jueves, marzo 31

martes, marzo 29

Otro día de ira


El asesinato de JFSO provoca indignación y asco. El domingo apareció una entrevista del presidente de México, hablando de sus logros y retos, pidiendo comprensión y amor al país. Percibe que una de las grandes especialidades de los mexicanos es hablar mal de México.


Quizá dejaremos de hacerlo cuando los asesinos no cacen a quienes hacen denuncias anónimas, o cuando el sujeto que acumula una sexta parte del PIB del país deje de poner publicidad estúpida en los periódicos quejándose de otros monopolios, o cuando el 60% de los productos vendidos en la Ciudad de México dejen de ser ilegales, o cuando los políticos dejen de jugar a sus telenovelas de alianzas y sucesiones (¡discutir ideologías!) y se pongan realmente a trabajar en la realidad.

No se puede construir en México porque no hay espacio social. Y el "espacio social" no se gana con esas sospechosas "ampliaciones [sic] de derechos", sino con la posibilidad de ir por la maldita calle sin que alguien te dispare. O de decir tu opinión sin que los homnizabios te destrocen. O de discutir la cosa pública con prospectivas reales. Y en general, sin el odio devorador que nos tenemos los mexicanos.

Küng y Ratzinger

Una reseña comparativa de sus nuevos libros: Jesús de Nazaret II y ¿Puede la Iglesia aún ser salvada? El autor Samuel Gregg, es director del Acton Institute y se nota. La reseña dice exactamente lo que se esperaría que dijera.


Otra nota análoga de Paul Knitter.


miércoles, marzo 9

Keith Jarrett

Hasta hace poco descreía poder escuchar música y, simultáneamente, leer o realizar otra actividad. Todo ese tiempo me sentí incapaz de hacer dos cosas a la vez o, al menos, de acompasar el trabajo intelectual. La música clásica, confieso, nunca ha sido una opción: padezco el prejuicio según el cual hay que entenderla para disfrutarla. Y como ni sé, ni la disfruto, estoy frito -al final, creo que el gusto por la música clásica es como dice el personaje de Al Pacino en Carlito's Way, acerca de ser un gángster: "no se aprende en la escuela, y no se puede empezar tarde”. Pasa algo distinto con el jazz. Ah, nada mejor que leer filosofía al son de Kind of Blue de Miles Davies o redactar papers a ritmo de A Love Supreme de John Coltrane o de Getz y Joao Gilberto o Herbie Hancock y su funk. Sin embargo, cuando se está ante un texto que exige mayor concentración, he descubierto, lo mejor es escuchar a Keith Jarrett. Cualquier concierto de piano sirve. Pero, si uno se pone quisquilloso, hay que elegir sin chistar The Köln Concert. Por mucho, es la mejor entrega del jazzista de Pennsylvania. Eso sí, la portada es engañosa. Gracias al efecto provocado por el blanco y negro de la imagen, Jarrett luce moreno y atabardillado sobre un piano. Pero quien lo busque a través de Google ahora, se topará con un hombre blanco, acicalado, de bigote níveo y sonriente. No intento pontificar sobre música: mi exquisitez, temo decir, pasa del jazz a Joan Sebastian, Juan Gabriel y Vicente Fernández, haciendo parada en Chico Che. Pero no hay que ser un experto para reconocer que Keith Jarrett es un genio.

No es casualidad que durante años tocara junto con Miles Davies, ni que grabara más de diez discos de música clásica (diferentes sonatas y suites de Bach, Mozart y Handel).

