miércoles, diciembre 26

Mensaje de Navidad de Benedicto XVI


«Nos ha amanecido un día sagrado:
venid, naciones, adorad al Señor, porque
hoy una gran luz ha bajado a la tierra»
(Misa del día de Navidad, Aclamación al Evangelio).

Queridos hermanos y hermanas: «Nos ha amanecido un día sagrado». Un día de gran esperanza: hoy el Salvador de la humanidad ha nacido. El nacimiento de un niño trae normalmente una luz de esperanza a quienes lo aguardan ansiosos. Cuando Jesús nació en la gruta de Belén, una «gran luz» apareció sobre la tierra; una gran esperanza entró en el corazón de cuantos lo esperaban: «lux magna», canta la liturgia de este día de Navidad. Ciertamente no fue «grande» según el mundo, porque, en un primer momento, sólo la vieron María, José y algunos pastores, luego los Magos, el anciano Simeón, la profetisa Ana: aquellos que Dios había escogido. Sin embargo, en lo recóndito y en el silencio de aquella noche santa se encendió para cada hombre una luz espléndida e imperecedera; ha venido al mundo la gran esperanza portadora de felicidad: «el Verbo se hizo carne y nosotros hemos visto su gloria» (Jn 1,14)

«Dios es luz -afirma san Juan- y en él no hay tinieblas» (1 Jn 1,5). En el Libro del Génesis leemos que cuando tuvo origen el universo, «la tierra era un caos informe; sobre la faz del Abismo, la tiniebla». «Y dijo Dios: "que exista la luz". Y la luz existió» (Gn 1,2-3). La Palabra creadora de Dios -Dabar en hebreo, Verbum en latín, Logos en griego- es Luz, fuente de la vida. Por medio del Logos se hizo todo y sin Él no se hizo nada de lo que se ha hecho (cf. Jn 1,3). Por eso todas las criaturas son fundamentalmente buenas y llevan en sí la huella de Dios, una chispa de su luz. Sin embargo, cuando Jesús nació de la Virgen María, la Luz misma vino al mundo: «Dios de Dios, Luz de Luz», profesamos en el Credo. En Jesús, Dios asumió lo que no era, permaneciendo en lo que era: «la omnipotencia entró en un cuerpo infantil y no se sustrajo al gobierno del universo» (cf. S. Agustín, Serm 184, 1 sobre la Navidad). Aquel que es el creador del hombre se hizo hombre para traer al mundo la paz. Por eso, en la noche de Navidad, el coro de los Ángeles canta: «Gloria a Dios en el cielo / y en la tierra paz a los hombres que Dios ama» (Lc 2,14).
«Hoy una gran luz ha bajado a la tierra». La Luz de Cristo es portadora de paz. En la Misa de la noche, la liturgia eucarística comenzó justamente con este canto: «Hoy, desde el cielo, ha descendido la paz sobre nosotros» (Antífona de entrada). Más aún, sólo la «gran» luz que aparece en Cristo puede dar a los hombres la «verdadera» paz. He aquí por qué cada generación está llamada a acogerla, a acoger al Dios que en Belén se ha hecho uno de nosotros.
La Navidad es esto: acontecimiento histórico y misterio de amor, que desde hace más de dos mil años interpela a los hombres y mujeres de todo tiempo y lugar. Es el día santo en el que brilla la «gran luz» de Cristo portadora de paz. Ciertamente, para reconocerla, para acogerla, se necesita fe, se necesita humildad. La humildad de María, que ha creído en la palabra del Señor, y que fue la primera que, inclinada ante el pesebre, adoró el Fruto de su vientre; la humildad de José, hombre justo, que tuvo la valentía de la fe y prefirió obedecer a Dios antes que proteger su propia reputación; la humildad de los pastores, de los pobres y anónimos pastores, que acogieron el anuncio del mensajero celestial y se apresuraron a ir a la gruta, donde encontraron al niño recién nacido y, llenos de asombro, lo adoraron alabando a Dios (cf. Lc 2,15-20). Los pequeños, los pobres en espíritu: éstos son los protagonistas de la Navidad, tanto ayer como hoy; los protagonistas de siempre de la historia de Dios, los constructores incansables de su Reino de justicia, de amor y de paz.
En el silencio de la noche de Belén Jesús nació y fue acogido por manos solícitas. Y ahora, en esta nuestra Navidad en la que sigue resonando el alegre anuncio de su nacimiento redentor, ¿quién está listo para abrirle las puertas del corazón? Hombres y mujeres de hoy, Cristo viene a traernos la luz también a nosotros, también a nosotros viene a darnos la paz. Pero ¿quién vela en la noche de la duda y la incertidumbre con el corazón despierto y orante? ¿Quién espera la aurora del nuevo día teniendo encendida la llama de la fe? ¿Quién tiene tiempo para escuchar su palabra y dejarse envolver por su amor fascinante? Sí, su mensaje de paz es para todos; viene para ofrecerse a sí mismo a todos como esperanza segura de salvación.
Que la luz de Cristo, que viene a iluminar a todo ser humano, brille por fin y sea consuelo para cuantos viven en las tinieblas de la miseria, de la injusticia, de la guerra; para aquellos que ven negadas aún sus legítimas aspiraciones a una subsistencia más segura, a la salud, a la educación, a un trabajo estable, a una participación más plena en las responsabilidades civiles y políticas, libres de toda opresión y al resguardo de situaciones que ofenden la dignidad humana. Las víctimas de sangrientos conflictos armados, del terrorismo y de todo tipo de violencia, que causan sufrimientos inauditos a poblaciones enteras, son especialmente las categorías más vulnerables, los niños, las mujeres y los ancianos. A su vez, las tensiones étnicas, religiosas y políticas, la inestabilidad, la rivalidad, las contraposiciones, las injusticias y las discriminaciones que laceran el tejido interno de muchos países, exasperan las relaciones internacionales. Y en el mundo crece cada vez más el número de emigrantes, refugiados y deportados, también por causa de frecuentes calamidades naturales, como consecuencia a veces de preocupantes desequilibrios ambientales.
En este día de paz, pensemos sobre todo en donde resuena el fragor de las armas: en las martirizadas tierras del Dafur, de Somalia y del norte de la República Democrática del Congo, en las fronteras de Eritrea y Etiopía, en todo el Medio Oriente, en particular en Irak, Líbano y Tierra Santa, en Afganistán, en Pakistán y en Sri Lanka, en las regiones de los Balcanes, y en tantas otras situaciones de crisis, desgraciadamente olvidadas con frecuencia. Que el Niño Jesús traiga consuelo a quien vive en la prueba e infunda a los responsables de los gobiernos sabiduría y fuerza para buscar y encontrar soluciones humanas, justas y estables. A la sed de sentido y de valores que hoy se percibe en el mundo; a la búsqueda de bienestar y paz que marca la vida de toda la humanidad; a las expectativas de los pobres, responde Cristo, verdadero Dios y verdadero Hombre, con su Natividad. Que las personas y las naciones no teman reconocerlo y acogerlo: con Él, «una espléndida luz» alumbra el horizonte de la humanidad; con Él comienza «un día sagrado» que no conoce ocaso. Que esta Navidad sea realmente para todos un día de alegría, de esperanza y de paz.

«Venid, naciones, adorad al Señor». Con María, José y los pastores, con los magos y la muchedumbre innumerable de humildes adoradores del Niño recién nacido, que han acogido el misterio de la Navidad a lo largo de los siglos, dejemos también nosotros, hermanos y hermanas de todos los continentes, que la luz de este día se difunda por todas partes, que entre en nuestros corazones, alumbre y dé calor a nuestros hogares, lleve serenidad y esperanza a nuestras ciudades, y conceda al mundo la paz. Éste es mi deseo para quienes me escucháis. Un deseo que se hace oración humilde y confiada al Niño Jesús, para que su luz disipe las tinieblas de vuestra vida y os llene del amor y de la paz. El Señor, que ha hecho resplandecer en Cristo su rostro de misericordia, os colme con su felicidad y os haga mensajeros de su bondad.
¡Feliz Navidad!

viernes, diciembre 21

Meditación de Adviento.


Adviento significa venida. ¿Quién está a punto de venir? Y si el Adviento se refiere a nosotros, si nosotros esperamos a alguien, ¿a quién esperamos? Para el cristiano – el único que realmente espera a alguien que viene –, el Adviento es como una puerta grandiosa por la que él pasa para entrar en un santuario. Pero esta puerta está custodiada por dos guardianes que la vigilan y que nos preguntan, en caso de que seamos cristianos, por qué y con qué espíritu queremos entrar aquí (…).

La primera figura, sumamente estilizada, macilenta, un ángel vestido con pieles de camello, que no quiere ser más que una voz que grita en el desierto del mundo y del tiempo: “Preparad los caminos del Señor”. En la otra figura, cubierta con un velo y ensimismada, sólo su cuerpo habla visiblemente del que ella espera, y repite con suave voz: “He aquí la esclava del Señor”. Las dos saben a quién esperan, son de momento las únicas que conocen su hora con toda exactitud y saben que es inminente: esperan nada menos que a Dios. No a un líder o a un héroe, no a un tiempo mejor, una vaga utopía, no a Godot, sino realmente a Dios. A Emmanuel. Dios con nosotros Y esto con la certeza de que es él directamente el que está a la puerta, de que entre la preparación del camino por Juan el Bautista y por la Virgen María y la venida del esperado no puede haber ya nada que la retrase, porque este acontecimiento está ya en marcha y nadie podrá detener la avalancha.


Qué diferencia entre estas dos figuras que protegen la puerta que lleva al santuario de la Navidad. Pero las dos son indispensables, son modélicas (…).


El primero simplemente espera a Dios. Entre él y la llegada de Dios ya no hay sitio para ningún profeta. Dios viene para ordenar, para juzgar y salvar. Para provocar una decisión básica, radical (…).

También la segunda espera a Dios. Ella sabe lo que ha dicho el ángel: “Lo Santo que va a nacer se llamará hijo de Dios, Hijo del Altísimo…, y su reino no tendrá fin” (Lc.1, 31 y ss). Y sabe lo que el Espíritu Santo de Dios, él y ningún otro, ha hecho en ella. No espera, como el Bautista, a un ser inimaginable, que aparecerá con el fuego, el hacha y el bieldo; espera un niño pequeño. Pero, ¿no es un niño humano, que es Dios, todavía mucho más inimaginable para la Madre temblorosa? ¿No vendrá este Hijo realmente para traer “fuego a la tierra”, no tendrá que ser bautizado con un bautismo terrible y no atravesará luego una espada también el corazón de la Madre?

