martes, agosto 29

Algunas consideraciones sobre el amor

Decir "te amo" es decirle al otro, los ojos abismándose en los del amado, "tú no morirás, me va en ello la vida", y hacerse mártir venturoso en el sacrificio de la entrega cotidiana, es decir, del amar.

El "tú" y el "yo", no más islas, ya continente, ya comunidad; no individualidades, sí "nosotros", se realizan en el vínculo, en el encuentro del salir hacia el otro que se manifiesta.

De la colaboración del vino en la creación artística

"Si bien hemos bebido, conocemos lo justo.

En el vino se ocultan, ciertamente, fuerzas de productividad de la mayor importancia. Aunque todo depende del momento y de la hora."

(Goethe, Conversaciones con Eckerman, p. 171)

Singularidades relativas y singularidad absoluta.

Tres son las singularidades relativas que Von Balthasar propone para compararlas con la singularidad absoluta de Cristo. Esto, con el propósito de resaltar la exclusividad de la forma de Cristo, forma que incluye de manera plena las mencionadas singularidades relativas: la belleza, el amor y la muerte (esta última, en efecto, la asume absolutamente, pero para destruirla).

El texto que se presenta a continuación es un resumen del capítulo segundo del libro de Balthasar titulado ¿Por qué soy todavía cristiano?, publicado por Ediciones Sígueme, Salamanca, 2005.


Singularidades Relativas


a) La obra de arte famosa aparece en la historia como una creación primordial, como un milagro inexplicable. Ninguna ley sociológica puede prever el día de su llegada ni valorar después su existencia. Ciertamente hay condiciones preliminares, muy importantes, sin las cuales no se puede realizar. Sin embargo, estas condiciones no son suficientes para explicar su existencia y valor.

En el mejor de los casos se puede intuir y barruntar un kairos, pero jamás lo que concretamente da forma definitiva. Apenas surge la obra de arte famosa, asume inmediatamente la dirección: ella tiene la palabra. El lenguaje único que ella habla se convierte enseguida en lenguaje común. La obra de arte famosa no se comunica con el lenguaje habitual que ya existía; sólo la nueva lengua que nace con ella es capaz de interpretarla, de autoexplicarla.

Todavía una última observación. La obra de arte es comprendida en cierto modo por todos; pero se revela tanto más profundamente cuanto más atenta y delicada es la sensibilidad de quien la contempla. No todos son capaces de de gustar el sonido peculiar del griego de Sófocles, el alemán del Fausto o el francés de las poesías de Valéry. Sin duda las disposiciones subjetivas tienen su influencia, pero es mucho más importante la comprensión objetiva y la capacidad de distinguir lo noble de lo vulgar.

El milagro de una obra de arte famosa permanece siempre inexplicable.


b) El auténtico amor personal es quizá más raro de lo que se piensa, aunque la mayor parte de los hombres y mujeres crea abrir su esfera , e incluso es posible que por un instante llegue a penetrar en ella. Mas también es raro como las obras de arte. No se reduce a la pasión fatal, sino a algo mucho más simple y que para florecer completamente tiene necesidad de estar precedido por una denominación cristiana. la donación total de la propia hacia un Tú que, siendo absoluto, comprende en sí todo el mundo. Tal donación es un riesgo que sólo se puede correr en correspondencia con otro riesgo absoluto. la llamada por la que Dios elige a Israel entre los demás pueblos (Dt 7,7); la invitación que dirige Jesús a un hombre para que le siga en vez de otros. El esplendor de la elección amorosa proveniente de las regiones de lo divino eleva al individuo perdido entre los demás a la unicidad de la persona. En este definitivo conocimiento de dos amantes, el eros puede no sólo hacer saltar la primera chispa, sino acompañar hasta el fin, con tal de que se deje purificar y transfigurar más allá de sí mismo; Dante y Beatriz, Hölderlin y Diotima, El zapato de raso de Claudel, los himnos de Tehilhard a Beatriz.

