¿Duermo?
A veces sueño con ser un insecto, un mosquito de aquéllos que fastidian; también he soñado con ser banca, con ser libro, pluma, micrófono, palabra o voz. Sueño en exceso. En realidad, no tanto, es sólo que cuando lo hago es excesivo. Más de una vez he soñado despierto. A veces sueño cosas que me gustaría soñar. Otras me sueño un sueño. Pero sobre todo me gusta soñar que comparto, al menos con alguien, alguno de mis sueños. O ¿soy el único que fantaseo con los encuentros mágicos que la historia ha presenciado, y, nosotros nos los hemos perdido? ¿Quién no hubiera deseado ser testigo de encuentros como el de Hegel con Goethe, como la última visita de Berkeley a Malebranche, el primer día de Aristóteles en la Academia, aquél cuando Paz se maravilló con Bretón, o cuando Bretón se maravilló con México. El de Reinaldo Arenas y su decepción ante Carlos Fuentes y García Márquez, respectivamente; el primero de tantos entre Borges y Reyes, o el de Sábato con el portugués Saramago? Personalmente, me gusta un encuentro que, literalmente, pareciera de ensueño: Borges y Sábato.
La historia entre ambos no es una de amistad y cordialidad. Poco hubo de eso entre sendos genios. Sábato nunca fue admirador de Borges. Lo creía un aristócrata cuya literatura poco o nada tenía que ver con la situación pampera. Lo tildaba de ser un autor europeizado al que se le habían olvidado sus raíces. Sábato, como uno de los representantes de la "generación intermedia", veía con malos ojos a "Georgie": miembro del grupo Florida.
La enemistad fue marcada. Para dos genios, sin embargo, el destino siempre guarda una sorpresa tangencial. Aunque a veces ésta sea tan efímera que pareciera una jugarreta, un mal sueño.
4 comentarios:
Salud por esto.
Sólo una nota: el primer día de Aristóteles en la Academia debió seguramente haber sido bastante, bastante banal.
Lo juzgas históricamente, Jack. Para Aristóteles no creo que haya tenido algo de banal. Y eso es lo que verdaderamente cuenta. No debe ser la importancia histórica la que dé sentido a la importancia personal, sino al revés.
Yo creo.
De todos modos creo que fue banal. Según los datos del D, ese día Aristóteles sería un muchachillo extranjero, de piernas flacas. ¿Qué tanto habría escuchado de Platón? ¿Qué tanta autoconciencia alcanzaría en él, en ese momento, el Absoluto?
Pero sea: el justo medio levanta una justa reclama. En atención a ello, me retraigo.
Yo me pregunto si alguien irá a soñar con querer soñar intensamente conmigo. Conmigo y ustedes, amigos. ¿Alguien irá a mirar con su hálito de misterio nuestras reuniones en el Somelier? ¿Iremos a ser Goethe y Hegel?
Sospecho que no.
Con todo, ya me veo cuando, de viejo, añore estos días con melancolía, sentado en mi sillón, con un libro y un whisky y una pipa bienoliente. Cerraré el libro y me perderé en mis recuerdos mientras haga arillos con el humo. Me recordaré en estos días. Y a ustedes.
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