martes, agosto 29

Singularidades relativas y singularidad absoluta.

Tres son las singularidades relativas que Von Balthasar propone para compararlas con la singularidad absoluta de Cristo. Esto, con el propósito de resaltar la exclusividad de la forma de Cristo, forma que incluye de manera plena las mencionadas singularidades relativas: la belleza, el amor y la muerte (esta última, en efecto, la asume absolutamente, pero para destruirla).

El texto que se presenta a continuación es un resumen del capítulo segundo del libro de Balthasar titulado ¿Por qué soy todavía cristiano?, publicado por Ediciones Sígueme, Salamanca, 2005.


Singularidades Relativas


a) La obra de arte famosa aparece en la historia como una creación primordial, como un milagro inexplicable. Ninguna ley sociológica puede prever el día de su llegada ni valorar después su existencia. Ciertamente hay condiciones preliminares, muy importantes, sin las cuales no se puede realizar. Sin embargo, estas condiciones no son suficientes para explicar su existencia y valor.

En el mejor de los casos se puede intuir y barruntar un kairos, pero jamás lo que concretamente da forma definitiva. Apenas surge la obra de arte famosa, asume inmediatamente la dirección: ella tiene la palabra. El lenguaje único que ella habla se convierte enseguida en lenguaje común. La obra de arte famosa no se comunica con el lenguaje habitual que ya existía; sólo la nueva lengua que nace con ella es capaz de interpretarla, de autoexplicarla.

Todavía una última observación. La obra de arte es comprendida en cierto modo por todos; pero se revela tanto más profundamente cuanto más atenta y delicada es la sensibilidad de quien la contempla. No todos son capaces de de gustar el sonido peculiar del griego de Sófocles, el alemán del Fausto o el francés de las poesías de Valéry. Sin duda las disposiciones subjetivas tienen su influencia, pero es mucho más importante la comprensión objetiva y la capacidad de distinguir lo noble de lo vulgar.

El milagro de una obra de arte famosa permanece siempre inexplicable.


b) El auténtico amor personal es quizá más raro de lo que se piensa, aunque la mayor parte de los hombres y mujeres crea abrir su esfera , e incluso es posible que por un instante llegue a penetrar en ella. Mas también es raro como las obras de arte. No se reduce a la pasión fatal, sino a algo mucho más simple y que para florecer completamente tiene necesidad de estar precedido por una denominación cristiana. la donación total de la propia hacia un Tú que, siendo absoluto, comprende en sí todo el mundo. Tal donación es un riesgo que sólo se puede correr en correspondencia con otro riesgo absoluto. la llamada por la que Dios elige a Israel entre los demás pueblos (Dt 7,7); la invitación que dirige Jesús a un hombre para que le siga en vez de otros. El esplendor de la elección amorosa proveniente de las regiones de lo divino eleva al individuo perdido entre los demás a la unicidad de la persona. En este definitivo conocimiento de dos amantes, el eros puede no sólo hacer saltar la primera chispa, sino acompañar hasta el fin, con tal de que se deje purificar y transfigurar más allá de sí mismo; Dante y Beatriz, Hölderlin y Diotima, El zapato de raso de Claudel, los himnos de Tehilhard a Beatriz.

c) Lo que raramente florece en el amor es ofrecido como posibilidad en la propia muerte, es decir, el comprenderse a sí mismo no sólo como un frágil individuo inmerso en la corriente incesante de la vida, en medio de la cual gusta sumergirse, sino como una persona irrepetible que, en el ámbito de un limitado y ni siquiera dominado horizonte futuro, debería cumplir una misión sólo suya, pero que no es capaz de cumplir; la nota característica aquí es la radical soledad de la muerte, ante la que cada individuo, puede tomar conciencia de su propia irrepetibilidad personal. En esto Scheler y Heidegger tienen razón. La revelación bíblica subraya fuertemente la solidaridad de todos los hombres y llama de este modo la atención sobre la existencia de una historia humana común y de un tiempo supraindividual, aunque no cíclico-cósmico; sin embargo, tanto en le Antiguo Testamento como en le Nuevo Testamento se tiene conciencia -en contraste con la solidaridad, ante la soledad de la muerte personal, de la finitud de la vida de la persona. El paso de la comunidad de vivientes por el juicio de Dios que elige y el fuego en el que se prueba los valores de la vida terrena y se demuestra si es paja que se lleva el viento o metal resistente (1 Cor. 3,12s), es un paso que se da en la absoluta soledad; aquí tiene validez absoluta el monos pro monon. No es posible apelar a los méritos de los demás. Nadie puede tomar mi defensa. . En el juicio sólo se puede hablar de comunión de los santos de modo dialéctico con relación a esta soledad profunda. Muerte y juicio son sobre todo la ruptura de toda situación horizontal y dialógica; más aún, aquella pede ser tomada con sentido de responsabilidad partiendo de una situación no dialógica, que responde de sí solamente ante Dios. De esto se sigue lógicamente que el tiempo verdadero y auténtico es el de cada individuo, encaminado a la muerte y el juicio, mientras el tiempo común histórico-mundano, que prescindiendo de la muerte personal es transformado en continuo cronológico, es sólo un fenómeno secundario, privado de ese momento que constituye la seriedad auténtica de la temporalidad. Una filosofía del futuro que comprometa todo el ethos del hombre en un tiempo en el que no existirá ya, únicamente puede considerar a la criatura como un individuo de la especie y jamás como persona. El problema de cómo cada persona pueda inserir en su tiempo limitado la idea del futuro de la humanidad sólo se resuelve de hecho cristológicamente.

Hemos resaltado tres puntos que revelan cada uno por separado una singularidad, aun menos relativa, en el basto horizonte de la razón humana. Existe en ellos algo común que vale la pena subrayar. El hombre se encuentra siempre ante determinados hechos de cuya aceptación depende la racionabilidad de su actitud frente a ellos.

En esto s tres puntos se advierte el desafío de la singularidad: escapar al juicio de lo que nos aprisiona a nuestro alrededor.

A pesar de todo, estas tres situaciones llegan a una realidad humana general, ante la que asumen una realidad dialéctica, que muchas veces se expresa en el ocultamiento, la discreción y la renuncia a sobresalir. El verdadero artista sabedor de su propio valor, no hace propaganda descarada de su obra, sino que la deja a su destino.

Un gran amor personal puede permanecer totalmente oculto, y la responsabilidad alcanzada por el pensamiento de la muerte, será siempre silenciosa. Lo que tiene conciencia de ser singular, se abandona, sin dudar de su valor, en lo relativo.

Esta actitud de modestia, propia de quien es superior, es abandonada por un hombre, Jesús de Nazaret, desde el momento en que se proclama como el camino, la verdad y la vida.
Hans Urs Von Balthasar.

Continuará.

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