c) Lo que raramente florece en el amor es ofrecido como posibilidad en la propia muerte, es decir, el comprenderse a sí mismo no sólo como un frágil individuo inmerso en la corriente incesante de la vida, en medio de la cual gusta sumergirse, sino como una persona irrepetible que, en el ámbito de un limitado y ni siquiera dominado horizonte futuro, debería cumplir una misión sólo suya, pero que no es capaz de cumplir; la nota característica aquí es la radical soledad de la muerte, ante la que cada individuo, puede tomar conciencia de su propia irrepetibilidad personal. En esto Scheler y Heidegger tienen razón. La revelación bíblica subraya fuertemente la solidaridad de todos los hombres y llama de este modo la atención sobre la existencia de una historia humana común y de un tiempo supraindividual, aunque no cíclico-cósmico; sin embargo, tanto en le Antiguo Testamento como en le Nuevo Testamento se tiene conciencia -en contraste con la solidaridad, ante la soledad de la muerte personal, de la finitud de la vida de la persona. El paso de la comunidad de vivientes por el juicio de Dios que elige y el fuego en el que se prueba los valores de la vida terrena y se demuestra si es paja que se lleva el viento o metal resistente (1 Cor. 3,12s), es un paso que se da en la absoluta soledad; aquí tiene validez absoluta el monos pro monon. No es posible apelar a los méritos de los demás. Nadie puede tomar mi defensa. . En el juicio sólo se puede hablar de comunión de los santos de modo dialéctico con relación a esta soledad profunda. Muerte y juicio son sobre todo la ruptura de toda situación horizontal y dialógica; más aún, aquella pede ser tomada con sentido de responsabilidad partiendo de una situación no dialógica, que responde de sí solamente ante Dios. De esto se sigue lógicamente que el tiempo verdadero y auténtico es el de cada individuo, encaminado a la muerte y el juicio, mientras el tiempo común histórico-mundano, que prescindiendo de la muerte personal es transformado en continuo cronológico, es sólo un fenómeno secundario, privado de ese momento que constituye la seriedad auténtica de la temporalidad. Una filosofía del futuro que comprometa todo el ethos del hombre en un tiempo en el que no existirá ya, únicamente puede considerar a la criatura como un individuo de la especie y jamás como persona. El problema de cómo cada persona pueda inserir en su tiempo limitado la idea del futuro de la humanidad sólo se resuelve de hecho cristológicamente.

Hemos resaltado tres puntos que revelan cada uno por separado una singularidad, aun menos relativa, en el basto horizonte de la razón humana. Existe en ellos algo común que vale la pena subrayar. El hombre se encuentra siempre ante determinados hechos de cuya aceptación depende la racionabilidad de su actitud frente a ellos.

En esto s tres puntos se advierte el desafío de la singularidad: escapar al juicio de lo que nos aprisiona a nuestro alrededor.

A pesar de todo, estas tres situaciones llegan a una realidad humana general, ante la que asumen una realidad dialéctica, que muchas veces se expresa en el ocultamiento, la discreción y la renuncia a sobresalir. El verdadero artista sabedor de su propio valor, no hace propaganda descarada de su obra, sino que la deja a su destino.

Un gran amor personal puede permanecer totalmente oculto, y la responsabilidad alcanzada por el pensamiento de la muerte, será siempre silenciosa. Lo que tiene conciencia de ser singular, se abandona, sin dudar de su valor, en lo relativo.

Esta actitud de modestia, propia de quien es superior, es abandonada por un hombre, Jesús de Nazaret, desde el momento en que se proclama como el camino, la verdad y la vida.
Hans Urs Von Balthasar.

Continuará.

martes, agosto 22

Blog: temeridad literaria.

No ha pasado tanto tiempo desde que estos "blogs" nacieron -virtualmente- como espacios destinados al ocio cibernético, al fárrago editorial, y a la literatura vesánica. Mas la popularidad de estos antros no es menor entre la clase media-alta, media-letrada. Tener, participar, escribir, visitar un blog es lo del momento -casi como ser panista. Y es, justamente, esa momentaneidad la responsable del mal agüero de estos foros. Su vigencia será tanta como sea el interés del cibernauta consumidor de pseudocultura, y, su trascendencia equiparable a la popularidad de un "blogger" entre sus allegados. Reconozco. No se necesita ser Gabriel Gale para desvelar la precariedad de la palabra virtual. El site visitado hoy, difícilmente lo encontraré mañana, y si así lo pretendo, el URL ha de grabarse en mi mente al modo de un verso dadaísta.