Los dos esperan al que viene con un deseo que llena todo su ser y, al mismo tiempo, con una profunda emoción, que no les permite comprender cómo pueden estar ala altura del hecho trascendental que por ellos entre en el mundo (…).

Estamos en el Adviento, la época en que debemos estremecernos, porque viene lo definitivo, tan inevitablemente como una mujer encinta tiene que dar a luz, de un modo tan seguro como la voz en el desierto presupone que hay alguien que clama. Por tanto: veamos y oigamos, estemos atentos, es decir, convirtámonos a la voz. Convertíos y haced penitencia, dice otra vez el Bautista. ¿Qué significa esto? Buscar el punto en torno al cual gira nuestro yo más íntimo, donde se pasa del yo al tú y a Dios, del estéril ser-para-sí al fecundo vivir-para-otro en el seguimiento de Dios, del Emmanuel: Dios con nosotros y para nosotros. Entonces nosotros también podremos traer al mundo, con la Virgen encinta, un hijo en carne y hueso, fecundo para el mundo y la historia universal, y no uno cualquiera, sino el mismo que María dio a Luz: “Porque el que cumple la voluntad de mi Padre del cielo, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre (Mt 12,50).

Este será entonces el verdadero milagro de la Navidad. Ésta no consiste sólo en que, hace más de dos mil años, nació un niño que era algo especial. “Si Cristo nace mil veces en Belén y no en ti, estás perdido eternamente”, se dice en el “Peregrino querubínico”. Y repite: ¡Ay! Si tu corazón pudiera ser sólo un pesebre, Dios se haría de nuevo niño en esta tierra (…).

Toda nuestra vida es Adviento: es producir fruto con paciencia, sin la curiosidad de querer ver con nuestros propios ojos el éxito de nuestra vida de fe; porque el niño que nosotros damos a luz, como el de la mujer del Apocalipsis, es arrebatado a Dios. Adviento en la tierra y Navidad en el cielo, en Dios, que acoge el fruto de nuestras fatigas y lo reparte y utiliza en la tierra, porque Él quiere, en beneficio de su reino venidero.

Con las fiestas cristianas ocurre algo curioso. Para nosotros los cristianos, todas se celebran al mismo tiempo, se detienen, mientras que el año litúrgico avanza. Siempre es Adviento hasta el final de nuestra vida y del mundo, siempre es también Navidad en la soledad del cielo., siempre es Viernes Santo y siempre es Pascua de Resurrección y Ascención y Pentecostés, cuando el Espíritu Santo desciende sobre la Iglesia, como al principio descendió sobre la Virgen de Nazaret. Todo está en todo. Perseveremos, por tanto, pacientemente en la obscuridad, en la plenitud bienaventurada de nuestro Adviento.

Hans Urs Von Balthasar.

jueves, diciembre 20

SUICIDIO Y PSIQUIATRÍA

O. H. W.: ¿Con qué clase de música preferirías suicidarte?
Ph. Ch.: ¿Yo? ¿Suicidarme? Nunca he pensado en suicidarme. En buena lid, si lo has considerado, deberías ir al psiquiatra.
O. H. W. : No. Creo que es al revés. Es urgente que vayas con un psiquiatra, si es cierto que nunca has pensado en suicidarte.

jueves, diciembre 6

Lo que me faltaba por ver.


He visto muchas cosas en el Periférico: boquetes del tamaño de una llanta de trailer, que sólo por el Destino o la Providencia he podido evitar; hombres en bicicleta – no en la lateral, no; en pleno carril central –, hombres muertos, hombres accidentados, revistas a mogollón esparcidas por todos los carriles; trozos peligrosísimos de la malla ciclónica mezclada con cemento que separa la vía sur de la norte; automóviles que sólo explican su marcha por una mediación actual y potente de Dios en la historia; perros muertos y perros vivos a punto de morir; llantas, tapones de choches, sangre… hombres simiescos, hombres rata, hombres mapache, mujeres felinas, mujeres marsupial… y un largo etcétera, al que todos podríamos aportar algo. Pero hoy México superó todas mis expectativas: me encontré un cerdo muerto. Grande el canijo. Muy grande, mejor dicho. Hablo de un cerdo; sí. Un cerdo como los que nos comemos. Uno de esos que la ley mosaica prohíbe engullir al Pueblo elegido. Un tocino, un jamón serrano, una chuleta, una lengua en taco, una trompa con perejil, un cuerito en vinagre, un chicharrón en salsa verde, una sopa de rabo, cerdas para limpiar zapatos… En definitiva: un cerdo hecho y derecho.

El desafortunado porcino se encontraba con las patas para arriba, tensas por la muerte repentina, en el carril de alta velocidad. Tan inverosímil me pareció, que por un momento pude haber jurado que me encontraba en un sueño, en una novela dadaísta o en un cuadro del Genio de Figueras. Volví a la realidad al tener que esquivarlo. Pude apreciar, en ese instante de cercanía, un tirabuzón, un hocico cónico, una sonrisa macabra (sardesca), una mirada de cansancio: cortedad de ojos rubios, unos perniles cebados y unas orejas puntiagudas fláccidas. El cuerpo intacto y exangüe. Me dio mucho miedo y lástima. Comprendí fugazmente – una vez más – la sordidez del mundo, la maldad del hombre y la negligencia de un orden cósmico impersonal. Visión, en definitiva, luctuosa.

No quisiera ahondar más en la descripción de ese desafortunado cebo con patas porque podría tener pesadillas en la noche –soñaría probablemente con un aquelarre. También para evitar que se me tache de necrófilo. Y por último, para no herir susceptibilidades (gastronómicas, estéticas, poéticas…) de los lectores (2 ó 3, creo).
¡México: muy mal una vez más!

lunes, noviembre 26

Diálogos sobre la poesía

La verdadera vivencia del alma es lo que las palabras desean expresar hasta el punto de llegar a fascinar. Un momento surge y exprime la savia de miles de otros momentos semejantes a él, penetra en la cavidad del pasado, y toda su voz brota de miles de instantes congelados que lo constituyen: lo que nunca fue o se dio surge entonces, es presente, y más que el presente. Lo que nunca coincidió con ninguna otra cosa está ahora en el instante en que todo ocurre simultáneamente, fundido con el fuego, el resplandor y la vida. Los paisajes del alma son más hermosos que los del cielo estrellado: no sólo sus constelaciones son miles de estrellas, sino que sus abismos, sus penumbrosos espacios, son ellos mismos vida múltiple, vida que ha perdido su luz bajo su masa, que ha caído asfixiada por su abundancia. Dichos instantes son los nacimientos de los poemas perfectos. Un instante es capaz de iluminarlos, unirlos, hacer de ellos universos y la posibilidad del poema perfecto es tan ilimitada como la posibilidad de tales instantes. Sin embargo, eso se da (…), apenas. Pero que en general se dé, ¿no es en sí un milagro? Que se den tales combinaciones de palabras de las que, como chispas que saltan al golpear la piedra negra, surgen de pronto los paisajes del alma, tan inmensurables como el cielo estrellado, paisajes que se extienden en el tiempo y en el espacio, cuya apariencia, con su presencia sola, cobra sentido vivo en nosotros, un sentido por encima de todos los sentidos. Y he aquí que se dan semejantes poemas…


Hugo Von Hofmannsthal (1903)


(De una lectura del Líder.)

martes, noviembre 20

Convergencia: Melancolía




"Lo que abruma de tristeza al ángel coronado es la horrorosa masacre de todos los posibles que el curso de la realidad exige (...).

Aparición de la Divina Melancolía bajo la figura de un ser joven -niña virgen o héroe- cargado por el esmero de lo que no ha sido, de lo que no ha podido ser -de todo lo que hincha el corazón de lágrimas que no pueden brotar-, de una ternura sin respuesta.

Su voz es infinitamente dulce y velada, como si se dirigiera a ella misma y sin interlocutor concebible. Porque esta criatura está más allá de lo posible. Está, por tanto, más allá de la vida y del mundo, y sin embargo es una viva injuria a Dios, pues la Omnipotencia es incapaz de recobrar lo que no fue -y el engaño del mundo creado en relación a los humanos. Tema de la impotencia divina.

Athikté llora y sus piernas se doblan lentamente. Se adormece en lágrimas."


Paul Valèry
AUTORÍA: A.R.M. Lord Ch.

lunes, noviembre 5

Sobre el nuevo libro de Ratzinger

El libro del Papa sobre Jesús, según los comentarios que he escuchado, es muy bueno. Los católicos que no tienen, en general, mucho interés o conocimiento sobre exégesis lo encuentran genial (como dicen estas reseñas en Amazon). Por otro lado, parece que los omnisabios le encuentran algunas deficiencias: un buen libro para reflexionar y una lectura inspiradora, pero que elude los grandes problemas interpretativos, o bien los contesta de manera insatisfactoria, o bien no atiende al panorama hermenéutico actual.

Como no tengo ni idea del "panorama hermenéutico actual", y no conozco a un buen biblista, hay que recurrir a las reseñas, que parecen estar bien escondidas. Las reseñas más comprehensivas que he encontrado están aquí y aquí. Si alguien tiene algún comentario o alguna otra reseña interesante, sería apreciable su colaboración.

lunes, octubre 29

La vida oculta del amor

"Engañarse a sí mismo en el amor es lo más espantoso que puede ocurrir, constituye una pérdida eterna, de la que no se compensa uno ni en el tiempo ni en la eternidad. Normalmente, cuando se habla de engaños en las cosas del amor, por muy varios que sean los casos, el engañado, a pesar de todo, se relaciona con el amor, y el engaño consiste solamente en que éste no estaba donde se pensaba; sin embargo, el que se engaña a sí mismo se ha excluido a sí mismo, cerrándose al amor. También se habla de si la vida le engañó o de si fue engañado durante su vida; pero la pérdida de quien impostoramente se engañó a sí mismo en el vivir constituye una pérdida irreparable. La eternidad puede reservar una compensación generosa incluso para aquel a quien la vida engañó a lo largo de toda su vida; mas el que se engaña a sí mismo se ha impedido él mismo la ganancia de lo eterno.

