,
desde el fondo ardiente
y secreto de la brasa,
el fuego de Esperanza.

Que Dios,
maravilla alta,
es pésimo pagador.
Es casi injusto.
Tiene, seguramente,
en bancarrota al cielo.
No paga como merece
nuestro trabajo.
No es, afortunadamente,
un judío cicatero,
un usurero de cuarta.
Qué bueno que no es banquero,
porque quebraba.
Su Amor no conoce límites.
Se vuelca siempre
sin tacañerías:
de flores
nuestras flaquezas llena,
como de riquezas
estas nuestras averías.
De abrazos abrasa
las bellaquerías.
De gracias
las desgracias del mundo.
Da panes donde
había de dar palos.


Es, en fin, un mal negociante:
un Padre amante.

(P. José Miguel Dominicana, Esperanzas)

lunes, abril 23

23 de abril

Hoy es 23 de abril.

1) Panza a don Alonso Quijano: "Por amor de Dios, señor mío, que no vea yo en cueros a vuestra merced, que me dará mucha lástima y no podré dejar de llorar".



2) Busqué el video del inicio de The Life of King Henry the Fifth ("O for a Muse of fire..."), pero no lo encontré. Os dejo el excelente discurso -aunque algo trillado- del día de san Crispín y san Crispiniano:


sábado, abril 21

The Jews

US, THE JEWS
Jews are those things that God loves. Since roses are beautiful, we must assume that God loves them. Therefore, roses are Jewish. By the same reasoning, the stars and planets are Jewish, all children are Jewish, pretty "art" is Jewish (Shakespeare wasn't Jewish, but Hamlet was), and sex, when practiced beetween husband and wife in a good and suitable position, is Jewish. Is the Sistine Chapel Jewish? You'd better believe it.

THE ANIMALS
The animals are those things that God likes but doesn't love.

OBJECTS THAT EXIST
Objects that exist are those things that God doesn't even like.

OBJECTS THAT DON'T EXIST
Objects that don't exist don't exist. If we were to imagine such a thing as an object that did'nt exist, it would be that thing that God hated. This is the strongest argument against the nonbeliever. If God didn't exist, he would have to hate himself, and that is obviously nonsense.




(De nuevo J. S. F. en E.I.I.)

Respuesta al post anterior

Francisco de Paula de la Costa
y Sainz del Bardal
JEFE DEL GABINETE PARTICULAR
DEL EXCELENTÍSIMO SEÑOR DIRECTOR GENERAL DE BENEFICENCIA Y SANIDAD

Recién se ha publicado, maliciosamente, mi venida al ser. Léase el post anterior antes de hacerse lo propio con este, por favor.

El referido post está lleno de vergonzosas difamaciones y rezuma mala leche contra mía. Mi memoria olfativa aún está picada del olorete a carroñero que me dejó su lectura. Pero no se deje llevar el lector del empalagoso lenguaje emotivo, que tan injustamente opaca la verdad del asunto. Quiero poner los puntos sobre las íes.

Acá, en el gremio, se sufre mucho. Y aunque usted no está para escuchar las cuitas de un personaje literario, se las cuento. Falaces críticas literarios encomian héroes, eternizan quijotes y sanchos, ladies McBeth. Desde personajes hechizos quieren reformularse el mundo los hombres de letras. Pero nadie sabe los auténticos tormentos que sufrimos. Que, al menos yo, sobrellevo como me permite mi corazón cuitado.

Uno se pasa tanto tiempo entre tinta, antes que al demiúrgico escritor se le ocurra llamarlo… cualquiera sabe que éste no es un ambiente para vivir. El artífice va destilando, como paciente hombre de alquimia, sus frustraciones sobre el papel. Vive vidas que no tiene –que no puede, porque le falta arrojo. Realiza imposibles, expone, con apariencia inocua, sus más estrafalarias doctrinas. Y de todo esto la víctima soy yo.

Si ya de por sí es crudo y triste ser un personaje literario, tener que ser justo aquello que decide el autor que ha de ser, sin poder uno decir nada que no haya pensado previamente el creador, cuánto más difícil es mi caso. Pérez, he de decirle, lector amable, destiló en mí su personalidad. ¡Pero no se crea que lo más sublime, no! Creó un guiñapo con lo peor que habita su persona. La configuración de mi ser es mera catarsis de todo lo que él mismo desprecia de sí mismo.

Ponte en mi lugar, lector. Y déjame tutearte, ya que estamos en estas intimidades. Soy la sumatoria sarcástica de las frustraciones de ese señorsillo. ¿No es patético? ¿No debería bastar esto para haberme hecho un suicida, al menos? ¡Pero ni eso! El pedante Galdós no me ha querido otorgar ni siquiera el descanso de la tumba.

Maldigo el día en que vine al ser. Si sólo fuera un narrador omnisciente, un personaje relevante, un clásico… Pero soy relleno a penas. Un pretexto para llenar folios.