Sin embargo, escribo en uno. Lo hago con gusto. Quizá porque de antemano conozco quien me leera, o bien, porque es predecible todo el universo fuera de mi conjunto de lectores; pero como sea escribo, lo intento. Si no fuera por espacios como este, no lo haría. Quizá porque sé que no me leerían, o bien, porque el universo de letrados no es lo suficientemente numeroso para encontrar un posible lector de mis ideas. ¿Lo ven?, que sería de mí... El mundo literario es demasiado celoso con los ineptos, los de estilo avieso y de mentalidad procelosa. Personalmente, no tengo cabida; pero existe un espacio alternativo creado para aquellos necesitados de instantaneidad: un blog. Una editorial surreal para la publicación de los textos sin sentido, sin trascendencia, sin otra intención que la catársis literaria en donde el "artista" al sentir esa basca a-genial, ese impulso a escribir lo hace sin temor a desagradar a un lector. Si casualmente llegase a ojos de algun infortunado, en éste no provocaría mayor sorpresa. En cambio, en el autor, infortunado de suyo, causaría un efecto tal. Espero sea el caso...

Helo aquí: un claro ejemplo -una invitación- de la clase de improperios estilísticos que se pueden publicar en un blog, sin sentir aún la vergüenza de un no-talentoso. Basténos para reconocer que no existe persona con una genialidad tan estéril de la que no pueda extaerse un pensamiento digno de ser publicado.

BENEDIXIT, FREGIT, DEDITQUE.

En los 70 años de la ordenación sacerdotal del Cardenal Hans Urs Von Balthasar.
“I consder my own theology to be like the finger of John pointing to the fullnes of revelation in Jesus Crhist, unfolded in the immense fullnes of its reception in the history of the Church, in the meditation of the saints above all.” Spirit and Fire: An Interview with Hans Urs Von Balthasar. Communio Iternational Catholic Review. Fall 2005.

El 26 de julio se cumplieron 70 años de la ordenación sacerdotal del eminente teólogo de Basilea, Hans Urs Von Balthasar. La elección inconfundible y gratuita fue reconocida y aceptada en el sur de Alemania, en la Selva Negra: “Todavía hoy… podría encontrar de nuevo en aquel camino perdido del bosque en la Selva Negra, no lejos de Basilea, el árbol bajo el cual fui como tocado por el rayo…”. No fue una llamada que le revelase una misión concreta, sino una entrega completa al seguimiento: “Pero no fue ni la teología ni el sacerdocio lo que entonces entró como un rayo en mi espíritu...”. Fue en el año de 1929 que la vida de un joven Suizo estudiante de germanística queda marcada de por vida. Tras su asistencia a un retiro espiritual, donde se predicaban los ejercicios espirituales de San Ignacio de Loyola, descubre con claridad que ha sido elegido para obedecer desde la fe: “Fue únicamente esto: tú no tienes nada que elegir has sido llamado. Tú no vas a servir, alguien te llamará a su servicio; no tienes que hacer planes eres sólo la piedrecita en un mosaico que ya está preparado desde hace tiempo.”. Y, consecuente con su llamada, a lo largo de su más de 80 años de vida terrestre, fue ejemplo vivo para miles de almas y, quizá con sus escritos, lo sea de millones, del encuentro personal con la Gloria Divina, con la forma luminosa del Crucificado. La vida de entrega y fidelidad a la Iglesia de H.U. Von Balthasar nos merece veneración. Su potente obra teológica, que nos enseña la necesaria unión entre la teología y la espiritualidad, no puede sino atraernos sobremanera por su agudeza y profundidad. Su amor por la cultura, especialmente la literatura y la música, nos motiva al estudio, nos genera admiración.

Von Balthasar nace en Lucerna, Suiza, el 12 de agosto de 1905. Después de Doctorarse en germanística a los 23 años con una tesis titulada Historia del problema escatológico en la literatura alemana moderna, decide ingresar al noviciado con la Compañía de Jesús cerca de Feldkirch. Estudia filosofía en Pullach, centro de estudios jesuíticos cerca de Munich, y teología en La Fourviére, cerca de Lyon, sin llegar nunca a doctorarse en ésta última. Esto no fue inconveniente para legar a la humanidad una de las obras teológicas más completas y profundas de todo el siglo XX, por no decir que de toda la historia del cristianismo.