Quien, precisamente a causa de su amor, resultara víctima del engaño humano, ¡oh, qué habrá, con todo y con eso, perdido en rigor, cuando en la eternidad se revele que el amor permanece y el engaño ha cesado! En cambio, quien –con ingenio- se engañó a sí mismo, metiéndose con sagacidad en las redes de la sensatez, ¡ay!, por más que a lo largo de toda su vida se considerara feliz en su imaginación, ¡qué no habrá perdido sin embargo cuando en la eternidad se revele que se había engañado a sí mismo! Puede que un ser humano, en la temporalidad, consiga prescindir del amor; quizá consiga que el tiempo vaya escapando sin descubrir el autoengaño; quizá consiga, cosa espantosa, permanecer en una quimera jactándose de estar en el amor; pero en la eternidad no podrá prescindir del amor, ni dejará de descubrir que desperdició todo. ¡Qué seria es la existencia! ¡Y lo más espantoso es precisamente cuando ella, como castigo, permite al consejero de sí mismo que se aconseje, de suerte que le permite ir viviendo, orgulloso de estar engañado, hasta que un día le sea permitido reconocer la verdad: que se engañó a sí mismo por toda la eternidad! Verdaderamente, la eternidad no se deja burlar; más bien ella es la que, sin tener que echar mano de la violencia, emplea todopoderosa una pizca de burla para castigar terriblemente al atrevido. Porque ¿qué es aquello que une lo temporal con la eternidad, qué otra sino el amor, que cabalmente por eso existe antes que todo y permanecerá cuando todo haya pasado? Mas precisamente porque el amor es de esta manera el lazo de la eternidad, y cabalmente porque la temporalidad y la eternidad son heterogéneas, por eso a la sagacidad terrena de la temporalidad puede parecerle el amor una carga, y por lo mismo, en la temporalidad, puede parecerle al sensual un enorme alivio el arrojar de sí ese lazo de la eternidad.

El que se ha engañado a sí mismo seguramente opina que puede consolarse, que, desde luego, ha hecho mucho más que vencer; en su presunción de insensato se le oculta cuán desconsolada es su vida. No le negaremos que él “ha cesado de estar afligido”; mas ¿de qué le servirá eso si su salvación cabalmente consistirá en comenzar a afligirse en serio por sí mismo? Quizá el que se ha engañado a sí mismo opina incluso que es capaz de consolar a los que fueron víctimas del engaño de la infidelidad; pero ¡qué insensatez que quien se ha averiado respecto a lo eterno pretenda sanar a aquel que, a lo sumo, estará enfermo hasta la muerte! Todavía más, el que se ha engañado a sí mismo quizá opine, mediante una extraña contradicción, que es compasivo con el desdichadamente engañado. Mas si tomas en consideración su discurso consolador y su sabiduría salutísfera, entonces conocerás el amor por los frutos: por la amargura de la burla, por la cortante racionalidad, por el venenoso aliento de la desconfianza, por la recia frialdad del endurecimiento; es decir, por los frutos será posible conocer que dentro no hay amor ninguno.

Uno conoce el árbol por los frutos. “No se recogen uvas de los espinos o higos de los abrojos” (Mateo 7, 16). Si pretendes recogerlos de ahí, entonces no solamente recogerás en vano, sino que las espinas habrán de enseñarte que recoges en vano. Pues cada árbol se conoce por su fruto propio. También es posible, sin duda, que haya dos frutos que se asemejen muchísimo, siendo uno sano y sabroso, y el otro agrio y venenoso; también puede darse el caso de que el venenoso sea muy sabroso y que el sano sea algo amargo. Así también se conoce el amor por su fruto propio. Si uno se equivoca, ello se deberá o a que no se conocen los frutos, o a que en un caso concreto no se acierta a distinguirlos rectamente. Como se equivoca el que llama amor a lo que en rigor es amor de sí: cuando se asegura bien alto que no puede vivir sin la persona amada, mientras no quiere saber nada acerca de que la tarea y la exigencia del amor consisten en negarse a sí mismo y renunciar a ese amor de sí de la pasión amorosa. O bien, como se equivoca el que da el nombre de amor a lo que es ligera condescendencia, da el nombre de amor a lo que no es sino depravada blandenguería, o unión dañina, o conducta vanidosa, o vinculaciones del enfermo de sí, o sobornos del lisonjeo, o pareceres del instante, o relaciones de la temporalidad. Desde que existe una flor que se llama flor de la eternidad, pero también se da, cosa bastante extraña, cierta flor llamada siempreviva, que, como todas las flores perecederas, solamente florece durante un determinado periodo del año: ¡qué equivocación llamar a esa última flor de la eternidad! Y qué decepcionante resulta el instante de la floración. Pero como cada árbol se conoce por su fruto propio, así también el amor se conocerá por el suyo, y aquel amor del que habla el cristianismo se conocerá por su fruto propio: porque lleva en sí la verdadera eternidad. Todo otro amor, ya sea aquel que, hablando humanamente, pronto se marchita y cambia, ya sea aquel que se mantiene amable durante la estación de la temporalidad, es sin embargo pasajero, solamente florece. Esto es cabalmente lo que tiene de endeble y melancólico, bien sea que florezca por una hora o durante setenta años, solamente florece; en cambio, el amor cristiano es eterno. Por eso, a nadie que se comprenda a sí mismo se le ocurrirá decir del amor cristiano que florece; ni a ningún poeta, de comprenderse íntimamente, se le ocurrirá cantarlo. Pues lo que canta el poeta ha de encerrar esa melancolía que es el enigma de su propia vida: ha de florecer y, ¡ay!, tiene que perecer. Pero el amor cristiano permanece y por ello precisamente es; pues lo que perece florece, y lo que florece perece, mas lo que es no puede ser cantado, tiene que ser creído y tiene que vivirse.

Cuando se dice que el amor se conoce por los frutos, se está diciendo a la par que el amor mismo en cierto sentido se halla en lo celado, y por lo mismo sólo puede ser conocido por los frutos que lo revelan. Esto es cabalmente el caso. Toda vida, e igualmente la del amor, está oculta en cuanto tal, pero se revela en otra cosa. La vida de la planta está oculta, el fruto es la revelación; la vida del pensamiento está oculta, la expresión hablada es aquello que revela. Por eso, las palabras sagradas que hemos citado hablan simultáneamente de dos cosas, aun cuando hablen de una de ellas sólo de manera celada; en la declaración está contenido un pensamiento de manera evidente, pero además está contenido otro de manera celada."

Kierkegaard, Las obras del amor (Sígueme, Salamanca, 2006, pp. 21-25).

martes, octubre 23

Si tu imagen fueras tú...

Tus imágenes fueron
− tus imágenes bellas, gala fácil
de aquellos verdes campos −
¡tus imágenes fueron ¡ay! las que hicieron,
sin mí, locas, lo malo!

Tú, la tú de verdad,
eres la que estás aquí − pobre, desnuda,
buena, mía −, a mi lado.

Juan Ramón Jiménez.
Conocí una mujer catalana. Altiva en su conversación y en sus movimientos. Liberada ha tiempo de los prejuicios mundanales. Sus ojos, de un mirar verde oliva, revelan entrega y ternura, y el timbre de su voz es dulcísimo, mas en absoluto empalagoso. Su decir es veloz y fluido; perspicaz y provocador. Sumamente quedo. El cuerpo es delgado, fragilísimo: su andar recuerda a las sílfides. Esto no es impedimento para que ella desvele, con todo su ser, donaire y equilibrio. Su tez es una pieza de marfil recién labrada; rostro marmóreo, embrujador. Los labios encarnados y delgados. Pétalos puros, primaverales, cuyo rocío pervive hasta la noche; pétalos que, en la obscuridad, guían al amante con su deleitable perfume. Su espalda delineada por curvas miríficas rememora las dunas desérticas, aún vírgenes. Su cuello es de cristal de bohemia tallado por las manos diligentes de un viento gélido. Fino, alto y provocador: divinal. Sus senos semejan pequeños claveles purísimos de blancura inverosímil. Sus piernas, acendradas en la actividad cotidiana, son hermosas. Sus cabellos son negros y abundosos, como los malos pensamientos. Tienen el brillo del azabache. Y su corazón, el sancta sanctórum de este templo secular, se trasparenta sin engaños en todos sus gestos, en sus ademanes, en la sonrisa... de forma tal que puede alimentar a los espíritus con su presencia. Cuánto no daría por oír su latido − su vida − en un sueño ideal y profundo. ¿Qué secretos inconcientes me revelaría?

¡Alma de bizarría incomparable!: ¿¡qué he hecho yo, hombre de malas entrañas, para merecer tu compañía, tu interés, tu preocupación!? Venus urania: ¿quién te han dicho que soy?; ¿quién crees tú que soy? Te lo diré: sólo un espíritu aciago.

Conocí una mujer catalana que se ha quedado conmigo eternamente, y es la imagen que describo. Su sino es pertenecerme idealmente. La otra, la real, ya regresó a su tierra. Su sino lo desconozco.


ARM

sábado, octubre 20

Kant sobre cómo el conocimiento engendra tristeza

A David, a Alonso, a José

En realidad, encontramos que cuanto más se preocupa una razón cultivada del propósito de gozar de la vida y alcanzar la felicidad, tanto más el hombre se aleja de la verdadera satisfacción; por lo cual muchos, y precisamente los más experimentados en el uso de la razón, acaban por sentir -sean lo bastante sinceros para confesarlo- cierto grado de misología u odio a la razón, porque, computando todas las ventajas que sacan, no digo ya de la invención de las artes todas del lujo vulgar, sino incluso de las ciencias -que al fin al cabo aparécenles como un lujo del entretenimiento-, encuentran, sin embargo, que se han echado encima más penas y dolores que felicidad hayan podido ganar, y más bien envidian que desprecian al hombre vulgar, que está más propicio a la dirección del mero instinto natural y no consiente a su razón que ejerza gran influencia en su hacer y omitir.

Fundamentación de la Metafísica de las costumbres, I. Kant
Trad. de Manuel García Morente
Cap. 1

¿Existencialismo?

