lunes, enero 28

Square reader


Recién terminé de leer El cementerio marino. Lo leí, más o menos, en una hora, la primera vez. Lo releí en dos. Y tardé cerca de cuarenta minutos en transcribirlo. El estudio introductorio, me tomó un poco más y de nada sirvió estudiarlo –nunca pude encontrar el mentado juego entre vida y muerte-. Afortunadamente, ha tiempo me resigné a mi condición de lector prosaico. No puedo leer poesía. No me gusta. No quiero. No sé cómo. No la entiendo. Ni los sonetos sorjuanistas ni los versos de Hölderlin ni la vigorosa (sic) poesía de Valéry me dicen algo. Pareciera que estoy vacunado contra la analogía y la equivocidad. Las metáforas, en mi mente, escurren como agua en las manos. Toca el turno de Muerte sin fin. Ya sé lo que me espera: un par de lecturas, al menos, y la misma insatisfacción, ese mismo sinsabor que deja la estupidez en el fondo del paladar después de no entender un solo verso... Ni hablar. Habemos algunos que, sencillamente, no nacimos con euphya.

jueves, enero 17

Fríos pornógrafos

No te hagas, cristiano, un descreído que ya nada ve, pues en dádiva has recibido los ojos de la fe. No te dejes dominar de extrañas ideologías sin fundamento. Afirma la libertad cuando te es fácil negarla. Sé libre entre el gozo permanente y la apertura a lo nuevo. Justamente porque eres una persona cristianamente libre que no necesita atarse a nada terreno, reconoce la libertad de tus hermanos de fe que son creativos, y también la libertad de todos los prosélitos y piadosos que confesaron como tú a Dios y reconocieron lo divino. No te dejes convencer de que la cristiandad antigua viviera de espaldas al mundo. ¿De dónde le vino, entonces, ese amor a las cosas y ese conocimiento de sus leyes secretas, un amor y un conocimiento muy superiores a los que pueda tener el hombre actual? ¿O crees en serio que los pequeños constructos abstractos del hombre actual tienen más contenido de mundo, son más fieles a la tierra y concrecen más con ella (concreto) que las realizaciones de los grandes cristianos? ¿Quién conoce mejor al hombre en lo más íntimo: Villon y Grimmels-Hausen o los fríos pornógrafos de hoy? A éstos déjalos estar, y no te dejes seducir por unos cristianos que quieren hacerte creer que sólo en esa pornografía se descubre al hombre en toda su «gravedad pecadora» y sin aderezos pagano-idealistas.

(BALTHASAR, Hans: ¿Quién es cristiano?
Tr. Manuel Olasagasti. Ed. Sígueme,
Salamanca, 2000)

martes, enero 15

Algunas reflexiones teológicas sobre el amor.



A continuación cito algunos fragmentos sobre el concepto de amor auténtico que Balthasar nos propone en su libro “Teológica 1: La verdad del mundo”. Largos pero sublimes. Sobre todo el último. Vale la pena reflexionarlo un par de veces.


“(…) El amor (…) no es separable de la verdad. Está ya en el origen del movimiento de la verdad, tanto en el objeto como en el sujeto. En el sentido de la abertura del ser y de su estado de abierto, y, así, es imposible que subsista duda alguna acerca de si tiene en sí mismo la medida de la respectiva aplicación de la verdad. El egoísmo, por el contrario, que no conoce el amor, no puede saber tampoco de la verdad en el sentido pleno.”

“Amor es la desinteresada comunicación de lo propio, así como es en sí mismo la desinteresada recepción del otro. Es por eso la predeterminada medida de toda la verdad. La autocomunicación será, entonces, auténtica revelación de lo propio si tiene por sentido último la entrega misma, y la recepción de la revelación ajena llevará entonces a la auténtica comprensión si es comandada a su vez por la entrega a lo que se ofrece. En tanto que el amor es el movimiento mismo de producción de la verdad, es el único que tiene en las manos la llave última de la aplicación de la verdad. Es la auténtica medida de toda comunicación y de toda recepción.”

“Dentro del amor un error formal no puede dañar, mientras que toda verdad empleada fuera del amor sólo puede actuar en forma destructora.”

“Quien busca la ley de administración de la verdad, sólo necesita mantenerse en el amor para no incurrir jamás en faltas. Toda verdad que se comunica y se acoge en el amor es administrada correctamente, aún cuando muchas razones parezcan hablar en contra de ello (…). La característica del verdadero amor siempre será en tal caso ésta: que la justicia en la que se funda sea cumplida plenamente y que sólo en este cumplimiento sea superada y desbordada. Un amor que creyera poder despreciar la justicia sería desenmascarado, precisamente por esto, como una extravagante ilusión.”

“La verdad como desvelamiento del ser tiene su medida y sus límites en las leyes del amor; el amor, en cambio, no tiene ni medidas ni límites en otra cosa que en sí mismo.”