La obra teológica balthasariana mana de la propia experiencia religiosa de su autor. Su concepción de la forma, figura o gestalt (concepto instrumental heredado de Goethe) como la Kabod divina que se revela en plenitud en la persona del Verbo, no es un especulación teórica, sino la vivencia profunda de una experiencia: “entró como un rayo en mi espíritu.”. La propuesta de que la vida cristiana es dramática o, mejor dicho, Teodramática, idea clave en la concepción moral de la obra de nuestro teólogo, proviene de ese encuentro personal con la libertad infinita, que promueve y posibilita toda acción virtuosa en el hombre, y que exige, a su vez, una entrega plena para vivir de la fe. La narración del descubrimiento de su vocación al sacerdocio es una luz que alumbra el punto de arranque desde donde el teólogo de Basilea formula su propuesta teológica: el encuentro dramático con aquella libertad amante, que me llama a pesar de mis proyectos personales a participar en la obra de la redención, a través de la obediencia, en el seguimiento y servicio de Aquel que obedeció de manera arquetípica, y por el que mi obediencia tiene eficacia redentora. Todo esto posibilitado por el Espíritu común al Padre y la Hijo; Espíritu en el que se realiza el don del amor entre el Origen y su Verbo, la eterna donación, recepción y devolución de su ser para-el-otro; Espíritu que, como desbordamiento de amor Trinitario, perpetúa la presencia de Cristo en su Iglesia –en la Palabra, en la Oración Eclesial, en la Liturgia, en los Sacramentos, especialmente en la Eucaristía, y en la figura luminosa de los Santos– permitiendo al hombre hacerse persona en el cumplimiento fiel de su misión.

El afán de la teología balthasariana es comprometer a su lector a vivir fielmente el cristianismo. Sus escritos tienen la pretensión de dirigir a las almas al encuentro personal con Cristo. Este encuentro originario con el Amor, al ser percibido y aceptado libremente, revela la misión específica que a cada uno le corresponde como miembro de la Iglesia: “... eres sólo la piedrecita en un mosaico que ya está preparado desde hace tiempo”. Estas palabras son las que Balthasar escuchó claramente en su corazón, cuando comprendió la misión a la que había sido llamado. Su labor pastoral no sólo ha influido en aquellos que le conocieron personalmente, sino también en todos los que abrevan de las limpias aguas de su doctrina, legado espiritual para la Iglesia.

Crítico de la teología academicista que permeaba la enseñanza en los seminarios, Balthasar propone una teología arrodillada (kniende Theologie), es decir, existencial. Esta convicción le llevó a inclinar la balanza en favor de la Universidad de Basilea, donde fue capellán de estudiantes jóvenes y realizó una labor pastoral admirable, y renunciar a dar clases en la Universidad Gregoriana, unos de los puntos de referencia más fuerte para profesar la ciencia teológica. La preferencia de Von Balthasar por la labor pastoral se explica si reflexionamos en la misión que él mismo atribuía a su obra teológica: ser como el dedo de Juan el Bautista que apunta a la grandeza y luminosidad inefable del “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.” Más que ser un gran especulativo, el Teólogo de Basilea pretende ser director de almas, poniendo al servicio del Pueblo de Dios su teología para que sirva como un signo (el dedo de Juan) que remite a la auténtica y única fuente de sabiduría: Cristo.
Su vida fue una "existencia teológica"- término que el propio Balthasar formuló para describir la misión de Santa Teresa de Lisieux; una llamada al servicio. Desde esta óptica se entiende por qué nuestro teólogo decidió que las palabras que marcarían su vida sacerdotal fueran aquellas con las que el Señor se entregó a los suyos: benedixit, fregit, deditque (lo bendijo, lo partió, se los dio). Estas palabras, contenidas en el Canon Romano, la anáfora de mayor tradición en la Iglesia Romana, definían, según Balthasar, la misión concreta para la que había sido elegido: con la gracia de la elección (benedixit), y su correpondiente aceptación, se entregaría plenamente a la Iglesia (fregit, deditque); es decir, una entrega a Dios, como fuente de donde mana todo auténtico amor, y a los hombres (el amor al prójimo), como la natural extensión de la experiencia del amor divino.

Sobre el humanismo ateo.