A mí no me angustia la muerte tanto como vivir más de la cuenta...

martes, octubre 16

Met. 980a-993a





Jorge Valdano: el filósofo del fútbol.

"Me da más miedo el éxito que el fracaso, el éxito nos hace tan seguros de nosotros que no nos ponemos a analizar los factores que nos llevaron a tener éxito, en cambio en el fracaso hay un error que acecha que nos hace reflexionar y en ese proceso hay enseñanza y eso nos hace mejores"

martes, octubre 2

La siesta

Con el bochorno de la siesta, la vida de la ciudad se suspende. El sol reina en el aire y se enseñorea de las calles. Los hombres desaparecen por una hora, y hasta el Cerro empieza a esconderse en brumas de sudor. Sólo las urracas siguen, desde los árboles de la Plaza, desenredando el hilo del tiempo, entre chirridos metálicos de esa ruequecilla de canciones que llevan en el “buche”.

Por primera vez me quedo solo, y dispongo mi ánimo – no sé si como el que se amuralla o como quien de antemano se rinde –, para recibir el amago de las emociones, de los recuerdos, que suelen atacarnos siempre entre saetazos de lágrimas.

He aquí que los efluvios profundos de mi influencia van a subir hasta la superficie de mi conciencia – hasta la superficie, como diría Dante, del “lago del corazón”. Las memorias, al sabernos solos, van a cerrar sobre mí en ejército compacto. Pronto sentiré, sobre las puertas de pecho, los puños de los asaltantes. Pronto – en esta lucha sentimental – seré vencido…

Pero ¿qué nueva paz, qué embriaguez radiosa va entrando en mí, sin que sepa yo de dónde viene? ¿Cómo es que la alegría estaba en mí, y los sentidos no lo sabían? ¿Por qué en vez de soportar el temido ataque de los recuerdos, resbalo lentamente hacia una zona de regocijo casi infantil? ¿Qué hados, qué ángeles guardianes –olvidados entre los árboles del jardín paterno – me estaban esperando aquí, desde hace años para suscitar, al toque de sus alas, cuanto hay en mí todavía de niño?

¡Oh, placida siesta! ¡Oh, soledad poblada de contentamientos inexplicables! ¿Qué pudo adormecerme así, alucinarme así con la sensación de una plenitud, de una reintegración en la atmósfera nativa, de una continuidad biológica superior a las vicisitudes de la conducta y los sobresaltos del recuerdo? Acaso la Sombra del que apenas debo nombrar gusta todavía de vagar por la tierra a la que dio su aliento. Acaso su compañía más que humana se insinúa en mí y me conforma, a manera de inefable vino.

Y gozo – sin entenderlo yo mismo, y más allá de los permisos de la razón – de aquél sentimiento de los primitivos que se imaginan asimilar poco a poco, al paso de los años, las virtudes y la electricidad vital de sus antecesores muertos. Honda comunión del alma en el alma, un amor más alto que la vida, más alto que la muerte, ha tocado, por un instante, mis sienes fatigadas.


Alfonso Reyes, 1927.

Texto proporcionado por Lord Ch.

miércoles, septiembre 19

Cronos, Kairos y Ephapax.

Poca sustancia ha tenido el tiempo en estos días. Por lo menos en mi vida.

Sé que la sucesión de instantes cronológicos ha sido la misma - y será la misma siempre. La geometría no engaña. Pero el peso de cada instante ha variado; cada uno de ellos ha tendido, sostenidamente, a hacerse más liviano.

Los griegos distinguían entre un tiempo matemático, contable – la medida del movimiento –, llamado cronos, y un tiempo existencial, subjetivo, llamado kairos. Éste es el tiempo ético, tiempo accidentado por el espacio, las conveniencias y los fines; por las pasiones y las acciones; tiempo arcano, de oportunidades y adivinaciones: el tiempo de la fortuna y la navegación. Por el hombre existe el kairos; él mismo es kairos. Aquél, por el contrario, es metálico, inquebrantable, irremisible, irredimible, anónimo; tiempo geométrico: causal. El primero es creado (¿descubierto?) por la inteligencia del hombre como medida del movimiento, y el ya no puede controlarlo; lo trasciende. El segundo es su peculiar modo de existir.

El tiempo cronológico es objetivo. En él las cosas son buenas o malas, eficientes o ineficientes. El kairos, en cambio, es prudencial: se habla de conveniencia, de rectitud, de utilidad, de la mejor o peor elección; jamás de bondad o maldad absoluta.

Cronos corre libre por los objetos afectándolos externamente, acariciándolos con insistencia eterna. Kairos es la existencia de lo consciente, la presencia expresa del transcurrir, que se puede decantar por la esperanza o la desolación.

El hombre es un kairos capaz de volverse esperanza o melancolía; él puede vivir como un proyecto con destino o como una realidad trágica sumergida en la memoria. Pero la posibilidad de lo primero no está en sus manos, no pertenece a las posibilidades de su ser. Cronos, antes o después, devora a Kairos: el hombre es un ser para la muerte. Lo geométrico alcanza a lo fino, y en su coincidencia plena – la muerte –, lo destruye; a menos que lo fino fuera inmortal; a menos que lo fino tuviera una escapatoria vertical: un ephapax.

Ephapax es un acontecimiento que ocurre de una vez y para siempre. Acontecimiento que da peso al instante: un peso de eternidad. Verticalidad, desde la eternidad, que se inmiscuye en el tiempo humano para dotarlo de sentido, para redimirlo. Irrupción perpendicular al tiempo ético que dona seriedad –densidad – y contenido al obrar humano.

No hace mucho un Ephapax aconteció. Pero algunos no quisieron reconocerlo. Prefirieron la oscuridad del tiempo humano, y despreciaron su plenitud. En estos días yo he corrido la suerte de tales “algunos”. Tendré que convertirme.

El nómada.



Don Diego había envejecido. Su barba estaba abundosa, crespa y candida como una ola rompiendo en un peñascal, y su cabellera larga, hirsuta y blanca como una encina nevada.

A poco de expatriado, rodaba el Caballero de consulado en consulado español. Y así arrastro su hambre por las tierras americanas, y arribó a la vieja Europa. Vio artistas y hombre s de sabiduría; de ellos calvos, de ellos con barbas y cabelleras proféticas como las suyas. Y las quiso tiernamente, porque al volver a su patria vencido y miserable, ellas guardarían la evocación de su vida peregrina, horra de miradas tenaces de paisanos.


Gabriel Miró.


Me imagino que una cabellara profética es algo así:












jueves, agosto 30

Busco mi estro

Lord Ch. es negligente para la tecnología. Mucho. Más que yo. Así que me ha pedido que les comparta esto, porque él no puede subirlo. Mal hado... Los dejo con Lord Ch.
Se me ha escapado el estro. No sé si salió por la ventana en un momento de distracción o si lo olvidé en el baño la última vez que fui. También es probable que se haya quedado atrapado entre las hojas de uno de los tantos libros que tengo en mi mesa de trabajo. No dudaría tampoco que se haya cansado de estar esperando a que yo me decantara por un forma gramatical precisa para el ensayo que estaba escribiendo y se haya ido a correr el tacón.

La cuestión es que no sé cómo recuperarlo. Por eso escribo estas líneas. Espero que el estro se vea atraído por el olor de estos párrafos, y cuando se acerque, pueda atraparlo. No se me tache de inocente. Conozco la cualidad delicuescente del susodicho. Cogerlo entre las manos es como intentar asir el aire. Mi táctica consistirá, entonces, en absorberlo con la boca cuando lo vea pasar. Dicen que tiene un regustillo dulzón, como el veneno. Éste será pues el indicador de que lo he conseguido domeñar.

Hasta ahora, nada. Parece que se ha perdido y no sabe por dónde volver. No lo culpo. El edificio en el que laboro tiene infinidad de oficinas e infinidad de gentes que también están escribiendo igual que yo. Es fácil que mi estro se pueda confundir e inspire a un desconocido.

Otra cosa que complica el asunto es su identificación: uno nunca sabe si el estro que lo vivifica es el de un burócrata, un pintor, un poeta o un frío pornógrafo. En el mejor de los casos, sólo barrunta el tipo de estro por sus reacciones secundarias: el del burócrata genera un espíritu tardo, pesado; el del pintor, un espíritu soñador, romántico; el del poeta, imaginación y elocuencia; a menos de que sea el de un lírico posmoderno, en ese caso genera un espíritu de depresión y desaliento, con tendencias suicidas. El último, como es lógico, genera inspiración lasciva, que incluye una detonación de la imaginación y memoria.

Pues nada, sigue sin venir… Hablábamos de la identificación. Difícil cuestión. Yo he optado por perfumarlo, atribuirle un nombre, tropos tês hyparxeos, como al ángel de la guarda – son muy parecidos; tanto, que algunos han llegado a identificarlos –, colorearlo, dedicarle un chiflido específico (fui fuíííí) y un sin fin de triquiñuelas por el estilo. Aún así, es empresa heroica encontrarlo, pues todos tenemos gustos muy semejantes, lo que hace que los estros sean parecidos.

¡Creo que ya lo reconocí! Tengo que dejar de escribir porque de lo contrario puede sospechar. Sí es él…. auuuum. Sabe salado… a lo mejor no es el mío, sino el de un marinero.

The "Thinking Blogger Award"

Gratias tibi agimus, Tras el Muro de Planck. Porque diste en reconocer con el "Thinking Blogger Award", tan honorable, nuestro sitio Hapaxes.
En este párrafo agradecemos a nuestros lectores. A ti, tú eres lector. A ti, gracias, pues.
Ahora seguimos la tradición nombrando cinco blós que nos hagan pensar. A ver. Lamentamos tener que hacerlo, pero es preciso: show must go on.
And the Thinking Blogger Award goes to...
El puerto sepultado de Humberto Beck
Fénix 21 por Sergio
Cetrería de Ñuño Mémez
El asna de Balaam por Otto Hugo Weinberg
Para los que lo han recibido, permanezcan válidas las bases del mismo:
1.- Si, y sólo si, alguien te da el premio escribe un post con los 5 blogs que te hacen pensar.
2.- Enlaza el post original para que la gente pueda encontrar el origen del premio.
3.- Opcional, enseña el botón del premio enlazando el post que has escrito dando un premio.

martes, agosto 21

Figuras de la Pasión del Señor (Gabriel Mirò)

Leer a Gabriel Miró es un placer estético. Como el ojo se refocila en un calidoscopio, de modo semejante la inteligencia queda enbebida de las excelsas estampas del literato de Alicante. Poco leído en México, poco estudiado en el mundo, víctima de un curioso ostracismo por su concepción religiosa de la vida, Gabriel Miró me ha prendido el corazón. Su pluma es lírica, fragmentaria, llena de imágenes sensibles, de sinestesias donde el ojo huele, el oído ve, el tacto comprende, el gusto oye… En este sentido, se encuentra muy cerca de otro gigante de su época: Don Juan Ramón Jiménez, quien, dicho sea de paso, aplaudió el manifiesto estético que Miró plasmó en sus novelas.

