Mal de libros.
"Hay mal de libros como hay mal de amores. Quien se entrega a ellos se olvida del ejercicio de la caza y de la administración de su hacienda. Las noches leyendo se le pasan de claro en claro y los días de turbio en turbio. Al fin, se le seca el cerebro.
Y menos mal si da en realizar sus lecturas, y el romanticismo acumulado por ellas lo descarga sobre la vida. Pero falta componer el otro Quijote: la Historia del ingenioso hidalgo que de tanto leer discurrió escribir. Leer y escribir se corresponden como el cóncavo y el convexo, el leer llama al escribir, y éste es el mayor y verdadero mal que causan los libros.
Montaigne se quejaba de que haya pocos autores: la mayoria no son sino glosadores de lo ajeno. Schopenhauer lamenta que sean tan escasos los que piensan sobre las cosas mismas; los más piensan en los libros de otros; al escribir, hacen reproducciones; otros, a su vez, reproducen lo que aquellos han hecho, de modo que en la última copia ya no pueden reconocerse los rasgos del bello Antínoo.
Tales autores, a imitación de la deidad antigua, no pisan el suelo: andan sobre las cabezas de los hombres; que si tocaran la tierra, aprenderían a hablar."
Alfonso Reyes.
3 comentarios:
Don Alfonso tiene razón al afirmar que la literatura absorbe la vida: es un estilo exsitencial que implica hasta los más pequeños detalles de lo cotidiano. El mundo se comprende desde la cosmovisión que cada lectura va dejando en el lector. Cada libro deposita en nosotros un poso vital o habitus desde donde se toman todo tipo de decisiones.
Decía un sabio profesor de filosofía que para enseñar ética hay que enseñar a leer literatura. Creo que tiene bastante razón. La lectura matiza nuestra subjetividad, templa nuestros juicios haciéndolos más objetivos y nos relaciona con la cultura en la que vivimos, así como también con la que no conocemos vitalmente.
Otra genialidad de Don Alfonso es darle primacia a la originalidad respecto del mero comentario; y al diálogo respecto a la lectura.
Enhorabuena por la cita.
Curiosamente, varios autores dan preeminencia a la amena charla que se susctia entre dos conocidos, que a la lectura de los más potentes (pedantes) libros. Pienso, por ejemplo, en Goethe.
¡Que se propague el mal!
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