En la pasada entrada, planteé que el humanismo ateo es trágico. La cita que se recoje pertenece al filósofo rumano Émile Cioran (1911-1995), uno de los ¿humanistas? ateos por excelencia:


Nos echan a este mundo, y nadie nos ha preguntado si queríamos nacer, nadie nos previene de lo que nos espera, ingenuo pensamiento el que dice que la vida es un don, algo que deberíamos agradecer cada día que nos despertamos y cada día que pasamos y seguimos aquí... Yo pienso (y empiezo a pensar que pienso demasiado) que también puede ser una carga, una pesada carga, que día a día algunos de nosotros llevamos encima sin poder quitárnosla, pero deseando hacerlo. No estoy loco, nadie debe juzgar que mi lucidez significa locura, ¿o quizás sí?, y por eso los cuerdos están en el manicomio. Lo he intentado, claro que lo he intentado, pero la ¿gracia? del asunto es que he fracasado... Así que aquí sigo, sin saber muy bien qué hacer. Una de las cosas que tengo más claras, es que la sociedad tal como es ahora, no me gusta, vivo en ella porque no me queda otro remedio, y porque al mismo tiempo que la aborrezco, la necesito para subsistir. Pero no me gusta, quizás en lugar de ¿avanzar? tanto en el campo de la tecnología, de la ciencia, del consumismo,... Deberíamos pararnos en seco y mirar atrás, mirar lo que vamos dejando a nuestra espalda, recapacitar y meditar en si realmente estamos siguiendo el camino correcto, o por el contrario, estamos destruyéndolo todo a nuestro paso como Atilas de pacotilla. Mi pesimismo, como le llaman los demás, o lucidez, como le llamo yo, es una pesada carga que tampoco pedí llevar. Es difícil vivir así, y casi merezco una medalla por, a pesar de todo esto, seguir levantándome cada día, ir al trabajo y colaborar en algo que no deseo que siga así, sino aniquilarlo. La aniquilación es renovación, porque al final de ella, la vida (esa eterna inmortal) vuelve a resurgir... Si tuviese el poder, destruiría al hombre, limpiaría de la tierra su huella y la dejaría libre para que la naturaleza recupere lo que siempre ha sido suyo. Y quizá, en un futuro lejano, la evolución haría que un nuevo ser inteligente poblara este planeta. Porque no considero que el hombre sea un ser superior, ni inteligente, creo que es un ser peligroso por su gran (casi ilimitada) capacidad de contaminación. Y su carente capacidad de creación, allí donde toca, la caga. Dejando un montón de mierda a su paso.

Émile Cioran.

¿Qué opinan?

lunes, agosto 21

Teodramática

Uno de los principales intelectuales cristianos del siglo XX, Hans Urs Von Balthasar, afirmaba que la única forma de comprender la esencia del cristianismo es como un drama. De hecho, el teólogo de Basilea titula a una de sus más importantes obras teológicas Teodramática. El puesto de la Teodramática nos es bien conocido: forma parte de la famosa trilogía balthasariana, dedicada a cada uno de los trascendentales del ser, que se atribuyen de manera preeminente, más no exclusiva, a cada una de las personas de la Trinidad: la Belleza (Teo-Gloria) corresponde a la Kabod del Padre, que resplandece en la creación y, especialmente, en el Verbo eterno; el Bien (Teo-dramática) corresponde a la tríada encarnación-muerte-resurrección del Hijo, donde se revela y funda el compromiso (el amor) de Dios por el mundo; y, por último, la Verdad (Teo-lógica), como la actuación salvífica del Espíritu de amor común al Padre y al Hijo, que se revela como la permanencia de Dios en el corazón del hombre, como el renovador y continuador del compromiso de Dios por el mundo, especialmente en la Iglesia, en sus sacramentos y en sus santos, y como Gracia que permite confesar al Hijo. En suma: como el Espíritu que santifica al hombre indicándole el camino hacia la casa paterna. ¿En qué consiste la Teodramática? De manera sintética podemos decir que en la interacción de la libertad Infinita de Dios y la libertad finita del hombre; siendo la primera condición de posibilidad de la segunda.

¿Por qué considerar la existencia cristiana como un drama? ¿No esto, en cierta medida, una introducción de pesimismo existencial en la religión de la paz y la alegría? Antes que nada habría que decir que existe un diferencia entre lo trágico y la dramático. Aquello, implica la necesidad del fato, del destino: pese a los esfuerzos realizados por los grandes héroes trágicos, estos terminan en una situación irresoluble, sin salida. Lo dramático, por el contrario, sin eliminar los sucesos contradictorios, la angustia y, en general, el peso escatológico incluido en la libertad, tiene un momento de solución, de esperanza. La libertad, en la tragedia, es un espejismo, pues mientras más actos realiza el héroe para escapar de la moira, más irremediablemente se acerca a la situación final prescrita por los dioses. No es de sorprender que la concepción del tiempo de muchos autores griegos sea circular, a-ética.