Miró utiliza un lenguaje florido y preciso; bello y profundo. Continuamente lleva su prosa a un lirismo poético insuperable. Las palabras se convierten en conceptos, los conceptos en imágenes coloridas, y las imágenes en sentimientos. Las descripciones de paisajes, de pasiones íntimas y de intenciones toman vida frente a nosotros con un realismo poco común. Prosa acendrada por la poesía; poesía utilizada magistralmente para dar belleza inusitada al relato.

A mi modo de ver, una de las creaciones literarias más sintomáticas de lo dicho hasta aquí es su libro Figuras de la Pasión del Señor. En él, Miró despliega toda su finura descriptiva:

“Jerusalem está enramada en palmera y sauce, que fueron los árboles que ampararon al pueblo escogido en los cuarenta años de peregrinación (…) Es el tiempo maduro de la plenitud y reposo de la tierra parida. Ya están colmados los lagares que hierven de abejas, gordas y mojadas de tanto azúcar de racimos; y los trojes y almijares sudan las mieles de los cofines de frutas y la crasitud de toda la cosecha.

Dulces y olorosas, como la piel de los higos y de las ciruelas, y rubias como la parva son las mañanas y las tardes del mes de Tischri, el sábado de los meses.

Y, por las noches, el cielo es una espada inmensa, desnuda, corva, limpia, llena de joyas. Jerusalem relumbra gozosamente, como almenara del Señor…”


Así como su agudeza para desvelar, a través de la descripción circunstancial y física, el carácter de sus personajes:

“El pontífice fue llevado al abrigo del Templo, lejos de todo contacto y palabra de impureza. Le rodeaban los ancianos, leyéndole el Libro de los Santos; y habían de fortalecerles con aroma, y hacer recia la voz, y tirarle de la túnica de lino para abrir sus ojos, porque el gran sacerdote no se alimenta ni duerme en la vigilia de la propiciación, purificándose para penetrar en el Sanctasanctórum. Pero Kaifás era de rebultada cerviz y le pesaba muellemente la sangre. Brillábale la grosura del rostro, y sus pies mollares y desnudos dejaban humedad en las losas como si se le derritiese la corpulencia.”

No sólo impresiona el modo en como Miró construye literariamente sus estampas, sino también su explosiva imaginación, que le permite recrear deliciosamente los paisajes del medio Oriente, con todos sus colores, olores y sabores, sirviéndose de su pericial conocimiento de la cultura judía en época de Jesús:

“Bajo el pórtico del Patio de los Gentiles, de columnas de jaspes de vigas de cedro y piso de mosaico rojo y azul, se amontonan los mercaderes, todos con la insignia de su oficio y lonja; los cambistas, que truecan la moneda pagana por el medio siclo judío del tributo santo, traen un denario colgado de la oreja; los tintoreros, un copo de lana de vivos colores; los orífices y percoceros, un sartalejo de abraxas, un zarcillo de relumbres; los alfayates, una aguja enhebrada; los perfumistas y drogueros llevan atado al capuz, como borla de su ropón, un potecico de ungüento, un pomo de hierbas de olores. Pasan los hortelanos con sus cuévanos de cidras, de naranjas, dátiles, de granadas, de cermeños. Gritan lo recoveros entre sus jaulones de tórtolas y palomas, traídas de los árboles del Kanujoth para las ofrendas de la mujer parida, y las mallas trémulas de gorriones para los leprosos purificados; y junto a las aves están los canastos de huevos de garzas, de gallinas , de ocas, pintados de añil, de púrpura, oro…”

Estas citas, tomadas casi al azar, muestran la calidad literaria que Miró logra, de modo sostenido, a lo largo de todo el libro. No hay distensiones en su narrativa, pues nos encontramos constantemente contrapuntos – dramáticos – que avivan nuestro interés en la lectura. El patetismo de los personajes principales, sus diálogos, sus monólogos interiores, hilvanados con singular maestría, nos invitan a la reflexión. Los momentos de angustia mortal del vía crucis del Cristo son presentados con una sordidez descarnada, como la que probablemente se vivió en aquel momento:

“El Rabí contempló desoladamente los montones de la humanidad seca, enemiga (…) ¡No tenía a nadie!

Una tristeza de hombre, de hombre desamparado, comenzó a reducirle y angustiarle; se le plegaba la piel a sus huesos agudos, de un temblor frío y trágico. Un extranjero le recordaba su soledad. Y sintióse extranjero en la tierra judía, agria, quebrada, oscura. ¡Oh Padre, si el hubiese vivido siempre entre estos hombres de Judea! Lejos, sobre un remolino de koufiehs y turbantes, oscilo la espalda sudada y hercúlea de Barrabas.

Poncio gritó:

El Daño que Rabí Jeschoua os hizo lo expiará con la flagelación. Y ordeno el suplicio que placase a Israel (…).

Los lictores bajaron a Jesús a la rinconada de los Pórticos, donde estaba la columna flagelatoria, un pedestal mutilado, cortezoso de sangres viejas, de sudores y mugres.

Rápidos, expertos, calzaron con cepos los pies del Señor; le descolgaron las ropas hasta los hinojos. Le enfundaron la cabeza con la máscara de paño rígido y amargo de pringue, de salivas, de espumas y lágrimas; el capuz que ciega a la víctima y ahoga un poco sus bramidos. La espalda del Señor crujió al doblarse; y quedó inmóvil y curvo, con las muñecas y la garganta atadas en manojo a una argolla (…). ¡Que lo flajele Melio! – dijo Pilato –: él desuella los cuerpos con más goce y sapiencia que los asirios a sus prisioneros; ¡los descorteza de modo que se les ve la vida desnuda, y no mata! (…)

Rechinaba la argolla de la columna, y bajo la tela retesada que cegaba el rostro de Jesús se producía siempre e mismo quejido, y siempre exacto con el mismo movimiento de la tralla: una queja íntima, aspirada y rota contra el paladar.”

Escribir una “vida de Cristo” no es empresa fácil para una persona dedicada a las letras. Miró recibió fuertes críticas por parte del clero conservador, ya que su narración no se apegaba con fidelidad al texto bíblico; mas tampoco se salvó de los acetosos comentarios de los liberales furibundos, quienes tildaron su texto de folletín pío, y lo encasillaron en el infructuoso esteriotipo de “escritor católico conservador”. Otras de sus noveleas, cuya temática también es religiosa (El Obispo Leproso, Nuestro padre san Daniel) corrieron la misma suerte.

Algo curioso es la tremenda difusión que se ha hecho de otras “vidas de Cristo”, verbigracia, la escrita por Jean Francois Muriac, y la poca publicidad que ha tenido la de Miró, que, pienso yo, no le pide nada a la del novel francés.

Se cierne sobre Miró un pesado prejuicio: no haber destacado como otros autores de su generación. Prejuicio fundado endeblemente en la ausencia de una “gran novela” en su obra. El peculiar modo que tenía el genio de Alicante de concebir la labor literaria –el relato atómico, pero peculiarmente pulido; la estampa breve, plagada de elipsis, pero profunda y bella; y el negarse a separar tajantemente géneros literarios – serviría sobremanera para apreciar en su justa medida sus novelas y cuentos. Borges tenía una razón filosófica, por no decir metafísica, para no escribir novelas –desconfiaba de la sustancialidad de lo real –, así que optó únicamente por los cuentos breves, y nadie duda de su grandeza. Con Miró ocurre algo parecido, sólo que en sentido inverso. Él cree que la realidad es tan rica y complicada que simplemente es imposible agotar sus matices. Por lo que una narración exhaustiva sería una pretensión ridícula. Él opta más bien, por la captación de instantes, de fotografías de las cosas y de las relaciones (pienso ahora en El humo dormido y en Corpus y otros cuentos). Posiblemente haya un valor mayor en una descripción meticulosa de una realidad parcial que en una titánica e incompleta reflexión de muchos elementos del cosmos. Y si no, por lo menos hay mayor humildad y respeto por lo misterioso del mundo. Otra circunstancia negativa es la dificultad para clasificar a Miró en una generación y en un estilo literario; algunos dicen que perteneció a la del 98´, otros que a la del 14´. Sea como fuere, lo que es a todas luces injusto es el olvido de su indudable calidad artística.

Un estudioso de la obra de Miró afirmaba que éste no es un literato de masas. Desde mi punto de vista, ninguna literatura de calidad, por muy leída que sea, es de masas; siempre hay secretos exclusivos, no inteligibles para todos. Yo más bien diría que Miró es un literato de estetas, de auténticos poetas enamorados de la realidad circundante. Esto hace que nuestro autor, en efecto, no sea lectura común en las planicies de vulgaridad.


ARM.

jueves, agosto 2

Teologia de estufa

A principios de 1975, el periodista argentino Orlando Barone se propuso reunir a Borges y Sabato. La empresa no era fácil. Llevaban años sin dirigirse la palabra. Barone, finalmente, lo consiguió. Movido por su admiración casi marmórea y armado con una grabadora, logró concertar siete reuniones. No se puede decir que el resultado sea genial. Es algo así como una disputa eruditísima, un estira y afloja, un ir y venir de datos egregios, una verdadera lluvia de referencias literarias-filosófico-anecdóticas, mediocremente cribada por Barone.
En medio de la cháchara, por ahí de la cuarta reunión, salta a la vista un breve intercambio de opiniones teológicas. Las líneas tienen un encanto morboso: ninguno comulga con el cristianismo. Ahora que, si en política Borges y Sábato no compartían opiniones --el peronismo ocasionó su distanciamiento--, no podía esperarse menos en religión.