“El amor es esa receptividad que da crédito a toda verdad ajena para revelarse como tal. Es el a priori más amplio que existe, pues no presupone otra cosa que a sí mismo.”

“El amor es lo contrario de la actitud sectaria de creerse siempre en posesión de la verdad. Está inclinado a hacer valer antes la verdad ajena que la propia. Tiene la libertad de afirmar toda verdad, aun la que no ve directamente, y no puede juzgar si procede sólo del amor. (…). No juzga; sólo señala y deja el juicio al a evidencia de su más radiante revelación.”

Y la más sublime de todas – lo que espero del amor, a decir verdad –:

“El amor puede creer aún contra todas las apariencias en caso de que esta fe dé al amado la fuerza para que este llegue a ser el que debe ser. Quizá existan en el amado todos los elementos dispersos, a partir de los cuales el amante construye la imagen ideal que ofrece como espejo al amado. Él le muestra en ella el plan del edificio concluido, le anticipa su perfección en la fuerza creadora del amor, aun cuando en la realidad apenas existan materiales para construirlo. Y sin embargo, el elemento más esencial para esta construcción, la fe del amor mismo, está presente: gracias a ella es posible lo imposible. Su fuerza es tan grande que simplemente niega la realidad que se le opone y la deja a un lado como inexistente. “Yo sé – dice el amor – que tú no eres aquel que representas”. El amor no toma por construcción e invento suyo la imagen que él ha visto del amado; la entiende, si es amor auténtico y no frágil enamoramiento, como un arquetipo del amado que le ha dado Dios, que Dios le ha confiado. Pues a los seres les es concedido el perfeccionarse entre sí, el ser en el tú lo que no se puede ser en el yo. Sólo el amor puede proporcionar esta ayuda, esta síntesis cuya fuerza significa lo opuesto al desenmascaramiento del psicoanálisis. Los encantamientos del amor son totalmente sobrios. Tienen en sí una clara fuerza probatoria y una seriedad moral que no son a propósito para las fantásticas construcciones de los métodos de la disección anímica, no obstante su aparente realismo. Pues la imagen sintética que el amor descubre y presenta al amado no es una invención subjetiva y arbitraria; ha sido encontrada en la actitud más objetiva posible, en la entrega desinteresada al objeto, a su sentido y su salvación, como la más íntima realidad del objeto. También en esta obra, la base del amor sigue siendo una estricta y objetiva justicia: cuando él establece lo que debe ser simultáneamente en sus manos la medida de lo que es. Y puesto que posee esta medida con tanta seguridad, puede permitirse contemplar la realidad tal cual debe ser, y, por olvido –en palabras de Balthasar, “el divino olvido”– e inadvertencia, eliminar lo que no se adecua a su imagen.”





¡Hala!, ahí tienen.

viernes, enero 11

Ars ludi (primera entrega).

El aburrimiento es un buen motor para la creatividad. Cuando uno está hastiado de mirar sin gota de asombro la realidad circundante; cuando uno ha caído en las muelles manos del tedium vitae, el lenitivo más eficaz es la creación artística. No extraña, pues, que muchos de los espíritus más elevados – demoníacos, al decir de Goethe –, sean melancólicos. El hombre malhadado por Saturno busca con reconcomio redimirse de los instintos de muerte que lo asechan con insistencia. Y comúnmente lo logra a través del arte. En el caso contrario, como Kleist, un ejemplo entre muchos, la única salida es el suicidio.

Leyendo una entrevista que hace no mucho tiempo hicieron a Thomas Bernhard, en donde éste afirmaba que la única forma de paliar su profunda tristeza es la lectura de Schopenhauer, caí en la cuenta del profundo arraigo de la angustia en el corazón de los genios. Y una angustia que no sólo se circunscribe a la propia existencia: también se extiende a todo el cosmos: la Weltschmerz de los románticos alemanes se asoma subrepticiamente.

Lo más curioso es el perverso regustillo que tal estado genera. No usé fortuitamente el adjetivo “muelles” al hablar de las manos del “tedio de la vida”: hay una extraña comodidad, morbosa diría yo, en la depresión, en el aburrimiento: en la melancolía. Una hipótesis: el saturnino intuye que su actual estado lo hace creativo; o aún más: barrunta que el olor de la angustia atrae al estro. Otra hipótesis: el sufrimiento estruja al corazón, revelando, como la espina de Antonio Machado, su vida; el dolor tira con desdén las acorazadas murallas de los corazones lapídeos.

No es de extrañar el carácter lúdico del alma prócer. Estar cruzando de un lado al otro la delgada línea entre la tristeza profunda y la ironía es el juego favorito de los grandes creadores. Ahora bien, se corre un doble peligro al permanecer en este terreno polar: caer en la desesperación o en la frivolidad. Lo primero es terrible porque lleva a la absoluta inactividad creativa; y lo segundo, sin ser tan tremendo, de igual forma adormece el alma hasta llevarla a la inactividad, por lo menos a la intelectual. Mantenerse en equilibrio es un arte: ars ludi, podríamos llamarlo.