En la consideración secular del hombre como un ser-en-el-mundo (Heidegger), la existencia se vuelve trágica: el hombre es, esencialmente, un ser-para-la-muerte. El fato, en este caso, es la finitud de la existencia personal. La posibilidad más radical de mi libertad es, en última instancia, la muerte. La angustia, como desesperación vital, es característico de este humanismo ateo (Sartre, Camus, Ciorán). El pesimismo existencial no es constitutivo del drama, como sí lo es de la tragedia.

Por otra parte, la visión dramática de la existencia es la propia del cristianismo católico. ¿Es necesario la consideración de la vida cristiana como drama? Balthasar dirá que sí, puesto que es la única forma de no falsear el acontecimiento de Cristo. El hombre en el cristianismo ya no es considerado meramente como un ser intramundano y, por tanto, sin trascendencia; sino como un ser-en-comunión. Esto únicamente es posible, porque una Libertad Infinita ha decidido donar el ser a una criatura finita para que esta disponga de él con agradecimiento. Esta comunión gratuita se vio interrumpida, según el relato bíblico, por la rebeldía del hombre contra Dios: el pecado. Pero en su infinita misericordia, Dios decidió restablecer esa comunión, en una plenitud mayor a la original –la filiación divina–, con el envío de su Hijo a la historia humana. Esta misión encomendada al Verbo, y que, según Balthasar, se identifica con Cristo mismo, consiste en la redención del hombre; es decir, en la libre determinación del Hijo primogénito, en comunión con el Padre, en el Espíritu Santo, de asumir vicariamente la traguicidad de la existencia humana: el sufrimiento y la muerte (el pecado). La consecuencia de este acto magnánimo (el último acto, en terminología balthasariana) es la destrucción de los límites trágicos (la soledad, el sufrimiento y la muerte), connaturales al hombre desde la rebelión original; permitiéndole, así, vivir una existencia en la fe, la esperanza y el amor, únicos elementos que dotan de contenido y trascendencia a la libertad. En esto consiste el compromiso de Dios por el mundo.

¿Cuál es el contenido dramático del compromiso de Dios por el mundo? La exigencia hecha al hombre, fundada en este compromiso primario y misericordioso de Dios por su criatura, de un seguimiento pleno, que implica la renuncia a la propia vida (en el sentido claro y firme de Lucas 17,33). Esta renuncia tiene que realizarse de manera piadosa, en el sentido fuerte del término, o sea, como un agradecimiento continuo y amoroso a Dios, producto del reconocimiento de la gratuidad de Su amorosa elección.

La exigencia de este seguimiento se concreta en dos mandatos de Cristo plasmados en el Evangelio: el mandato, por un lado, del amor al prójimo de la misma manera que Cristo amó a los hombres; esto es, hasta la relativización del propio “yo” para una entrega completa por el otro; y el mandato, por otro lado, de la imitación de Aquel que es "manso y humilde de corazón" (Mateo 11, 29). Esta última exigencia se repite de manera aún más dramática cuando se le ordena al hombre algo, que sin la presuposición del auxilio divino, sería absurdo: "Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto" (Mateo. 5,48).

Toda exigencia divina viene precedida por el Amor que Dios prodiga al hombre. De hecho, es su condición indispensable. Este también es uno de los elementos constitutivos del drama o, mejor dicho, del Teodrama: el hombre ha sido gratuitamente traído a la existencia con un cor inquietum (San Agustín) que tiene continua nostalgia y pasión por la plenitud, pero el medio dado al hombre para satisfacer ese deseo, su libertad, es por sí misma impotente para lograrlo. No así en el caso del hombre redimido, ya que este, a pesar de tener la misma libertad, por decirlo así, endeble, al estar en comunión con Dios, basta que dirija su libertad a la aceptación del amor de Divino para llenar de plenitud el deseo natural (¿sobrenatural?) inscrito en su corazón. También es cierto que decidirse al seguimiento fielmente implica, hasta para el hombre redimido y auxiliado por la gracia, una lucha y renuncia continua a su soberbia, cosa que es, en realidad, bastante difícil; tanto, que siempre existe la posibilidad de renunciar a la correspondencia del Amor Divino y condenarse. Esto último, resalta el hecho de que a pesar del auxilio divino, el hombre puede condenarse, siendo esto una tragedia mucho más profunda que la de paganos y ateos.