Algunos dicen de nosotros que tenemos vida propia. Nada más lejos de la verdad. No somos capaces de añadir una coma, ni un ápice de ingenio, al de nuestro artífice. Vivimos según las leyes propias de la literatura. Y hay que decir que este gobierno es una tiranía.


Ojalá mi autor fuera, por lo menos, un Miguel Unamuno de la vida. Nadie habrá dejado de emocionarse con la rebeldía del personaje principal, en la última parte del libro, contra su autor. Podríamos dejar hacer a nuestro poeta otro tanto contra el muy respetable señor Perez G. Aunque más justo sería dirigir las erratas al fiscal hidalgo Josemaría Llovet A. (este apellido lo omito, por las implicaciones moralistas con que está cargado, que podrían predisponer en su contra al objetivo observante).

jueves, abril 12

Poeta



Recién leí "El amigo Manso", una novela de Benito Pérez Galdós. Quiero reproducir unos párrafos de este libro porque me recordaron a un hombre que ustedes bien conocen (acepto que no todo cuanto allí se dice le queda... pero muchas cosas sí) y porque esta asociación de personaje literario con personaje metaliterario me hizo reír un buen rato. Ustedes juzgarán (Alonso: tienes que leer más libros de Galdós; sostengo que es una de las plumas más exquisitas y geniales del castellano):



"Desde las primeras reuniones se hizo amigo de la casa y al poco tiempo llegó a ser concurrente infalible a ella, un poeta de los de tres por un cuarto...

- XII -

¡Pero qué poeta!

Era de estos que entre los de su numerosa clase podía ser colocado, favoreciéndole mucho, en octavo o noveno lugar. Veinticinco años, desparpajo, figura escueta, un nombre muy largo formado con diez palabras; un desmedido repertorio de composiciones varias, distribuidas por todos los albums de la cursilería; soberbia y raquitismo componían las tres cuartas partes de su persona: lo demás lo hacían cuello estirado, barbas amarillentas y una voz agria y dificultosa, como si manos impías le estuvieran apretando el gaznate. Aquel pariente lejano de las musas (no vacilo en decirlo groseramente) me reventaba. La idea pomposa que de sí mismo tenía, su ignorancia absoluta y el desenfado con que se ponía a hablar de cuestiones de arte y crítica me causaban mareos y un malestar grande en todo el cuerpo. Vivía de un mísero empleíllo de seis mil reales, y tal tono se daba, que a muchos hacía creer que llevaba sobre sí el peso de la Administración. Hay hombres que se pintan en un hecho, otros en una frase. Este se pintaba en sus tarjetas. Parece que el Director General le había elegido para que le escribiese las cartas, y estimando él esto como el mayor de los honores, redactaba sus tarjetas así:

Francisco de Paula de la Costa
y Sainz del Bardal
JEFE DEL GABINETE PARTICULAR
DEL EXCELENTÍSIMO SEÑOR DIRECTOR GENERAL DE BENEFICENCIA Y SANIDAD

Luego venían las señas: Aguardiente, 1.

Y a la cabeza de esta retahíla, la cruz de Carlos III, no porque él la tuviese, sino porque su padre había tenido la encomienda de dicha orden. Cuando este caballerito daba su tarjeta por cualquier motivo, le parecía a uno que recibía una biblioteca. Yo pensaba que si llegaba un día en que por artes del demonio hubiera de inscribirse el nombre de aquel poeta en el templo del arte, se habría de coger un friso entero.

Actualmente han variado las tarjetas; pero la persona no. Es de estos afortunados seres que concurren a todos los certámenes poéticos y juegos florales que se celebran en los pueblos, y se ha ganado repetidas veces el pensamiento de oro o la violeta de plata. Sus odas son del dominio de la farmacia por la virtud somnífera y papaverácea que tienen; sus baladas son como el diaquilón, sustancia admirable para resolver diviesos. Hace pequeños poemas, fabrica poemas grandes, recorta suspirillos germánicos y todo lo demás que cae debajo del fuero de la rima. Desvalija sin piedad a los demás poetas y tima ideas; cuanto pasa por sus manos se hace vulgar y necio, porque es el caño alambique por donde los sublimes pensamientos se truecan en necedades huecas. En todos los albums pone sus endechas expresando la duda o la melancolía, o sonetos emolientes seguidos de metro y medio de firma. Trae sofocados a los directores de Ilustraciones para que le inserten sus versos, y se los insertan por ser gratuitos; pero no los lee nadie más que el autor, que es el público de sí mismo.

Este tipo, que aún suele visitarme y regalarme alguna jaqueca o dolor de estómago, era uno de los principales ornamentos de los salones de mi hermano, pues si este no le hacía caso, Lica y su hermana le traían en palmitas por la pícara inclinación que ambas tenían al verso. Excuso decir que a los dos días de conocimiento, ya D. Francisco de Paula de la Costa y Sainz del Bardal... ¡Dios nos asista!... les había compuesto y dedicado una caterva de elegías, doloras, meditaciones y nocturnos en que salían a relucir los cocoteros, manglares, hamacas, sinsontes, cucuyos y la bonita languidez de las americanas."