Pueden verlo aquí y acá y con Chick Corea tocando a dos pianos. Las falanges de Jarrett se dislocan tonalmente. Técnicamente es impecable aunque cuando toca clásica, he de admitir luce afectado. Uno de los comentarios al video en YouTube, socarranomente, dice algo así como: "el tipo le está haciendo el amor al piano". Y otro, con menos saña, añade que: "Jarrett desaparece para hacerse música". Una y otra metáfora son afortunadas. Sí: lo de Jarrett es casi orgásmico. A la música, le siguen pujidos y gemidillos que la hacen más sabrosa. Jarrett se convulsiona, gesticula, patalea y jadea con ritmo inmejorable. Sí, también: es difícil distinguir si el instrumento es el lánguido pianista de aires "birutescos" o el elegante armatoste negro que lleva y trae a Jarrett de un lado para otro del banquillo. Para no faltar al cliché del genio, a Jarrett le sobran extravagancias. Es un autoexiliado: pasó diez años sin dar un concierto en Norteamérica. Es obsesivo: cuando decidió dedicarse a la música contemporánea, abandonó por completo el jazz. Es arrogante: ante la pedantería del gremio, decidió componer su propia música de orquesta. Más o menos así nació Spirits. También es conservador: enemigo declarado de los instrumentos musicales electrónicos . Pero, cuando toca, Keith Jarrett es un histérico. Hasta el grado en que, según Wikipedia, ha detenido conciertos, ya por gente tosijuda, ya por sospechar que alguien en el público lo grababa. ¿Por qué la arrogancia de los genios? Y uno está ahí sentado, sin muchas habilidades, escuchando los acordes de la primera parte del famoso concierto de 1975, imaginando cómo habría silenciado un estornudo de haber estado ahí, e intentando traducir un texto tardoescolástico acerca de la libertad y la acción voluntaria, cuando mi vecino de mesa en la biblioteca toca mi hombro pidiéndome que le baje el volumen a mi iPod. "No friegues", pienso; "ni que fueras Jarret".

viernes, marzo 4

Primitivo: fuego, juventud, memoria


Según Nietzsche, hay tres formas de hacer historia: anticuaria, monumental y crítica. A diferencia de las otras dos, cultas cada una a su manera, la anticuaria fluye de manantial humilde; se origina en el corazón y en el instinto. Su motivo es piadoso: busca crear una memoria de acontecimientos que se han diluido o están por diluirse. Desenterrar las raíces, contar la vida cotidiana de un pueblo, del hombre común. Ponderar sus rituales y creencias. En suma, rememorar el terruño. No sirve para hacer, sino para restaurar el ser; no construye, instruye. Su manifestación más espontánea, al decir de Luis González y González, es la microhistoria.

No hay razones para hacer microhistoria: sólo sentimientos. Sentimientos que apuntan a la añoranza de volver al origen, a lo primitivo. Su objeto de estudio no es la esdrújula Patria, donadora de poder y honra, sino la Matria, regazo nutricio en el que se abreva identidad. La microhistoria es conservadora: salva del olvido las creencias y modos de vida de los antepasados; pero también, revolucionaria: hace consciente al lugareño de su propio pasado a fin de vigorizar su espíritu y hacerlo resistente a formas políticas alienantes.

A mi modo de ver, microhistoria es precisamente lo que hace el cineasta tailandés Apichatpong Weerasethakul en su proyecto audiovisual Primitive (integrado por siete video-instalaciones, un libro y dos fotografías), que se expone en el Museo de Arte Contemporáneo de la UNAM hasta finales junio.

Primitive es una reconstrucción metafórica de Nabua, una pequeña aldea al noreste de Tailandia que fue asolada por el ejercito durante la década de los sesentas y ochentas. Es, asimismo, una fina denuncia del olvido histórico impuesto y autoimpuesto. Nabua es un trasunto de la tormentosa situación política que se vive en todo Tailandia. Un botón de muestra: en el segundo video de la instalación se ve una impactante lluvia de rayos -símbolo de los espíritus de los antepasados- cayendo a unos cuantos metros de distancia de los aldeanos, quienes no se inmutan en lo más mínimo.

Sin embargo, Primitive también es una mirada a la juventud tailandesa, rebosante de vida: Apichatpong ve en ella la posibilidad de cumplimiento de los ideales de sus padres y abuelos, asesinados injustamente. En el primer video de la instalación (“I´m still Breathing”) se ve un grupo de jóvenes corriendo tras un esfera envuelta en fuego; la fuerza vital originaria: el impulso primitivo del instinto.

El tema de la reencarnación juega, de igual forma, un papel preponderante en Primitive. La responsabilidad moral no solo es por la vida presente sino por las vidas que se han vivido y las que se vivirán: cada existencia está ligada a otros destinos. De ahí que el video principal de la instalación, que lleva por título precisamente Primitive, cuente la historia de una máquina del tiempo y de un hombre que asegura poder ver sus vidas futuras y pasadas.

Como en otras obras suyas, el sonido ambiental resulta protagónico. Esto se debe a que, para los animistas, los espíritus pueden transmigrar a insectos, plantas, animales.

La microhistoria nace normalmente del amor, decía don Luis. Eso es Primitive: el amor de un hombre por Nabua, símbolo de esa Tailandia profunda y originaria de su infancia; la Matria. La nostalgia por recordar las vidas pasadas.