BORGES: [...] Lo que no me gusta de Chesterton es que fuese católico. No lo entiendo.
SABATO: (Riéndose) No olvide ue era un católico inglés, y eso en Inglaterra es ser opositor.
BORGES: Sí, como ser protestante aquí. Además, el pertenecer a una minoría religiosa es una ventaja: lo obliga a uno a ser tolerante. Yo creo que Belloc le hizo mucho mal porque le metió en la cabeza la idea de que la religión católica se basa en el sentido común.
SABATO: La idea de que el catolicismo se basa en la sensatez es un disparate. Se basa en el absurdo, y por eso es inatacable. Pensar con lógica en la religión… Querer aplicar nuestras categorías humnas y sobre todo racionales a algo que las trasciende… Un disparate.
BORGES: Hecho ya censurado por Dios en "El libro de Job"
SABATO: El primero que aparece en su propia obra (se ríe). El primer escritor que hace una obra abierta.
BORGES: Creo que basta un dolor de muelas para negar la existencia de un Dios todopoderoso.
SABATO: (Mirándolo con ironía) Es probable que Dios no dé lo que uno quiere sino lo que uno necesita. Además, que Dios le traiga un dolor de muelas no es una prueba de la inexistencia de un Dios todopoderoso sino de la posible existencia de un Dios todopoderoso y perverso.
BORGES: Pero entonces no sería el Dios que adoran los católicos.
SABATO: Claro. Pero puede provocar dolores de muelas sin ser perverso: nuestra lógica no vale para la infinitud.
BORGES: Hay un arquetipo posible: Dios es tan generoso con el hombre, que le da todo, hasta la posibilidad del Infierno. Pero quién sabe si esos regalos convienen, ¿no?

Barone, Orlando: "Diálogos", Emecé 1996.


¿A poco no es muy bueno el chiste de Sabato sobre Dios y su obra? ¿Y qué hay de la tesis borgiana: Dios no puede permitir dolores de muelas? Estos argentinos… siempre mordaces.

El deber metafísico del cristiano.


Después de caer en la peor de las charcas inmundas citando un texto del Zagalo (no tengo nada contra él; de hecho, lo admiro; pero, hombreeeee, no tanto para citarlo en un blog de esta categoria donde se han plasmado pensamientos tan elevados como los de Chesterton, Bloy, Alfonso Reyes, Octavio Paz, Benito Pérez Galdos, Borges, De Lubac, Hugo Rahner, Karl Barth...), pretendo resarcir el error material y personal que cometió su creador (curiosamente no lo subió en su propio blog) regalando a los ojos del lector un texto sublime y comprometedor del gran teólogo de Lucerna:



"El cristiano es el hombre que tiene que filosofar desde la fe. Puesto que cree en el amor absoluto de Dios por el mundo, tiene que leer el ser en su diferencia ontológica como signo del amor y vivir conforme a este principio [...]

El cristiano es el eterno guardián del asombro metafísico con que comienza la filosofía y en cuya continuación ésta subsiste y vive. Tal asombro está siempre a punto de transmutarse en simple admiración de la belleza del ente, de ese orden fijo de leyes de la realidad ya ¨adornada¨ y ¨abastecida¨ por cuya indagación sienten una imperiosa curiosidad todas las ciencias particulares [...].

Los cristianos de hoy, en una noche más profunda que la de la Edad Media tardía, tienen el deber de llevar a cabo, imperturbables, a pesar de las tinieblas y las distorsiones, ese acto fundamental que dice sí al ser en representación vicaria de la humanidad: acto que es primariamente teológico y que, sin embargo, incluye toda la dimensión del acto metafísico de la afrimación del ser. Ellos, a quienes se les ha enseñado a orar siempre, a encontrar y glorificar a Dios en todas las cosas, tienen sus razones especiales, es decir, sus gracias particulares, que les permiten cumplir con su deber criatural. Pero si deben brillar como estrellas en el universo, les corresponde el deber de iluminar el espacio ensombrecido del ser, para que su luz original vuelva irradiar no sólo para ellos, sino también para todo el mundo; pues sólo en esta luz puede el hombre caminar de acuerdo con su verdadero destino.

El camino que lleva al cumplimiento de este deber se reconoce en lo que es el mayor bien hereditario del cristiano: la tradición conservada en el seno de la Iglesia de admirar y dejarse arrebatar por la belleza del Amor: la Gloria del Padre en el Hijo, y por su mediación, en el mundo entero."


Hans Urs Von Balthasar (Gloria V).


¡Hala! ahí teneis.

lunes, julio 30

Metafísica contra cocina

La comida suculenta exorciza los demonios de la metafísica abstracta. Una mesa bien puesta, con platillos aromáticos y sabrosamente compuestos, neutraliza las tinieblas de los sufrimientos interiores. La literatura picaresca está pringada con descripciones apetitosas. Por el contrario, el tremendismo, la cnocturnidad, las tormentas espirituales de tanta novela del siglo XX rehuyen una cocina sana y simpática. En cuanto el cocinero entra en escena salen despavoridos los genios oscuros de la literaria. Encendido el fogón para el mole, penetra la sensatez en las páginas. Termina el imperio de la metafísica y comienza el de la tierra.

H. Zagal: Gula y cultura, Los libros de Homero.

jueves, julio 12

Léon Bloy: "Le Désespéré"

1) "¿qué otra cosa puede soñar hoy un adolescente a quien las disciplinas modernas exasperan y que siente repugnancia por el mercantilismo? Ya no más cruzadas ni esas nobles aventuras de otras épocas. El mundo entero parece haberse tornado razonable, y hay la certidumbre de encontrar siempre un excremento inglés en todas las intersecciones del infinito".
2) "Sólo la religión da la certeza de la inmortalidad, ¡pero al precio de un infierno posible, de la desfiguración sin retorno, del monstruo eterno!"
3) "-¡Ser santo! -exclamó Marchenoir, como en un delirio- ¿Quién puede esperarlo?... Job, cuya paciencia se alaba, maldijo hace cuatro mil años el vientre de su madre, y se necesitan centenas de millones de desesperados y de exterminados para dar la medida exacta de los dolores que el nacimiento de un solo elegido cuesta a la vieja humanidad... ¿Será siempre así, oh celeste Padre que has prometido reinar sobre la tierra?..."
4) "Víctor Hugo había deshonrado a tal punto a la poesía, que fue necesario que Francia se esforzara por deshonrarse ella misma un poco más que antes, para ponerse en condiciones de ofrecerle ese último adiós que hizo resplandecer -en la insuperable ignominia de una solemnidad asqueante- la complicidad de su envilecimiento."
5) "El acto que había realizado esa ingenua cristiana era tan absolutamente incomprensible para sus contemporáneos como hubiera podido serlo la Transfiguración del Señor a los ojos de un hipopótamo ocupado en chapalear en su lodo. Una temperatura tan viva de exaltación molesta insufriblemente a la fugitiva cola de perca de este fin de siglo. Al cabo de los seis mil años que el heroísmo vive amancebado con la humanidad, jamás, sin duda, este extraño peregrino del amor fue en sociedad alguna tan engañado como en la nuestra."
6) "El mal es universal y parece en esta hora más grave que nunca, porque nunca cayó tan bajo la civilización, ni estuvieran tan envilecidas las almas, ni fueron tan débiles los conductores. Pero será mayor aún. La república de los vencidos no ha echado todavía al mundo todas las maldiciones de su vientre."
7) "Entregar nuestro portamonedas a un hombre que muere de inanición, por ejemplo, o arrojarnos al agua para salvar a un pobre diablo, sin previa consulta con nuestro director espiritual, y por lo menos nueve días de recogimiento, son algunas de las más peligrosas indiscreciones que puede inspirarnos el orgullo. El escrúpulo devoto bastaría por sí solo para justificar una segunda Redención."
8) "Cierto es que muchos católicos han tomado por su cuenta la realización de su propia ignominia, con lo que suplantan a un infinito número de lenguas viperinas. Es una puerilidad volteriana acusar de perversidad a esos viles, cuando lo verdaderamente horrible es que son mediocres".
9) "Aunque los pobres no existieran, habría que hacer algo por ellos, pues los ricos los necesitan para la alegría y para la tristeza, para las fiestas y para los duelos, para la ciudad y para el campo, en todas las circunstancias de la vida y en todas las situaciones de enternecimiento que los poetas han previsto. Les son absolutamente necesarios para que puedan responder a la Pobreza: 'Tenemos nuestros pobres', y apartar de sí, con un gesto de fastidio, a esa mísera humillada a quien el Salvador de los hombres eligió por Esposa y cuyo cortejo es de diez mil ángeles".

lunes, junio 25

Sobre Juan, es decir, Francisco, desde Chest

Esta vez les pongo dos fragmentos geniales del genial Chest en San Francisco de Asís. Sabrán algunos que este santo fue bautizado con el nombre de Juan. Y apodado "el francés" (de ahí Francisco). Y esto no sé porqué me da un cierto orgullo, porque yo me llamo como él. Y como otros dos santos chingones: San Juan, el amado, y el bautista (por quien ayer festejé mi santo).

La cosa es que, después de leer Lolita, de Navokov, necesitaba desintoxicarme. Y brilló en mi librero este pequeño gran libro sobre el santo italiano. Lleno de las hermosas paradojas usuales en la obra del periodista inglés Gilbert Keith Chesterton. Dejo de hablar (de escribir) y los dejo con Chest:

"... algunos hombres no son lo bastante católicos (universales) para ser católicos."


"Los santos son ante todo hombres; la santidad, que es del orden sobrenatural, se apoya en el orden natural. El hombre es el único ser de la creación que puede ser santo, pero no hay dos santos iguales porque cada uno singulariza su santidad según los dones reci bidos. A pesar de estar tan cercanos entre sí en el tiempo, santos como Domingo de Guzmán, Tomás de Aquino, Luis rey de Francia y Francisco de Asis, son muy distintos en su santidad.