Este arte – al que denodadamente ya hemos bautizado – consiste en mezclar con prudente proporción la seriedad y la despreocupación ante el Destino. La Locura de Erasmo, a mi modo de ver, significa esto. Y el símil barroco del “Gran teatro del mundo”, es su máxima expresión.

Una pregunta al aire: ¿si no hay una Seriedad Absoluta que pueda relativizar toda seriedad mundana, ésta última tendrá, siendo fiel a toda sus consecuencias – la existencia del dolor, de la injusticia y, en última instancia, de la muerte – alguna otra opción que trocarse en desesperación o cinismo?

Un sabio amigo mío dice que el teatro contemporáneo – en su mayoría teatro del absurdo – ha perdido la noción de “drama”, pues una de las notas esenciales de la dramaticidad es su carácter polar. Polar significa, en este contexto, el peso positivo o negativo real de la libertad en la configuración del propio destino y del de los demás, y por tanto, la consecuente responsabilidad personal por la salvación o la condenación mía y de los otros. Hay, como se ve, una tensión, un contrapunto, inexistente en el teatro nihilista, entre el ser y el deber ser.

CONTINUARÁ…

lunes, enero 7

365 días en perspectiva

El año fenecido ha dejado en mí un rescoldo de tristeza. Y no podía ser de otra manera: lo contrario sería mera frivolidad fingida. Sufrí un profundo desamor… Días fragosos, en definitiva. Pero este incipiente año es el año de la esperanza, y no una esperanza volcada de manera exclusiva hacia el futuro, sino una esperanza que nos regala hoy y ahora la seguridad de un Compromiso, cuya plenitud se revelará al hombre, con claridad diamantina, al final de los tiempos.

El año fenecido ha dejado también, como contraparte, una llama de felicidad. Recuperé amistades perdidas y las afiancé; profundicé en las de antaño; aprendí, de pequeños y grandes desencuentros, algo más sobre el hombre: algo más sobre mí; conocí personas de buen corazón que me han enseñado mucho sobre la amistad, la belleza, la erística, etc. De suerte que me he hecho pelín más prudente. Y no por un esfuerzo ascético (mein kampf) que me llenase de presunción. Antes bien, por la experiencia de algunas almas pródigas de auténtico cariño. Cuando uno es amado, reconoce la infinita fortuna que esto implica e intenta poner todos los medios para corresponder dignamente a este amor, conservarlo y acrecentarlo – sin ni siquiera proponérselo expresamente –. Lo primero, pues, es el amor (el Amor). Ahí surge la virtud – por lo menos la privada o particular –. Su génesis no es la utilidad ni la búsqueda de la felicidad, sino el compromiso inicial de la relación personal (única e irrepetible; una singularidad relativa, en términos blathasarianos) y el afán de permanencia –sostenido no tanto por un voluntarismo, cuanto por la gracia que todo amor dona al amado, fomentando, así, la fidelidad –.

Decía un amigo que la mejor definición del laico en medio del mundo es la dada por Jesús: “He aquí, yo os envío como ovejas en medio de lobos” (Mt. 10,16). Hace ya algún tiempo descubrí que esta era mi misión; pero en el 2007 este descubrimiento tomó una fuerza inaudita. Algunos años fueron necesarios para comprender su importancia (el acto de ser personal, según D.-) y asumir su dramaticidad (Col. 1, 24), aunque, tristemente, haya sido por vía apofática. La interiorización de este compromiso es una empresa de toda la vida. Espero que el 2008 marque un hito en este sentido.

No creo haber perdido mi “camino” por mi salida consciente del XY. Tampoco soy de la opinión que fue un tiempo fútil (lo que traería aparejado un intento patético y anacrónico de buscar el tiempo perdido: “À la recherche du temps perdu”). Donde hay gracia de Dios, jamás se pierde el tiempo. Más bien, pienso yo, fue un periodo que me ayudó a tomar consciencia de la necesidad de un laicado comprometido con el mundo – el mundo real, donde hay tristeza, azar, maldad, amor, desamor, etc. –, de la necesidad de una teología del laicado hecha por teólogos laicos, que asuma plenamente lo propuesto por el Vaticano II; del peligro del moralismo, que privilegia la acción sobre la gracia, y subyuga – por separarlas equivocadamente – la sobrenaturalaza a la naturaleza; y por último, del deber – nunca un lujo – de estudiar teología, entendida como la reflexión sobre la Palabra y la Tradición, cuya finalidad es encontrarse integralmente con el Dios vivo, y enseñarla con la inteligencia y con la existencia.

Ardua empresa me espera. Espero estar a la altura histórica de este kairos de mi vida.

ARM ( Lord Ch.)