En efecto, la dependencia del hombre respecto de Dios es uno de los elementos constitutivos del Teodrama, que se sigue de la realidad esencial del hombre como ser-en comunión. Ahora bien, que el hombre haya sido traído a la existencia por el Don Divino, no sólo implica que el hombre esta en una relación de amor con Dios, sino también que su existencia es esencialmente comunión o, términos polianos, co-existencia. Es decir, el hombre existe sólo como don de si mismo, como vida en comunión con los demás hombres. Por tanto, el compromiso en el Teodrama también implica el compromiso con los demás hombres; el amor al prójimo como deseo verdadero de su salvación. Ahora bien, la comunión siempre implica seres libres y, por tanto, la posibilidad de rechazar el amor. Este rechazo puede darse por parte del hombre a Dios, y también de un hombre respecto de otro hombre. Dios, como es lógico, no rechaza jamás a su criatura, porque su compromiso por ella es pleno e irremisible desde su creación. En resumen: se pide, por un lado, el amor pleno del hombre a Dios en el seguimiento pleno; y, como extensión de este seguimiento (sólo así se puede y debe entender el mandato del amor al prójimo. Cualquier otra cosa es un utilitarismo velado), por otro lado, se propone el amor al prójimo, donde se contempla a Cristo. Pero el hombre puede, de hecho es lo común, rechazar el amor de Dios, o sea, su comunión; esta es la definición más propia de pecado, creo yo. Y también puede ser que, en contra de mis deseo más profundos de que todos los hombres se salven, lo hombres rechacen mi amor y no decidan convertirse. La existencia cristiana es dramática.

Para no extenderme más, dejo hasta aquí estas líneas, con la intención de continuarlas otro día, pero no sin antes dejar una reflexión: ¿No es, acaso, la postura balthasariana la única forma de entender aquella misteriosa afirmación de San Pablo, que dice: “Horrendum est incidere in manus Dei viventis,” (Terrible es caer en las manos del Dios vivo).


viernes, agosto 18

Mal de libros.

"Hay mal de libros como hay mal de amores. Quien se entrega a ellos se olvida del ejercicio de la caza y de la administración de su hacienda. Las noches leyendo se le pasan de claro en claro y los días de turbio en turbio. Al fin, se le seca el cerebro.

Y menos mal si da en realizar sus lecturas, y el romanticismo acumulado por ellas lo descarga sobre la vida. Pero falta componer el otro Quijote: la Historia del ingenioso hidalgo que de tanto leer discurrió escribir. Leer y escribir se corresponden como el cóncavo y el convexo, el leer llama al escribir, y éste es el mayor y verdadero mal que causan los libros.
Montaigne se quejaba de que haya pocos autores: la mayoria no son sino glosadores de lo ajeno. Schopenhauer lamenta que sean tan escasos los que piensan sobre las cosas mismas; los más piensan en los libros de otros; al escribir, hacen reproducciones; otros, a su vez, reproducen lo que aquellos han hecho, de modo que en la última copia ya no pueden reconocerse los rasgos del bello Antínoo.
Tales autores, a imitación de la deidad antigua, no pisan el suelo: andan sobre las cabezas de los hombres; que si tocaran la tierra, aprenderían a hablar."
Alfonso Reyes.

jueves, agosto 17

Feliz ocurrencia

Alonso ha tenido, según me parece, una feliz y poco esperada ocurrencia con la creación de este medio. Ha tenido que vencer sus fobias a la tecnología y al inglés para hacerlo. Mi enhorabuena. Estaremos, pues, publicando. Mucho.

El pasword es simplemente una genialidad.

Saludos al Di.

Hapax Legomenon

Hapax Legomena (hapaxes en su forma abreviada, hapax legomenon en singular) somos tú y yo. Palabras únicas e irrepetibles en el tiempo. Pensamientos íntimos e inimitables que sólo existen porque tú y yo existimos. Somos totalidades insustituibles.