Los santos viven en la eternidad y en el tiempo, participan de Dios y de la historia, pero la intemporalidad de San Francisco es más evidente porque su lenguaje, que es del amor y del corazón, llega a lo más profundo del ser humano. La santidad es la plenitud en el amor, pero en la unión con el Amor hay moradas y creemos que el hombre Francisco llegó a la más cercana.

Su figura en el siglo XX adquiere contornos y dimensiones similares a las que tuvo hace 800 años porque el siglo que termina está sediento de amor. Ha bebido el agua en fuentes envenenadas y necesita fuentes puras. Se nos ocurre que el Amor lo ha elegido nuevamente para acercarnos el mensaje que su Hijo, el Verbo Encarnado, nos tregó hace 20 siglos. Las palabras del mensaje son sencillas: "Amaos los unos a los otros como yo os he amado", Si amáis sólo a los que os aman, ¿qué tiene de particular?, ¿no lo hacen también los gentiles? Amad a los que no os aman". Dad de beber al sediento", "lo que hiciéreis con el más pequeño de vosotros conmigo lo estáis haciendo" y "El que quiere ir en pos de mí que tome su cruz y me siga". Palabras extrañas al hombre moderno, pero palabrass de unión de gozo que debemos empezar a balbucear y practicar como si fuéramos niños recién nacidos."
(Chesterton, Gilbert Keith; San Francisco de Asis. Traducción de Manuel Mercader. Única edición. Ed. Carlos Lohlé. 1988. Buenos Aires, Argentina.)

lunes, junio 4

Necessarium



Para ser felices, basta con ser sencillos, como Dalí.

(Philippe Halsman, Dali Atomicus)

lunes, mayo 28

Más sobre la burguesía

La ocasión hace al ladrón

— ¿Eres tú, Señor? ¿Eres tú, al fin? - pregunta el ladrón en la cruz.
— En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el Paraíso - responde la luz del mundo crucificada.
Esto sucede en el día de las tinieblas, en la hora sexta; y el burgués se ahorcó cuando aún no había anochecido.
(León Bloy)

viernes, mayo 11

Homo ludens



"... an attitude that is poised between gaiety and gravity, between mirth and tragedy, and which the Greeks designated by the inimitable expression: Aneer spoudogeloios - the 'grave-merry' man. Such a man is capable of making his life into a game, and a very lovely one at that, because he knows that this life is either a comedy or a tragedy. 'Fun and gravity are sisters' [Plato]... In Christian truth this apparent contradiction is resolved into that grave mirth from which the tragic is wholly absent and which led Clement of Alexandria to speak of life as a 'divine children's game'.

I am trying to make plain that such a man is really always two men in one: he is a man with an easy gaiety of spirit, one might almost say a man of spiritual elegance, a man who feels himself to be living in invincible security: but he is also a man of tragedy, a man of laughter and tears, a man, indeed, of gentle irony, for he sees through the tragically ridiculous masks of the game of life and has taken the measure of the cramping boundaries of our earthly existence.

If one is only the first of these two things, we must write him down as a frivolous person who has, precisely, played himself out. If he is only the second, then we must account him as one who cannot conquer despair. It is the synthesis of the two things that makes the Homo ludens, the 'grave-merry' man, the man with a gentle sense of humor who laughs despite his tears, and finds in all earthly mirth a sediment of insufficiency".

[Hugo Rahner, Homo ludens]

jueves, abril 26

El matemático pésimo

Me encontré con un poemilla. Lo dejo a su consideración. Largo, pero valioso. Según entendí, lo escribió el p. José Miguel cuando atravesaba por un momento de oscuridad especialmente difícil en su vida.

Dios
(gracias a Dios)
es un matemático pésimo.
¡Qué fortuna!
Es creador del orden
en el universo
(Gran Albañil,
El Arquitecto),
paradoja,
no sabe hacer cuentas.

Da más por menos
(gato por liebre)
¡se nos da entero!
Y a cambio pide
-¡tamaña friolera!-
nuestro corazón pobre
que tanto es miseria.

Singular trueque.
Raro negocio este
en que pierde,
por ganarnos,
Dios.

Y nosotros,
¡qué pillaje!,
qué necios somos.
Nos preferimos,
aunque mezquinos
nos sabemos.

Su medida es
la sobreabundancia.
Como ninguno, ama,
como cualquiera se hace,
se sujeta a la carne,
al hambre,
la tentación,
el miedo,
la corrupción
(¡Él, que es eterno!)
a lo finito
(¡a quien nadie abarca,
al que nada agota!)
al sueño y al cansancio,
¡a las lágrimas!,
al humano dolor
(del que no quiso ser ajeno)
que asume, amoroso,
sin precisarlo.

Para buscarnos, se abaja.
Sufre con nosotros para ganarnos.
Hace de sus alahajas
ojos de penetrante mirada,
de lágrimas aperladas.
De su Amor,
es decir,
de sí mismo,
goterones gruesos hace
de sangre,
que ruedan por el madero
y besan la tierra
furiosamente seca
y estéril,
fecundándola
y bendiciendo.

Rocía agua y sangre
que curen corazones
desde su costado roto,
herido de una lanza.
Nuestro pecado lo agota,
y lo asume.

Rómpase, contemplándolo,
el alma.
Humíllese el corazón.
Renazca luego,
desde el fondo ardiente
y secreto de la brasa,
el fuego de Esperanza.

Que Dios,
maravilla alta,
es pésimo pagador.
Es casi injusto.
Tiene, seguramente,
en bancarrota al cielo.
No paga como merece
nuestro trabajo.
No es, afortunadamente,
un judío cicatero,
un usurero de cuarta.
Qué bueno que no es banquero,
porque quebraba.
Su Amor no conoce límites.
Se vuelca siempre
sin tacañerías:
de flores
nuestras flaquezas llena,
como de riquezas
estas nuestras averías.
De abrazos abrasa
las bellaquerías.
De gracias
las desgracias del mundo.
Da panes donde
había de dar palos.


Es, en fin, un mal negociante:
un Padre amante.

(P. José Miguel Dominicana, Esperanzas)

lunes, abril 23

23 de abril

Hoy es 23 de abril.

1) Panza a don Alonso Quijano: "Por amor de Dios, señor mío, que no vea yo en cueros a vuestra merced, que me dará mucha lástima y no podré dejar de llorar".



2) Busqué el video del inicio de The Life of King Henry the Fifth ("O for a Muse of fire..."), pero no lo encontré. Os dejo el excelente discurso -aunque algo trillado- del día de san Crispín y san Crispiniano:


sábado, abril 21

The Jews

US, THE JEWS
Jews are those things that God loves. Since roses are beautiful, we must assume that God loves them. Therefore, roses are Jewish. By the same reasoning, the stars and planets are Jewish, all children are Jewish, pretty "art" is Jewish (Shakespeare wasn't Jewish, but Hamlet was), and sex, when practiced beetween husband and wife in a good and suitable position, is Jewish. Is the Sistine Chapel Jewish? You'd better believe it.

THE ANIMALS
The animals are those things that God likes but doesn't love.

OBJECTS THAT EXIST
Objects that exist are those things that God doesn't even like.

OBJECTS THAT DON'T EXIST
Objects that don't exist don't exist. If we were to imagine such a thing as an object that did'nt exist, it would be that thing that God hated. This is the strongest argument against the nonbeliever. If God didn't exist, he would have to hate himself, and that is obviously nonsense.




(De nuevo J. S. F. en E.I.I.)

Respuesta al post anterior

Francisco de Paula de la Costa
y Sainz del Bardal
JEFE DEL GABINETE PARTICULAR
DEL EXCELENTÍSIMO SEÑOR DIRECTOR GENERAL DE BENEFICENCIA Y SANIDAD

Recién se ha publicado, maliciosamente, mi venida al ser. Léase el post anterior antes de hacerse lo propio con este, por favor.

El referido post está lleno de vergonzosas difamaciones y rezuma mala leche contra mía. Mi memoria olfativa aún está picada del olorete a carroñero que me dejó su lectura. Pero no se deje llevar el lector del empalagoso lenguaje emotivo, que tan injustamente opaca la verdad del asunto. Quiero poner los puntos sobre las íes.

Acá, en el gremio, se sufre mucho. Y aunque usted no está para escuchar las cuitas de un personaje literario, se las cuento. Falaces críticas literarios encomian héroes, eternizan quijotes y sanchos, ladies McBeth. Desde personajes hechizos quieren reformularse el mundo los hombres de letras. Pero nadie sabe los auténticos tormentos que sufrimos. Que, al menos yo, sobrellevo como me permite mi corazón cuitado.

Uno se pasa tanto tiempo entre tinta, antes que al demiúrgico escritor se le ocurra llamarlo… cualquiera sabe que éste no es un ambiente para vivir. El artífice va destilando, como paciente hombre de alquimia, sus frustraciones sobre el papel. Vive vidas que no tiene –que no puede, porque le falta arrojo. Realiza imposibles, expone, con apariencia inocua, sus más estrafalarias doctrinas. Y de todo esto la víctima soy yo.

Si ya de por sí es crudo y triste ser un personaje literario, tener que ser justo aquello que decide el autor que ha de ser, sin poder uno decir nada que no haya pensado previamente el creador, cuánto más difícil es mi caso. Pérez, he de decirle, lector amable, destiló en mí su personalidad. ¡Pero no se crea que lo más sublime, no! Creó un guiñapo con lo peor que habita su persona. La configuración de mi ser es mera catarsis de todo lo que él mismo desprecia de sí mismo.

Ponte en mi lugar, lector. Y déjame tutearte, ya que estamos en estas intimidades. Soy la sumatoria sarcástica de las frustraciones de ese señorsillo. ¿No es patético? ¿No debería bastar esto para haberme hecho un suicida, al menos? ¡Pero ni eso! El pedante Galdós no me ha querido otorgar ni siquiera el descanso de la tumba.

Maldigo el día en que vine al ser. Si sólo fuera un narrador omnisciente, un personaje relevante, un clásico… Pero soy relleno a penas. Un pretexto para llenar folios.

Algunos dicen de nosotros que tenemos vida propia. Nada más lejos de la verdad. No somos capaces de añadir una coma, ni un ápice de ingenio, al de nuestro artífice. Vivimos según las leyes propias de la literatura. Y hay que decir que este gobierno es una tiranía.


Ojalá mi autor fuera, por lo menos, un Miguel Unamuno de la vida. Nadie habrá dejado de emocionarse con la rebeldía del personaje principal, en la última parte del libro, contra su autor. Podríamos dejar hacer a nuestro poeta otro tanto contra el muy respetable señor Perez G. Aunque más justo sería dirigir las erratas al fiscal hidalgo Josemaría Llovet A. (este apellido lo omito, por las implicaciones moralistas con que está cargado, que podrían predisponer en su contra al objetivo observante).

jueves, abril 12

Poeta



Recién leí "El amigo Manso", una novela de Benito Pérez Galdós. Quiero reproducir unos párrafos de este libro porque me recordaron a un hombre que ustedes bien conocen (acepto que no todo cuanto allí se dice le queda... pero muchas cosas sí) y porque esta asociación de personaje literario con personaje metaliterario me hizo reír un buen rato. Ustedes juzgarán (Alonso: tienes que leer más libros de Galdós; sostengo que es una de las plumas más exquisitas y geniales del castellano):



"Desde las primeras reuniones se hizo amigo de la casa y al poco tiempo llegó a ser concurrente infalible a ella, un poeta de los de tres por un cuarto...

- XII -

¡Pero qué poeta!

Era de estos que entre los de su numerosa clase podía ser colocado, favoreciéndole mucho, en octavo o noveno lugar. Veinticinco años, desparpajo, figura escueta, un nombre muy largo formado con diez palabras; un desmedido repertorio de composiciones varias, distribuidas por todos los albums de la cursilería; soberbia y raquitismo componían las tres cuartas partes de su persona: lo demás lo hacían cuello estirado, barbas amarillentas y una voz agria y dificultosa, como si manos impías le estuvieran apretando el gaznate. Aquel pariente lejano de las musas (no vacilo en decirlo groseramente) me reventaba. La idea pomposa que de sí mismo tenía, su ignorancia absoluta y el desenfado con que se ponía a hablar de cuestiones de arte y crítica me causaban mareos y un malestar grande en todo el cuerpo. Vivía de un mísero empleíllo de seis mil reales, y tal tono se daba, que a muchos hacía creer que llevaba sobre sí el peso de la Administración. Hay hombres que se pintan en un hecho, otros en una frase. Este se pintaba en sus tarjetas. Parece que el Director General le había elegido para que le escribiese las cartas, y estimando él esto como el mayor de los honores, redactaba sus tarjetas así:

Francisco de Paula de la Costa
y Sainz del Bardal
JEFE DEL GABINETE PARTICULAR
DEL EXCELENTÍSIMO SEÑOR DIRECTOR GENERAL DE BENEFICENCIA Y SANIDAD

Luego venían las señas: Aguardiente, 1.

Y a la cabeza de esta retahíla, la cruz de Carlos III, no porque él la tuviese, sino porque su padre había tenido la encomienda de dicha orden. Cuando este caballerito daba su tarjeta por cualquier motivo, le parecía a uno que recibía una biblioteca. Yo pensaba que si llegaba un día en que por artes del demonio hubiera de inscribirse el nombre de aquel poeta en el templo del arte, se habría de coger un friso entero.

Actualmente han variado las tarjetas; pero la persona no. Es de estos afortunados seres que concurren a todos los certámenes poéticos y juegos florales que se celebran en los pueblos, y se ha ganado repetidas veces el pensamiento de oro o la violeta de plata. Sus odas son del dominio de la farmacia por la virtud somnífera y papaverácea que tienen; sus baladas son como el diaquilón, sustancia admirable para resolver diviesos. Hace pequeños poemas, fabrica poemas grandes, recorta suspirillos germánicos y todo lo demás que cae debajo del fuero de la rima. Desvalija sin piedad a los demás poetas y tima ideas; cuanto pasa por sus manos se hace vulgar y necio, porque es el caño alambique por donde los sublimes pensamientos se truecan en necedades huecas. En todos los albums pone sus endechas expresando la duda o la melancolía, o sonetos emolientes seguidos de metro y medio de firma. Trae sofocados a los directores de Ilustraciones para que le inserten sus versos, y se los insertan por ser gratuitos; pero no los lee nadie más que el autor, que es el público de sí mismo.

Este tipo, que aún suele visitarme y regalarme alguna jaqueca o dolor de estómago, era uno de los principales ornamentos de los salones de mi hermano, pues si este no le hacía caso, Lica y su hermana le traían en palmitas por la pícara inclinación que ambas tenían al verso. Excuso decir que a los dos días de conocimiento, ya D. Francisco de Paula de la Costa y Sainz del Bardal... ¡Dios nos asista!... les había compuesto y dedicado una caterva de elegías, doloras, meditaciones y nocturnos en que salían a relucir los cocoteros, manglares, hamacas, sinsontes, cucuyos y la bonita languidez de las americanas."

lunes, marzo 26

Desesperanza

“¡Esperad! ¡Ya no hay esperanza!”
(George Bernanos)


Dos veces escuchamos este estribillo cantado por la lánguida voz como de hilo quebradizo, que sin embargo no se rompe nunca, de Mouchette. No es casual. Bernanos lo propone a penas empezar a relatar la historia de esta niña, como una suerte de tema que prefigura toda la historia. Bresson lo desliza un par de veces en su película, una al principio, otra, convertida en nana, antes de la tragedia que desgarra (demasiado literalmente) a Mouchette una noche, a sus catorce años. Y hace las veces de resumen y premisa de su relato. En efecto, no hay esperanza. ¿Qué iba a haber? Se trata de esto: del mundo crudo tal cual es, de la existencia, de vivir. ¿Quién dijo que vivir era hermoso? Tenga la piedad de no decírselo a nuestra heroína Mouchette. No le creería.


La imaginación de Dante sugiere que a las puertas del infierno está escrita la expresión “Abandonad toda esperanza”. ¿Habrá que esperar a la escatología para encontrarse sin esperanza alguna? ¿No puede ser la condena a la vida ya suficiente infierno? ¿Qué tal, por ejemplo, la vida de nuestra Mouchette?

martes, marzo 20

Ever On and On



I
The Road goes ever on and on
Down from the door where it began.
Now far ahead the Road has gone,
And I must follow, if I can,
Pursuing it with eager feet,
Until it joins some larger way
Where many paths and errands meet.
And whither then? I cannot say.

II
Still round the corner there may wait
A new road or a secret gate,
And though I oft have passed them by,
A day will come at last when I
Shall take the hidden paths that run
West of the Moon, East of the Sun.

jrr tolkien

viernes, marzo 16

Salvador Elizondo.




EL GRAFÓGRAFO


a Octavio Paz



Escribo. Escribo que escribo. Mentalmente me veo escribir que escribo y también puedo verme ver que escribo. Me recuerdo escribiendo ya y también viéndome que escribía. Y me veo recordando que me veo escribir y me recuerdo viéndome recordar que escribía y escribo viéndome escribir que recuerdo haberme visto escribir que me veía escribir que recordaba haberme visto escribir que escribía y que escribía que escribo que escribía. También puedo imaginarme escribiendo que ya había escrito que me imaginaría escribiendo que había escrito que me imaginaba escribiendo que me veo escribir que escribo.

miércoles, marzo 14

El claroscuro de la fe.


Debemos tener confianza cuando la vida nos resulta difícil y aparentemente sin salida. También estas tinieblas nuestras pueden ser incorporadas a la gran oscuridad de la redención a través de la que brilla la luz de la Pascua. Y si alguna vez nos parece demasido duro lo que se nos pide, si los dolores son insoportables y el destino que se nos exige nos parece verdaderamente absurdo, precisamente entonces estamos muy cerca del Hombre clavado en el calvario, porque justamente esto lo pasó él antes por nosotros con una intensidad inimaginable. No podemos exigir entonces que en lo que se nos presenta como absurdo se nos dé un sentido que nos trnquilice; sólo podemos permanecer hasta el final silenciosos, como el crucificado, sin ver nada, frente al oscuro abismo de la muerte. Detrás de ese abismo nos espera algo que ahora no podemos ver, y probablemente tampoco considerar verdadero: un abismo distinto de luz, en el que todo el sufrimiento del mundo queda albergado en el corazón siempre abierto de Dios. Entonces se nos permitirá meter, con el apostol Tomás, nuestra mano en esta herida abierta -la herida en la que físicamente palpamos que el amor de Dios desborda todo sentido humano- para decirle rezando, al igual que el discípulo: "Señor mío y Dios mío.

HansUrs Von Balthasar. Tú Coronas el Año con Tu Gracia, p. 77.

martes, marzo 13

Colluctatione

Believe me: every heart has its secret sorrow which the world knows not,
and oftentimes we call a man cold, when he is only sad.

Henry Wadsworth Longfellow



condolentem animo

miércoles, febrero 28

Henry de Lubac y Von Balthasar: una amistad cristiana.




“Probablemente Hans Urs Von Balthasar sea el hombre más culto de nuestro tiempo. Si existe en alguna parte una cultura cristiana esa se encuentra en él. La antigüedad clasica, la gran literartura europea, la tradición metafísica, la historia de las religiones, los innumerables intentos del hombre de hoy de buscarse a sí mismo, y sobre todo, la ciencia sagrada, con Tomás de Aquino, San Buenaventura, la Patrística (toda entera), sin hablar de la Biblia... no hay nada grande que no se encuentre en este gran espíritu acogida y vitalidad.”
Henri de Lubac, Misterio y paradoja de la Iglesia



martes, febrero 27

Real Zagal


Las siguientes líneas son un extracto del discurso motivacional dirigido a los jugadores del Real Zagal antes de cada juego:

"Se cuenta que existió un filósofo llamado Héctor Zagal. Y su filosofía era el TRIUNFO [...] ¡Vamos Real Zagal!"

¿Acaso no es inspirador?

martes, febrero 20

Karl Barth: el testimonio de un teólogo.


"¿Buena fe? Nunca me lo permitiría. Cuando sea llamado ante mi Dios y Señor, no me voy a presentar con una cesta a mi espalda llena con mis obras completas; todos los ángeles se echarían a reir. Ni tampoco diría para mi justificación: siempre tuve buena intención , `buena fe´. No, me presentaré allí con las manos vacías y sólo me parecerá oportuno decir: Dios, ten misericordia de este pobre pecador."